Peter

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Me siento... No, miento, soy un puto acosador de mierda. Y pensarás: «Bah, tampoco hay que exagerar las cosas». Pero es que llevo cuatro años yendo a la misma cafetería para verla a lo lejos, porque la veo tan jodidamente tímida que no quiero asustarla. Puedo ser muy impulsivo. Tanto que lo poco que sé de ella es porque la he seguido desde las sombras. Estudia y trabaja. Básicamente esa es su vida. Nunca la he visto quedar con ningún chaval si no ha sido para hacer un trabajo conjunto. Y normalmente suele ser con alguna chica. ¿Es que los tíos de su alrededor están ciegos o qué? Si fuese alguno de ellos ya me hubiera tirado a su yugular. Y nunca mejor dicho.
Está empezando a anochecer y ya he aparcado frente a la cafetería donde trabaja. Gracias a los cristales tintados puedo observarla y que nadie vea lo que estoy haciendo. Soy patético, lo sé. Nadie se pondría a hacer esto, nadie que no fuese un acosador o un pajillero. Tampoco pienses que me voy a hacer una paja mientras la observo servir a la gente. No soy ningún degenerado. Pero no voy a negar que he pensado en ella cuando he buscado a alguna chica para alimentarme. Tampoco voy a mentirte a estas alturas de la vida.
Estoy esperando a que termine de anochecer para poder entrar a la cafetería y tomarme un café. No debería tomarlo, porque me revuelven el estómago las bebidas de los humanos, pero con algo tengo que fingir para poder estar allí.
Hoy he venido con la intención de hablar con ella. Hasta me he traído un libro para fingir que estoy leyendo, a ver si así capto su atención y se acerca a mí. Por primera vez no está en la barra, por lo que tendrá que venir a atenderme. O eso espero. Porque estoy decidido a hablarle hoy e invitarla a la fiesta para universitarios que he organizado para mañana por la noche en mi discoteca. Tengo que dejar de ser el acosador en el que me he convertido y pasar a la acción.
Miro el cielo cada dos por tres. Estoy ansioso. Como un niño la noche antes de Navidad deseando ver los regalos que le ha traído Papá Noel, pero en mi caso es la esperanza que tengo de que acepte mi invitación. Hasta le traigo varias entradas con pase VIP para que traiga a alguna amiga o compañera de piso, para que no se sienta tan incómoda pensando que va a estar conmigo a solas.
Siento el característico cosquilleo en la nuca que cada día me avisa de que el sol se acaba de poner del todo. Decidido, cojo el libro, reviso que llevo la cartera, el móvil y las entradas
en los bolsillos interiores de mi cazadora y salgo del coche. Pulso el botón de cierre automático del coche mientras cruzo la calle mirando a ambos lados. No, no he usado el paso de peatones porque no me da la gana.
Entro en la cafetería y me siento en una mesa apartada de los grupos que hay sentados. Quizás así se detenga un rato a hablar conmigo. Abro el libro, sin mirar siquiera la página por la que lo he hecho, y espero paciente a que se acerque a mí.
Su compañera ya me ha visto, me ha saludado con la mano de forma bobalicona en el momento en que he levantado la vista del libro. Ella ha terminado de recoger una mesa y se
acerca a la barra para dejar la bandeja en ella. Entonces se gira en mi dirección y nuestros ojos se encuentran. Sus ojos se abren un poco más de la cuenta por la sorpresa. Toma aire antes de encaminarse hacia mi mesa.
—Buenas tardes, señor. ¿Qué desea tomar? —pregunta con educación, pero su mirada gacha y el rubor que empieza a teñir sus mejillas me dicen que está avergonzada.
«A ti», dice mi mente, pero contengo ese pensamiento a toda costa.
—Buenas tardes. Quisiera tomar un expreso. Pero ¿podrías preparármelo tú, por favor? No me gusta el que tu compañera prepara. —Hago una leve mueca con la esperanza de que diga
algo.

—Claro, no hay problema —responde tímidamente sin alzar la mirada y se va directa a la barra.
No le quito los ojos de encima, y esta vez no me corto ni un pelo. Veo que la compañera se acerca a ella, por lo que decido aguzar el oído para poder escuchar la conversación.
—Deja, ya hago yo el café —dice su compañera.
—No, me ha pedido que se lo prepare yo y estamos en su campo de visión. No quiero problemas —le responde, sin dejar que la mangonee.
Tímida, pero tiene su carácter. Eso me gusta. Demasiado,quizás. Sus movimientos ahora parecen más enérgicos, como si de ese modo no le dejara a su compañera otra opción que mirar o seguir recogiendo tras la barra. Coloca el café y unas pastas de cortesía en un plato pequeño en una bandeja vacía y la carga antes de encaminarse hacia mí.
—Gracias. No sabes cuánto te lo agradezco —menciono mientras me sirve—. ¿Vas a ir a la fiesta de universitarios de mañana? —pregunto, como el que no quiere la cosa.
—Eh... No, no salgo nunca. Los estudios ocupan todo mi tiempo fuera de la facultad y el trabajo -responde, sin mirarme a los ojos.
—Verás... Es que quería invitarte —menciono, con sinceridad. Ella me mira por fin, con sorpresa en la mirada—. A ver, tampoco es una cita. Podrías venir con tus amigas. —Sin
esperar a que responda, saco del libro las invitaciones.
—¿Por qué? –pregunta, sin salir de su asombro.
—Por ser diferente _respondo con sinceridad—. Todas me conocen, y también conozco su interés.
—Yo no soy como ellas -asegura, colocando la bandeja contra su costado—, y tampoco sé quién eres —termina de asegurar.
—Por cierto, lamento mi falta de educación. Me llamo Peter Garrido —me presento, extendiendo mi mano hacia ella.
—Wendy Párraga —se presenta, estrechando mi mano, y por primera vez su sonrisa se muestra amplia, hasta el punto de ver sus dientes.
Su mano es suave y cálida. Me hace sentir un anhelo que jamás había experimentado. Necesito más de ella, a pesar de no conocerla en realidad.

Llévame a Nunca Jamás  "La historia detrás de la leyenda"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora