CAPÍTULO QUINTO

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LUJURIA, CRIMEN Y PERSECUCIÓN

La pasión obedecería casería impuesta en la visión compartida, la sepultura grupal carecía sustancialmente de energías derramadas; doble agrupación ofrecería surrealista esencia a un realismo adolescente entre intervalos a destiempo de un cuadro hecho desde los sinfines de la carne impostora. Orgásmicas necesidades descubiertas al trazo de una señal, cómo pequeñas pre-cuelas del psicoanálisis más terminantemente indiscreto e insospechado.    

    Razón por la cual entrometía maniobra en el pozo líquido, llevó a la visualización subjetiva en los escenarios deslumbrando una ladrona de verdades y ratera de inocencias. Cadey se retorció en la camilla con delicadeza inútil; podrida en aquella sala a penumbra cogió fuerzas en su historia desdichada e intentó caminar a medias hacía los instrumentos de uso en los pacientes, sus piernas adoloridas cómo si dos taladros estuviesen fijados en sus huesos disminuían sus pasos. 

    Tijeras, cuchillos filosos pequeños, cintas, alcohol, inyectadoras recargadas con las drogas más anestésicas posibles, drogas y más drogas que tuvieron espacios en bolsas diminutamente imperceptibles. Teresa corrió tranquilamente por aquel sendero que daba camino a la estructura principal, los guardias no llegaban de doble turno, las entradas más que liberadas eran centros donde operaban cámaras de seguridad, algunas armas u otros documentos de acceso a otras instalaciones. Teresa recargó su arma con tal de no gastar la segunda que había tomado, era necesario matar con tres disparos, tres disparos contados por tiempo. 

    La recién llegada obtuvo curiosidades a flor de piel a lo largo de su llegada al psiquiátrico, no tuvo premura en levantarse de la cama haciéndose validar de su astucia y doblar el candado de la puerta saliendo a duras ansias del recinto, dejándolo con un instrumento urgente de uso. Recorrió el pasillo con la tranquilidad de toparse con la cara del mensaje de bienvenida, si bien actuaba en consciente estado, poseía características particulares cuyas revelaciones privatizaba de lleno, sospechaba de su envío por error y quería la misma cena de comer: venganza. 

    Alguien caminaba por su vida, otra anteponía pasos equivocados, alguien prendía el cielo lentamente con un fósforo. Cadey escuchó orgasmos abreviando nombres carnales desde una oficina entreabierta, luces disminuidas, posturas sensuales homogéneas, voces malditas evadiendo castigo ante los pecados capitales. Y entre aquellos escenarios suspensivos la visitante irrumpió un destino mortal, su mirada palpitó sobre un eco sin cuerpo. 
    —Corre de aquí, estas manos no suplican tu sangre.
    —Sé de tu destino, cree tu origen, llegaste a aquí por conveniencia no por locura. Amas matar, no eres tú quien debería atravesar esa puerta. 
    —Con sentido no llegaré a creerte, mi oído no jugará tu rompecabezas verbal.
    —Tu hermano atormenta su lejanía con tu desconocimiento, sabrías de la sangre que se desliza más no corre. 

La verdad creó una revolución sangrienta.

    Cadey y la visitante, observaron el sexo a diestra siniestra en las gargantas nombradas por brazos recogidos en posiciones lucrativas, física permanencia destruía vendas visuales. 

    Teresa, disparó detrás de la espalda de la visitante quien soltó al viento cerrado un grito despertador, dos disparos se levantaron cómo murallas sempiternas en el pecho de la estatua doblada por curvatura diagonal a su sangre, otro disparo más cercano cerró las amígdalas de Cadey al ser ella quien disparase en el abdomen de la directora Lorraine Harlem quien maldijo su suerte al caer desprovista ante el suelo helado de aquella oficina perpetrada a fondo, perpetrada a disparos placenteros de promesa sonrientemente cumplida. Cómplice desgarrada intentó huir lentamente, otros disparo le atravesó la espina dorsal nerviosa, retorcimiento en el acto excitó carcajadas sádicas que lengua saboreaban el mando del armamento. Cadey sostuvo el arma colocándola enfrente de la directora semiviva que daba última mirada hacía el ángel del castigo, sus ojos chorreaban un mensaje facial… Un disparo le llevó el sueño anhelado desde su ingreso, el acceso al descanso absoluto.
    —Jamás tendrías mi cuerpo en tu escritorio, jamás bebería tu flujo maligno.
    —Eres lo que eres, te salvas de ti misma.

    La pasión recorrió dolorosamente sosegados faros lumínicos en el simbolismo corporal, detonó la ausencia de la absoluta ubicuidad un poderío masivo adulterando caminos desgraciados donde esperanzas cómo rayuelas libres dibujaban acertijos mientras que el verbo hecho carne jamás podría salir. Atropelladora persecución vomitó amenazantes laberintos así como entrometer el pasado en una cueva brutamente ficticia, sobrevalorar el valor inédito de escenarios póstumos sin espacios en la carrera a contrarreloj vivo. Quedase ningún minuto de pie, ningún segundo energético sin que las tres piezas del ajedrez fuesen las tres jugadas del rey en el visor de su ojo francotirador. 

La Visitante. ©️ ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora