CAPÍTULO CUARTO

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DÍMELO AL OÍDO

    Percibir una sinfonía en los tuétanos del hueso, el sol rezaba sus últimas plegarias antes de desaparecer en una nube frondosa. La tarde caía desmenuzada en pintorescos fragmentos de silencios enjaulados, pasillos entumecidos cerraban vientos traviesos, aventuras gritadas humeaban entornos intranquilos, extrovertidos enjambres tramposos seducían paranoias y reflejos amistosos en las somnolientas privaciones al descanso. 

    Humboldt revisó el horario de su puesto de trabajo, quedaban dos horas más para largarse al carajo y visitar su hipnosis una vez que deseaba tocar fondo, un recuerdo breve le sucumbió la memorización de un evento inhumano; la destreza astuta de su hermana pequeña ante la crítica destructiva y despectiva de su madre drogadicta; sobredosis de anfetaminas le trajeron una puñalada en la pierna derecha tras gotear demás el vaso de agua. La pequeña demonia pisó los terrenos del odio en los órganos hasta medir en el tiempo una venganza católicamente digna. Y digna católica sentencia fuese cual fuese terminó arrastrándola a su propia desequilibrada salud psicológica.

Humboldt deseó privatizar sus sentimientos ante la premisa de ver a su madre obtener un fragmento de karma, no pudo sentir más repulso al percatarse que vino al mundo por una mujer ambiciosa y desnutrida por su adicción. Crió a Cadey cómo una flor sin aberturas al mundo, quiso estudiarla en profundidad hasta observar carácter poderoso en sus fuentes desconocidas, nació para matar nació para salvarse de sí misma, tuvo la debilidad de enamorarse de lo bello sabiendo que de lo majestuoso nadie regresa con vida; sacrificas todo por obtenerlo, poseerlo hasta la raíz, mientras que no deseas perderlo con el fin de llegar hasta donde no podrías llegar sola.
    —Cántame al oído, dímelo al oído, sé que volverás a mí.
    —Sé que quieres de mí, sóplame las vendas haciéndome ver tu rostro muerto.
    —No puedo, no podré jamás, encuéntrame solamente en tu deseo. 

Cadey despertó a la máxima hora del levantamiento de las palizas infantiles, la pulsación remota detuvo un latido pausado abriendo un soplo atragantado en su respiración. Ahogada, consumida, manoseada, confusa, sobresaltada, fueron síntomas creando la visión vengativa dentro de su alucinación más perfecta de animal liberado. El fuego, el fuego corría ferozmente en su abdomen, cerró sus puños de garra, oprimió sus ojos hasta el centro de su pesadilla naciente.
    —Abre los ojos, dímelo al oído, es tu turno.

Una voz recorría espalda en cuestión de toques leves, quemadura sostenible en la niñez, retrete asqueado bajo su pubis, seductora psicología nevando sobre sus impulsos defensivos, palabrerías cursis de rabillo secreto, pactos de manos sucias doblegar enfermizos comportamientos enviados por Dios, ¿Dios quiso observar el mal sentado en un sofá? Quiso Dios olvidar que necesitó de la tierra más que la tierra de él. 

    Teresa olvidó el reloj en su cama de pedestal fantasma, se convirtió en la invisibilidad unísona a un toque asesino, descuartizó miradas seguras por suplicios vivientes en memoria de familia querida, ¿familia querida? La familia era un arma, la familia era un hecho importante a partir de afuera, adentro familia era solo una palabra descompuesta. Los guardias yacían en los suelos ensangrentados, las celdas abiertas de par en par, el llamamiento desembocó la huida ante el peligro que acechaba su sombra, la noche escalaba el cielo queriendo gobernar un abismo entre nubes, pájaros y jaulas.

    Del otro lado de la estructura, la directora Lorraine Harlem se venía sobre la quien en su sediento cuerpo le suplicaba la exquisitez divina. Culpable de su error, la sangre empezaría a chorrear por la boca.

La Visitante. ©️ ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora