Capítulo IV

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[ADVERTENCIA]

Descripciones gráficas de sangre y violencia.

[Spoilers generales de la novela "El Gran Maestro del Cultivo Demoniaco". Quitaré, añadiré o modificaré cosas del canon según me convenga para darle forma a mi historia]

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— Líder de secta Jiang

— Sandu-Shengshou

Se despidieron con una reverencia el funcionario Wang y su asistente.

Apenas su sierva cierra la puerta corrediza del estudio Jiang se deja caer contra la gravedad, terminando de espaldas al suelo, ambas manos en el rostro, agotado física y psicológicamente.

Seis horas, estuvieron seis interminables horas discutiendo si la secta Jiang se había recuperado "lo suficiente" como para volver a formar parte del bendito comité imperial¹; durante la discusión Wanyin se vio obligado a sacar todas sus cartas: Los beneficios económicos de incluir a un lugar tan próspero dentro de los tratados comerciales, los lazos sanguíneos con Meishan Yu (que, a estas alturas, era su único aliado político), ofreció sus imparables fuerzas militares al imperio, hasta hizo mella en su reputación de hombre "justo" al castigar a su hermano jurado por sus acciones, lo intentó todo, incluido un servicio impecable, con deliciosos postres locales acompañados del té más costoso en la zona. Al finalizar su conversación tanto el funcionario como el asistente se veían bastante contentos, pero aún estaba nervioso porque, después de todo, el emperador Shu² era quien tenía la última palabra.

La mirada eléctrica de Jiang se enfocó en el trozo de cielo que se lograba ver a través de la ventana, perdiéndose entre las hermosas tonalidades naranjas producidas por el atardecer.

— ¿Hay algo más por hacer, Xiao Lu?

La joven parada al costado de la puerta negó con la cabeza, respondiendo a suave voz: — Sandu-Shengshou ha terminado sus tareas del día, buen trabajo

— Bien— soltó aliviado, su cuerpo relajándose por completo al oír aquellas palabras— Llama a alguien para que limpie este desorden, una vez que lo hagas puedes irte, acabamos por hoy

— Como ordene— contestó ella, también se veía cansada; hizo una pequeña reverencia hacia el líder y salió del enorme estudio, camino al ala de servidumbre.

Una vez a solas, el último Jiang tomó todas sus energías, que no eran demasiadas, para ponerse de pie, escuchó todos sus huesos tronar al unísono, dolientes tras permanecer seis horas en prácticamente la misma posición. Perezoso se dirigió hacia la pared más alejada de la entrada, pues allá, bajo una ventana circular, se encontraba un mueble bien decorado con flores frescas y motivos violetas, donde descansaban las espadas de sus padres; nadie se acercaba a esa zona, no existían motivos, él mismo había advertido que sería él quién mantendría en condiciones las dos armas, mientras los sirvientes se encargaban del resto en la habitación.

Desganado abrió las pequeñas puertas, extrayendo una de las tres jarras de vino que reposaban en su interior, se sintió extraño por lo irrespetuoso de tener algo tan banal, como lo era el alcohol, en lo que se supone sería un altar hacia sus padres, pero, en su defensa, a estas alturas de la vida había perdido toda motivación para continuar; sí, Jin Ling representaba la máxima prioridad ahora mismo, podría abandonar su puesto sin pestañear si eso significaba salvaguardar la seguridad del niño, pero mentiría si admitiese estar metalmente estable, o al menos lo suficiente para funcionar por sí solo y, al final, habiendo descubierto las maravillas de la embriaguez, terminó cayendo en los pretextos de un patético alcohólico, llegando al ridículo punto de tener vino escondido en los sitios, dentro de su secta, que más frecuentaba.

Linternas | ChengZhanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora