El rey Ethan abrió con fuerza las puertas del palacio y se dirigió bufando al salón de entrenamiento, pasó caminando a paso firme por un gran jardín lleno de flores de lavanda. Levantó su mano derecha y dio un ligero empujón de viento desde la distancia, abriendo las puertas del salón, una técnica sencilla pero lo suficientemente fuerte para abrir la gran puerta. Entró al salón un poco molesto, e inmediatamente sintió una ventisca helada que le erizó la piel. Inconscientemente se llevó las manos a sus brazos, abrazándose, para evitar el frío. Una sensación incómoda que el tiempo lo obligó a acostumbrarse. En él, no se encontraba ni una sola persona. El salón estaba totalmente congelado, picos de hielo que brotaban desde el techo, y el piso cubierto de escarcha.
— ¡¿Jeil dónde estás?!— exclamó el rey Ethan enfadado.
dónde se metió este mocoso ahora, pensó.
Desde un rincón oscuro, salió el chico. Se ocultaba en las sombras como si fuera parte de ellas. Se sentía cómodo en la densidad de la oscuridad, nadie podía verlo, ni hacerle daño. Nadie lo alcanzaba. A pesar de su altura el rey no fue capaz de verlo, ni siquiera lo había notado. Se sintió feliz, porque fue invisible, al menos esa vez, si lo quería. Fue él quien lo decidió. Al salir de las sombras su cabello pelirrojo brilló con la luz que entraba por las ventanas del salón. Su padre, Ethan; clavó sus ojos verdes en los iris marrones de Jeil. Tan delgado que, si no fuera el hijo del rey, cualquiera pensaría que era un chico de los barrios bajos. Es gracioso porque todas las personas que lo han visto alguna vez, piensan eso. Porque nadie además de su padre, sus hermanos, y las personas que trabajan en el palacio saben la verdad. Saben quién es. El hijo del rey, el hijo ilegítimo de la reina. Ese maldito es él.
— ¿Ya es la hora papá? — le preguntó despreocupado. Mientras caminaba hacia él.
— Si, apresúrate o llegarás tarde. Es tu primer día, deberías de tomarte esto un poco más en serio. Déjate de juegos y prepárate que el carro te está esperando afuera.
Ambos salieron del salón de entrenamiento y se dirigieron al palacio.
— Sé que la vuelta es difícil Jeil— dijo el rey Ethan, haciendo una pequeña sonrisa, cargada con un poco de dolor, posando su brazo izquierdo en el hombro de Jeil—, pero esto es algo que tienes que hacer, por favor esfuérzate.
Asintió con la cabeza.
— Lo haré papá, daré lo mejor de mí— dijo, tratando de ocultar su ansiedad. Tratando de que no notara lo mal que lo estaba pasando.
Volvía después de 3 años a la academia. Tenía ganas de asistir, pero también se sentía bastante abrumado; solo de pensar en que tendría que moverse entre tanta gente desconocida se le revolvía el estómago, después de todo, se había pasado los últimos tres años estudiando con instructores de primera sin salir del palacio. Esta salida era todo un reto.
— Jeil, escuchaste sobre el avistamiento de uno de los seguidores del rey demonio, Urano ¿No es así? — le dijo el rey Ethan. Su padre.
— Si, lo he oído— contestó Jeil. Mientras se ponía el uniforme en su cuarto—, ¿Qué pasa con ello?
— Ellos últimamente andan rondando el reino, durante la noche e incluso por el día— le explicó Ethan—. Te pido un favor Jeil, si llega a aparecer alguno cerca de ustedes ¿puedes cuidar de tus hermanos mientras nosotros estemos lejos? solo tienes que aguantar hasta que lleguemos.
Lo que le pidió era demasiado egoísta. Arrogante de mierda. Apenas puedo conmigo, ¿cómo podría con ellos también? Eso fue lo primero que pensó, pero luego, cayó en que por ellos haría lo que fuera, porque ellos son su motivo de vivir. Por que ellos son sus hermanos.
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El príncipe que nunca será rey
FantasyJeil vuelve después de 3 años a la academia. Tenía ganas de asistir, pero también se sentía bastante abrumado; solo de pensar en que tendría que moverse entre tanta gente desconocida se le revolvía el estómago, después de todo, se había pasado los ú...