El secreto del baño

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Ahora que sabía que la carne no era comprada por la escuela, si no más bien que la señorita Packerton la traía de una supuesta granja una vez a la semana, y que además había logrado obtener unas muestras más, tenía que ir al laboratorio de ciencias cuanto antes, donde Todd, Larry y Ash lo esperaban con la nueva información.

Esto no olía nada bien, y no era únicamente porque la bolsa de carne no desprendía el mejor olor del mundo, si no porque era demasiado extraño que una maestra trajera esa carne, especialmente si se trataba de su vecina, que la había visto como mucho un par de veces desde que se había mudado a los departamentos Addison. ¿Cómo era posible que pudiera obtener los almuerzos para los alumnos? No tenía sentido.

Sally estaba muy metido en sus propios pensamientos, pero como si una aguja pinchara una burbuja, despertó de la ensoñación cuando escucho unos quejidos ahogados justo a su lado.
Cuando se dio la vuelta se topo con la puerta de madera que tenía un cartel azul marcando que era el baño de hombres.
Eso también era extraño, no era como que los chicos no pudieran llorar, pero si tuviera una moneda cada vez que escuchaba un llanto proviniendo de ese baño en especifico, no tendría ni para comprarse una goma de mascar. Lo cual significaba que algo realmente malo había pasado para que algún muchacho se viera en la necesidad de encerrarse para desahogarse.

Con cautela, pero con el suficiente ruido como para avisar de su presencia y no asustar a nadie, entró a la habitación. Justo cuando la puerta se cerro pudo oír como el llanto paraba y unos pocos quejidos se dejaban escurrir de vez en cuando.
Si tuviera que adivinar, la persona debía estar en el último cajón.
Se dispuso a caminar hacía el lugar, pero una nota arrugada a un lado de el bote de basura llamo su atención lo suficiente como para agacharse y tomarla entre sus manos.
Con toda la precaución para no romperla por error, la desdobló, encontrándose con un letra legible, pero que evidentemente había sido escrita con una mano temblorosa. Y decía:

"Sé que no nos conocemos muy bien y probablemente tienes una mala opinión sobre mi. Pensé que quizás si supieras como me siento las cosas podrían ser distintas.
La verdad es que no puedo dejar de pensar en ti. Estoy loco por ti. ¡Creo que eres increíble! pero sé que estos sentimientos que tengo están mal.
Así no se debe sentir un chico. La culpa me esta comiendo vivo con sólo escribir esto.

Mi padre me mataría, pero no puedo vivir bajo su sombra para siempre. Yo sólo  [...]"

Lo demás eran garabatos incomprensibles que Sally no podía alcanzar a leer.
No tenía tiempo tratando de descifrarlos, menos cuando escucho un nuevo quejido.
Volvió a arrugar el papel y lo aventó al bote sin fijarse si había logrado atinarle. Camino al último cajón y toco suavemente.

─¿Hay alguien aquí?─ preguntó con gentileza, esperando no sonar muy entrometido y asegurándose de sonar que lo que quería era ayudar y no burlarse.

─No─ respondió una voz que conocía demasiado bien, especialmente con ese tono de sarcasmo y fastidió, aunque esa sutil tristeza era algo nuevo─. Ahora lárgate de aquí, cabrón.

─¿Travis? ¿Estabas... llorando hace un momento?─ pregunto sin la intención de dejarlo solo.

─¿Sally Face? Yo... ─dudo un momento, pero no tardo en seguir con un tono violento─. ¡No! Que mierda, ¿uno ya no puede tener privacidad?

El joven se detuvo a pensar en sus opciones por un momento.
Bajo la mirada y observo sus tenis azules y gastados de tanto usarlos. Era un momento importante, podía sentirlo en las puntas de sus dedos. Si actuaba con cautela e inteligencia, podría ayudar a Travis a ser mejor persona, a ser feliz, a que incluso pudieran llegar a ser amigos en un futuro o... Si fallaba, Travis seguiría siendo un bully, incluso podría ponerse peor. No quería eso.

El secreto del bañoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora