Capítulo IV

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Llevaba ya una semana y pico conviviendo con Alejandro (desde ahora, Álex). No estaba mal como compañero de piso. Desde el principio se había mostrado dispuesto a echar una mano en la casa (total, barrer y fregar sabemos todos, pero era una mano más ayudando. O un par). Lo único malo que me rompía mi esquema con las series. Aún recuerdo la noche que llegó, elegida para empezar la primera temporada de "The 100". Aceptó a verla sin problemas ("Si es que tengo que ver algo, que allí el internet va fatal y no puedo seguir ninguna", me había dicho). Optimista yo, endendí el disco multimedia a la tele, y puse el primer capítulo.

—Oye, ¿y esa quien es? ¿Y esos mendas? ¿Y por qué hacen eso? ¡Ostia, que buena está esa! ¡¿Pero qué ha sido eso?!

Sí, Álex tenía (y tiene) la mala tendencia de comentar las películas, las series, las noticias, y las pausas publicitarias. Y eso lo puedo tolerar cuando ya he visto algo (soy fan de los revisionados) pero cuando me pilla entrenandome con una serie, me daban ganas de agarrarle por el cuello de la camiseta y sacudirle gritando "¡Y yo que seeeee, que yo también lo estoy viendo, coñoooooooo! ¡Callaaaaaaaa!". Pero me contuve y subí disimuladamente el volúmen de la tele. No captó la indirecta, pero al menos no gritó más para hacer sus comentarios.

Eso por no mencionar la que me lió a los tres días de llegar. Me mandó un mensaje para que comprase yo el pan, que el cocinaba ese día. Pues de acuerdo. Al salir del curro (soportando cómo el jefe se daba el lote con Marisa; una imagen que yo podía tolerar, pero más de un cliente se fue para no volver) pasé por la panadería, y dejé el pan sobre la mesa, fuera de la bolsa, antes de ir a cambiarme.

Mi primo llegó a los cinco minutos. Y juro que no olvidaré la forma de saludar que tuvo.

—¡Hola, priMO QUE ES ESTO!

Vaya grito que pegó. Volví al comedor, pensando que no habría recogido el vaso del desayuno, o me habría dejado unas migas. Pero no. Mi primo me señalaba la barra del pan, que reposaba sobre la bolsa.

—Hola, Álex. ... ¿Qué es qué?

—¡Eso!

—... Una barra de pan. ¿Preferías una chapata?

—¡Que qué hace bocabajo!

—No se... la he sacado de la bolsa, y tal como estaba...

De un movimiento puso la barra bocarriba. Me quedé unos momentos esperando a ver si decía algo más, pero se fue a la cocina. Yo opté por empezar a poner la mesa, y no dijimos nada más hasta que terminó el telediario, después de comer. (Mira, ya sé cómo tocarle las narices si me mosquea, pensé para mis adentros).

Y ahí estaba yo, trabajando tranquilamente cuando de pronto recibí otro mensaje de mi primo aquel viernes. "X q no t viens dspues dl curro y tomamos y comemos x ahi?" Ay, mis ojos. Y todavía debía agradecer que pusiera "ahí" (aunque fuera sin tilde) y no "hay". Pero al margen de eso, no era una mala idea. Al fin y al cabo, no habíamos ido a ninguna parte desde su llegada, él se había incorporado pronto a los estudios. De forma que le mandé un "Vale" y seguí a lo mío.

Tocaba montar un ordenador nuevo ese día. Tenía a mano todas las piezas, o eso pensaba yo. Habíamos pillado unos i7 de cuarta generación y ya teníamos el pedido con estos. Pues manos a la obra me puse. Abrir caja, apartar cables, atornillar la placa base a la caja, sacar el procesador... y ya la habíamos liado. No encajaba. Uuuuuh... qué raro... Volví a poner el microprocesador con delicadeza en su plástico, y empezé a pensar.

Y vi la respuesta al revisar el manual de la placa: sólo era compatible con los micro de tercera generación, no de cuarta. Pues con esto sólo había dos opciones.

Nueva vida, nuevos problemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora