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Aquello era una locura, y lo sabía. Lo último que quería era ver a Hyun Sik. Y, sin embargo, allí estaba, intentando encontrarlo, a pesar de que sospechaba qué pretendía matarlo.

No, quería encontrarlo precisamente por eso. No quería morir, desde luego, pero quería que todo aquello acabara. Sólo entonces podría llevar una vida normal.

Quería que esa vida transcurriera junto a Jungkook, pero no se engañaba: sabía que su relación no era estable, y que tal vez el mal humor que tenía Jungkook esos días vaticinara su fin. Nada de lo que hacía parecía complacerlo, salvo cuando estaban en la cama, pero quizá ello no fuera más que la consecuencia natural de su intenso apetito sexual.

La mañana que pensaba ir a su casa, estaba tan nervioso que ni siquiera pudo comer. Dio vueltas sincesar de un lado a otro hasta que al fin vio que Jungkook se montaba en la camioneta y cruzaba los prados. No había querido que se enterara de que pensaba salir; le hacía demasiadas preguntas, y resultaba difícil ocultarle algo. De todos modos, sólo estaría fuera media hora, porque, cuando llegara el momento decisivo, no tendría valor para hacer de cebo. Lo único que pretendía era pasar delante de su casa; luego, volvería al rancho de Jungkook.

Puso la radio en un esfuerzo por calmar sus nervios mientras conducía lentamente por la estrecha carretera de gravilla. Le sorprendió enterarse de que el tercer huracán de la estación, el huracán Carl, se había formado en el Atlántico y se dirigía hacia Cuba. Las otras dos tormentas le habían pasado completamente desapercibidas. Ni siquiera se había dado cuenta de que el verano se había transformado suavemente en un otoño temprano, porque el tiempo seguía siendo cálido y húmedo, perfecto para la formación de huracanes.

Aunque escrutaba atentamente ambos lados de la carretera, buscando un coche escondido entre los árboles, no vio nada. La mañana era apacible y bochornosa. No había nadie en la carretera. Irritado, dio la vuelta para regresar a casa de Jungkook.

De pronto, sintió una náusea y tuvo que parar el coche. Abrió la puerta y se inclinó hacia afuera, pero, aunque sentía arcadas, tenía el estómago vacío y no pudo vomitar. Cuando el espasmo pasó, se apoyó contra el volante, débil y sudoroso. Aquello estaba durando mucho para ser un virus.

Permaneció recostado sobre el volante largo rato, demasiado débil para conducir y demasiado mareado para preocuparse. Un ligera brisa entró por la puerta abierta, refrescándole la cara, que le ardía, y con la misma ligereza la verdad se abrió paso a través de su mente.

Si aquello era un virus, era de los que duraban nueve meses.

Echó la cabeza hacia atrás, apoyándola contra el reposacabezas del asiento, y una sonrisa afloró a sus pálidos labios. Estaba embarazado. Claro. Hasta sabía cuándo había ocurrido: la noche que Jungkook regresó a casa desde Miami.

Cuando se despertó, le estaba haciendo el amor, y ninguno de los dos pensó en tomar precauciones. Y, después, había estado tan nervioso que ni siquiera se había percatado de que tenía una falta.

Un hijo de Jungkook crecía en sus entrañas desde hacía casi cinco semanas. Deslizó la mano hasta su vientre y se sintió feliz, pese a su malestar físico. Sabía los problemas que aquello le acarrearía, pero por el momento eran lejanos e insignificantes comparados con la alegría deslumbrante que sentía.

Se echó a reír pensando en sus mareos. Recordaba haber leído en alguna revista que los omegas que sufrían náuseas matutinas tenían menos riesgo de abortar. Si era cierto, su bebé estaba más seguro que el oro de Fort Knox. Seguía encontrándose mal, pero ahora se sentía feliz de que así fuera.

–Un bebé –musitó, pensando en una criatura diminuta y bienoliente, con el pelo abundante y moreno y unos preciosos ojos negros, aunque sabía que el hijo de Jungkook Jeon seguramente sería un auténtico diablillo.

𝗕𝗿𝗼𝗸𝗲𝗻 𝗛𝗲𝗮𝗿𝘁Donde viven las historias. Descúbrelo ahora