Nada más entrar en el portal, cierro la puerta y me apoyo
en ella. No sé cómo gestionar lo que ha pasado esta tarde y,
peor aún, no sé qué hacer. Acabo de prometer asistir a una
fiesta de disfraces.
—Pero ¿en qué narices me he metido? —digo en voz alta,
para intentar creer lo que he hecho.
Subo los tres pisos a toda prisa con la esperanza de encon-
trarme a las chicas en casa aún. Aunque muchas esperanzas
no tengo, tal y como hablaban esta mañana sobre la fiesta de
esta noche, al abrir la puerta lo primero que escucho es hablar
a Sharon sobre la fiesta de disfraces de mañana y que no ha
sido capaz de encontrar entradas para las dos. Sin decir nada,
dejo las llaves en su sitio y me voy a dejar la bolsa en el dor-
mitorio. Cojo los pases y voy a la cocina. Sharon y Mary están
preparando la cena.
—Hola, Wen —me saludan al unísono y me miran con el
ceño fruncido.
—¿Estás bien? —pregunta Sharon, acercándose a mí—.
Parece que tengas algún problema. —Coge mi mano y me
hace ir con ella hasta la mesa para sentarnos—. Cuéntanos
—enuncia.
—Sí... Bueno, tampoco debería ser un problema, pero para
mí lo es. —Me froto la cara con las manos con una frustra-
ción que no puedo contener—. Veréis, he conocido a Peter Garrido y me ha invitado a la fiesta de disfraces de mañana,
y...
—Espera, ¿el dueño de Neverland? ¿Te ha invitado Peter
a la fiesta de mañana? —Sharon parece no poder creerlo. Yo
tampoco lo haría, viendo mi ausencia de vida social. Y hace
la última pregunta enfatizando de forma exagerada una por
una cada palabra.
—Ese es el problema —respondo, sacando las entradas del
bolsillo trasero del pantalón—. ¿Cómo voy a ir disfrazada si
apenas me puedo costear ropa nueva? Y, peor aún, ¿y más
consumiciones? —Apoyo los codos en la mesa y las manos
en mi cabeza.
Sharon coge las entradas de la mesa y las examina para ver
si son reales.
—Tía, Mary, ¡que son reales! —exclama, acercándose a
Mary para enseñárselas.
Ambas se miran y luego me observan sonriendo, como si
estuviera haciendo una montaña de un grano de arena.
—Sabes que se puede sacar un disfraz de ropa cotidiana,
¿no? —comenta Mary—. ¿Y para qué quieres tantos pases?
—pregunta con mayor interés.
—Si tuviera algo más que pantalones y sudaderas o jerséis
no supondría un problema. —Suelto un leve suspiro, alzan-
do la mirada hacia ellas—. Pues ya que no tengo amigas, po-
dríais acompañarme. Peter me dio tres entradas para que no
pensase que quiere propasarse conmigo, o algo así... —Uno
mis manos y empiezo a jugar con las uñas al tiempo que me
encojo de hombros.
—Y para eso estamos las compañeras de piso. —Se acer-
ca de nuevo Sharon—. ¿Sabes de qué te quieres disfrazar? —
pregunta con curiosidad.
—Eh... No. No me he disfrazado nunca —digo cabizbaja.
—¿Es que tus padres no te han permitido vivir una infancia
normal? —pregunta Mary esta vez.
Las miro, mordiéndome el labio inferior. Debería decírselo
de una vez, pero no quiero que me tengan lástima y tampoco
quiero seguir evadiendo preguntas. Estoy cansada de no te-
ner nada por miedo a todo.
—No recuerdo a mis padres. Murieron en un accidente de
tráfico y me he criado en un orfanato. —Lo suelto como el
que acaba de soltar una enorme losa de hormigón armado.
—Lo sabía —suelta Sharon sin más, Mary y yo la miramos
perplejas.
—¿Cómo que lo sabías? —le preguntamos al unísono.
—Atando cabos —responde, como si fuese lo más senci-
llo del mundo—. A ver... Llevamos viviendo juntas dos años.
Jamás nos has hablado de tu familia, no tienes fotos de nin-
guno de ellos. Eres reservada. Miento, eres hermética. No he-
mos cruzado contigo más de tres frases completas. No haces
otra cosa en tu vida más que trabajar y estudiar. Por no saber,
no sabemos ni la fecha de tu cumpleaños. —Enumera cosas
por las que por separado lo más seguro es que nadie se daría
cuenta, pero Sharon es más analítica de lo que pensaba.
Por un momento las miro a ambas con un remolino de sen-
timientos que no sé cómo describir. Siento cómo mis ojos se
anegan, pero no quiero llorar. Me prometí de pequeña que no
lloraría delante de nadie más. Aprendí a contener mis emo-
ciones hasta estar a solas por la noche, para poder soltar todas
mis emociones y llorar con tranquilidad.
—Vamos a ver qué encontramos en el armario. —Se acer-
ca Mary para coger mi mano y tira de mí en dirección a su
dormitorio.
— Pero si no llevamos la misma talla... —intento excusarme.
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Llévame a Nunca Jamás "La historia detrás de la leyenda"
General FictionÉl está obsesionado con ella. Wendy no tiene ni idea de su existencia. Pero cuando aquel rubio de cálidos ojos azules se presenta en la cafetería donde trabaja y le hace una propuesta, dejará sus miedos atrás y aceptará, sin saber que esta decisión...