❛ Miedo ❜

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  ¿Cómo decirlo? Jack Conway era un desgraciado. Esa era la palabra indicada para describir a un ser tan frívolo y sin escrúpulos que actúa sin pensar en las consecuencias de sus actos, o más bien, en cómo puede repercutir en las personas que conforman su entorno.

     Dolía mencionarlo, pero el claro ejemplo estaba en la sangre que manchaba sus manos, el peso de la responsabilidad de ser él quién hubiese matado a las únicas tres personas que amaba con todo de sí. Cada noche cuándo se sentaba en su cama, viendo ese espacio vacío, los grandes y azules orbes de quién alguna vez fue su esposa, aparecían en su mente, y su recuerdo le quemaba como las mismas brasas del fuego en contacto con su piel. Podría decirse que estaba acabado, y así se sentía, aunque era todo lo contrario porqué existía algo que lo mantenía a flote, firme en su posición y sin poder caer al vacío tanto como anhelaba.

     Si le preguntaran, Conway esperaba desesperadamente el día de su muerte, sin importarle si era un disparo o un ataque cardíaco que se decidiera por quitarle el aliento de una vez por todas (pues siempre sobrevivía a estos sin saber cómo, de hecho, los médicos lo consideraban un milagro).

     Sin embargo, y aunque se negaba rotundamente, una nueva persona apareció para hacerle cambiar de opinión en cuestión de meses. Las ganas de morir no desaparecieron, pero esperaba el día siguiente con más ilusión, pensando que debía vivirlo al máximo. Lo haría como Julia no pudo hacerlo, pues a ella le arrebataron la sonrisa inesperadamente, no se despidió de Jack, no le dió un último beso de buenas noches al pequeño Mathias, tampoco abrazó a la hermosa Danielle diciéndole que lograría ser igual de grande que su padre...

     De repente creyó que la castaña podría tomar el lugar de su difunta esposa, pero con el paso del tiempo supo que eso sería imposible. Nadie era capaz de reemplazar los días en que Jack se recostaba sobre sus piernas y ella simplemente acariciaba su cabello, diciéndole lo mucho que lo amaba con esa amplia sonrisa que le hacía sentir revitalizado; nadie era ella.

     Y Ania lo comprendió aquel día que se quedó a solas con Jack. Ambos como niños inexpertos, pero conscientes del daño que podrían causarse.

     Los oscuros iris de Jack reflejaban esa inquietud en el agresivo océano cuando hay grandes corrientes de viento, y es tan impredecible como las nubes grises cubriendo un hermoso día soleado. En eso se basaba la personalidad de Jack Conway: ser el sol y la tormenta.

     Ania negó lentamente cuándo vio sus labios torcidos en una mueca de temor, diciéndole que no sabía cómo hacer las cosas. Le parecía aterrador pisar un terreno que hacía mucho abandonó, era el único lugar dónde él no podía tener el control de nada, ni siquiera de sus emociones pues su corazón latió con ferocidad en el momento en que la ojiverde acarició con delicadeza sus mejillas.

     Aquel cosquilleo quemó en su piel por medio de las lágrimas que derramó repentinamente. Su temblorosa mano se dirigió a sus ojos, cubriendo estos y así hacer el intento de detener su llanto, a pesar de que sabía lo inútil que resultaría tratar de apaciguar la tristeza que llevaba abrazándolo por mucho tiempo. No, no, no y no, no podía, o más bien, no debía permitir que se le viera de aquella manera.

     ¡Era el superintendente, rayos! La viva imagen del poder, de la autoridad de hacer y deshacer en la ciudad como se le viniera en gana. El hombre poseedor de aquel porte elegante con ese agraciado manejo de armas, usando su profunda voz como una misma, firme a su posición y fiel a sus principios; era quién se negaba a enfrentar esa batalla con su terco corazón, aun cuando siempre repetía la importancia de jamás rendirse.

     El pelinegro se apartó de la mujer y caminó de un lado a otro en su despacho, ese lugar seguro dónde era él mismo, y sonaría extraño, y no importaba porqué ahí podía quitarse esa coraza que ocultaba su fragilidad. Ania podría juzgarlo y burlarse de la fachada que tenía cuando en realidad, era todo lo contrario a lo que siempre veía allá afuera en los códigos 3, en una persecución o dando órdenes en su comisaría. De cierta manera, era especial para ella el hecho de que Conway no fuera tan predecible como muchos hombres que conoció en lo que tenía de vida; era capaz de ser elocuente, usando un vocabulario sumamente pulcro para verse imponente, dándose a respetar por la autoridad que emanaba, y de pronto, se le veía haciendo el tonto con su mano derecha.

𝐒𝐚𝐲 𝐲𝐞𝐬 𝐭𝐨 𝐡𝐞𝐚𝐯𝐞𝐧  |  𝑱𝒂𝒄𝒌 𝑪𝒐𝒏𝒘𝒂𝒚 𝒐𝒏𝒆 𝒔𝒉𝒐𝒕𝒔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora