☪ 𝗣𝗿𝗼́𝗹𝗼𝗴𝗼: 𝖡𝖾𝗅𝗅𝖺 𝖥𝗅𝗈𝗋 ☪

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La joven protagonista de esta historia fue caminando con total calma hasta la cocina de su hogar, pasando desapercibida por su madre quien se encontraba en el jardín colgando unas prendas de ropa

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La joven protagonista de esta historia fue caminando con total calma hasta la cocina de su hogar, pasando desapercibida por su madre quien se encontraba en el jardín colgando unas prendas de ropa. Estando en el lugar al que deseaba llegar se dirigió a un cajón en específico, sosteniendo el cuchillo de mayor tamaño que era utilizado para cortar la carne.

Sin dudarlo regreso su caminar de la misma manera. Calmada y decidida. Ni siquiera se molestó en voltear hacía su madre para comprobar que continuara en el mismo lugar. Llego hasta el final del pasillo en el que abrió el shōji de la última habitación en la que se encontraba aquel hombre que se hacía llamar su padre a pesar de no serlo realmente.

Él se encontraba tomando de aquella botella de sake y si no mal recordaba era la décima botella o incluso podría ser más.

—¿qué quieres mocosa? ¡regresa a tu habitación!

Ignorando sus palabras dio pasos firmes dentro de la habitación, cerrando el shōji tras su espalda para acercarse a su persona, manteniendo una distancia prudente de él. Sin duda, sus acciones de rebeldía lo molestaron, podía ser notado en su ceño fruncido ya que él detestaba ser desobedecido ante una orden.

—¿qué no escuchaste? —coloco la botella de sake a su lado con brusquedad. Estaba molesto— ¿acaso quieres unos buenos golpes para comprender una estúpida orden?

Lo estaba consiguiendo.

Su único objetivo desde que entró a la habitación era hacerlo enojar, provocar que la amenazara con golpearla. En otro momento una simple amenaza podía lograr que cediera a su mandato, estaba muy segura de que esa antigua versión suya acataría la orden con temor, pero ese día aquella niña ya no existía. Había desaparecido y una nueva había surgido. Una que no sentía miedo por desobedecerlo.

Una que no sentía nada en ese momento.

—insolente

Molesto por no obtener una reacción en su hija, busco la forma para levantarse del futón. Caminando tambaleante hasta la pequeña dispuesto a levantar la mano contra ella, dejando un fuerte y sonoroso golpe en su mejilla que provoco gran ardor y picor en la misma ante la fuerza ejercida.

—¡vete a tu maldito cuarto!

La mirada amenazante era algo que no podía faltar. Una mirada que buscaba trasmitir su autoridad como padre y pilar de aquella familia. Sin embargo, ella solo dejo a la vista aquella mano que había mantenido tras su espalda en todo momento, esa que sostenía el cuchillo. Cuando surgió aquella idea en su pequeña mente creyó que temblaría al tenerlo, pero se sorprendió así misma ante su agarre firme y seguro.

No había una sola pizca de miedo.

Él al notar el cuchillo en sus manos comenzó a reír de una forma burlona al imaginar que con esa simple acción rebelde podría asustarlo, la creía tonta y patética por creer tal fantasía, pero ¿acaso solo era para darle miedo?

No, claro que no.

La determinación en sus ojos fue notada por aquel hombre que la tomo cuando era una bebé, sintiendo el miedo en cada parte de su cuerpo al ver como ella levantaba su mano hasta la parte de su hombro y dirigía aquel cuchillo a su abdomen a causa de las diferentes estaturas. La satisfacción que sintió de solo ver el terror en sus ojos la impulso para repetir la acuchillada una y otra y otra vez hasta el punto de desfigurar completamente su abdomen, creando una gran mancha en el tatami de la habitación.

Al alejarse de su padre, ya fallecido, detallo su cuerpo con atención, observando sus manos y vestimenta que yacían cubiertas por su sangre. El olor metálico le provoco una ligera arcada, pero no la suficiente para vomitar.

—¡¿qué hiciste?! —exclamo su madre aterrada al ver el cadáver de su esposo. Había sido alertada por los constantes gritos del hombre— ¡lo mataste!

Con rápides se acercó a su hija, arrebatándole el cuchillo de las manos para lanzarlo junto al cadáver antes de que cruzara por su mente hacerle daño. Se situó en medio de ambos para que la castaña dejara de observar el cuerpo, sorprendiéndose por aquel oscuro en sus ojos que le causaron un gran escalofrió.

Esa no era su hija.

"No es posible" Fue lo que pensó la mujer al detallarla.

Sin perder el menor segundo posible tomo su mano menos ensangrentada, sacándola de aquella habitación y de aquella casa para llevarla al primer lugar que cruzo por su mente. Por su comportamiento Dalia no logro comprenderla. Su mente le decía que su acción iba a llenarla de alegría y de orgullo por acabar la pesadilla que ambas venían teniendo desde hace años, incluso antes de llegar a la familia.

En sus pequeñas manos seguía la sangre fresca de aquel hombre, por su mente solo se repetía un sinfín de veces la cantidad de apuñaladas que le otorgo en su abdomen. Distinguiendo su piel dañada y aquellos intestinos desfigurados que intentaban salir por sus heridas.

—¿no estas feliz, mamá?

La desconocía por completo.

Observo a la niña de reojo detallando aquellos ojos violáceos que la miraban con mucha curiosidad. Tenía miedo. Mucho miedo. Recordaba las palabras de sus familiares y en ese momento se arrepentía por no hacerles caso, por no dejarla en aquella cesta en medio de la nada solo para cumplir un deseo.

Ser madre.

Su silencio le había confirmado a la pequeña que no estaba feliz por sus acciones y de solo mirar sus ojos se notaba el miedo que sentía por ella. No lo entendía, ya que en su mente infantil solo estaba la idea de haber liberado a su madre de un monstruo cruel como en aquellos relatos que solía escuchar por las noches.

Al llegar al lugar que su madre había pensado no opuso resistencia al entrar a pesar de que odiaba aquel lugar por el destino que les ofrecían a las mujeres que entrenaban. Ese destino de convertirse en kunoichis para luego ser entregadas a un shinobi al que debían servir como esposa.

—debo hablar con la miko superior

La chica que la había recibido observo con horror a niña que mantenía a su lado, invitando a la mujer dentro para ir rápidamente con la superior a informar de la visita repentina. En la espera Dalia observo todo a detalle, separándose de su madre para acercarse a una de las ventanas que daban vista al jardín que se encontraba con muchos objetos de entrenamiento que obtuvieron toda su atención.

Fue testigo de cómo su madre se reverenciaba hacía la miko con la que mantenía una conversación, para luego pasar a su lado sin detenerse a mirarla y así abandonarla en aquel templo en compañía de personas desconocidas para ella. Ese era el adiós. Las otras mikos sintieron compasión por la niña, llevándola a una de las habitaciones en las que se hospedaría hasta cumplir su tiempo en aquel templo.

"bien hecho Dalia" Escucho aquel susurro muy en el fondo de su cabeza antes de caer rendida en aquel futón de su habitación. 

 

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𝗙𝗹𝗼𝗿 𝗠𝗮𝗿𝗰𝗵𝗶𝘁𝗮 [ᴛᴇɴɢᴇɴ ᴜᴢᴜɪ] [𝖡𝗂𝗅𝗈𝗀𝗂́𝖺 𝖥𝗅𝗈𝗋 𝖫𝗎𝗇𝖺𝗋]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora