Parte I

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1947, Kioto, Japón.

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La nación había caído, llevándose a cuestas a todos sus ciudadanos, bañándolos en vergüenza y deshonor. Katsuki siente la suciedad corroerle cada que camina por las calles, viendo los escombros de lo que una vez fuera un imperio grande y orgulloso, hoy infestado de americanos que no hacen más que contaminar a su gente.

A dos años del término de la guerra, muchas casas continuaban destruidas, dos ciudades aun luchaban por sobreponerse a la radiación y al menos la mitad de la población intentando sobrevivir en las calles. El desempleo es gigante, así como el sinsabor de la derrota con el que deben convivir. Mucho más para alguien como él, el ente de un soldado.

Un kamikaze frustrado.

¿Cómo explicar que su misión suicida no se logró?

¿Qué fue patéticamente capturado?

No hay día en que no se arrepienta haber sobrevivido tras estrellar su avión contra el enemigo. Quedar con lesiones graves, pero vivo, encerrado en campo enemigo antes de hacerle frente a la noticia que nadie esperaba: Japón se rindió.

Habían luchado en vano por años, perdido los territorios conquistados en el continente asiático. Perdiendo incluso, su propio territorio.

Katsuki siente alivio al no haber regresado de inmediato a su país. No hubiera tenido el valor de ver en los ojos de sus compatriotas la vergüenza de la derrota. Llegar humillado, sintiéndose un inútil por haber luchado y obtenido ese resultado.

Diecinueve meses le habían condenado por crímenes de guerra.

Reintegrarse a la sociedad tras cerca más de dos años lejos, era lo peor que pudo depararle la vida. La deshonra continuaba en los ciudadanos, los movimientos de personas que no aceptaban el resultado eran frecuentes; pero al final, es la mayoría la que acepta la perdida con vergüenza y decide continuar. Aun si eso significa estirarle la mano al enemigo suplicando comida.

Una mierda.

Katsuki prefiere mantenerse anestesiado bajo los efectos de licor barato, a ser consciente de que su nación se diluia en una admiración asquerosa hacia los americanos. Incluso Kioto, sin ser la capital, tenía a la amenaza extranjera pululando por todos lados. Visitando sus templos, divirtiéndose con sus mujeres. Los negocios se atiborran de ellos y muchos se fuerzan a aprender su idioma con tal de escalar un poco más que otros. Lamentablemente, no podía culpar a aquellos que agachaban la cabeza por algunas monedas.

Aunque ese no era su caso.

No había honor en la derrota, ni fiesta que hacer por haber sobrevivido a la gran guerra. Él solo busca morir de una manera decente y recobrar la honra en su nombre.

Apenas lleva unos días en libertad y ochenta dólares que ganó apostando con unos marinos. Ha pagado un mes de alquiler por una habitación diminuta, lo demás lo malgastará en alcohol y diversión.

Probablemente termine muriendo de hambre o cirrosis antes que logre decidir como acabar con él mismo.

Da un trago largo a su botella, mientras camina por la calle iluminada de Gion Kobu. El placer y entretenimiento fluctúan en el aire en medio de lo que en antaño fuera un barrio solo de geishas. Ahora se veía lleno también de prostitución y venta de alcohol en cada pequeño espacio.

Escupe al piso, muy cerca de uno de estos lugares donde los ganadores se divierten junto a mujeres que llevan el kimono bajo los hombros, tanto o más ebrias que ellos.

El mundo flotanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora