Capítulo V

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¿Qué posibilidades había? La ciudad era grande, y en ese campus debía haber miles... Bueno, o cientos de estudiantes, que estamos en pleno tijeretazo. Aún así, tampoco es la única que hay por los alrededores. Hay más a un tiro de tren. Con sus infinitas posibilidades de carrera. Y resulta que mi primo coincide en la misma universidad, en la misma especialidad, en el mismo aula, que Judith. Tendría que haberme asomado antes por aquí, está claro.


Lo que no sabía era quién era la amiga. Otra compañera, claro. Cuando estaban cerca, pude comprobar que la "gafapastas" tenía cristales en la montura. Confié en que estuvieran graduados, pero ya me caía un poco mejor. Venían alegres, o eso parecían indicar sus sonrisas. Que me podía equivocar, ojo.


—¡Hola, chicas! —dijo Álex—. Presentaciones rápidas... Laura, Judith, mi primo Rafa.

—Encantada —dijo la primera, adelantándose. Los dos besos de rigor.

—Igualmente.

—Ya nos conocemos, ¿no? —bromeó Judith. Esta vez sentí que me encarnaba un poco con el saludo.

—¿Ah, sí?

—Trabaja en la tienda donde me pillé la tablet —aclaró ella.

—Qué callado te lo tenías, primo —bromeó Álex.

—¿Y yo qué iba a saber? —le dije, con fingida indignación.

—¿Nos vamos a tomar una entonces?

'Amos.


Caminamos a un bar que estaba cerca. Seguramente hacía su agosto cada viernes con la salida de los estudiantes. A mi izquierda tenía a mi primo, que charlaba con Laura, por supuesto. El flirteo era palpable en el aire, podías incluso olerlo. A mi derecha, Judith. Y arriba, mi cerebro, trabajando por poder sacar algún tema de conversación. Cualquiera que no fuera el tiempo... o la política, los toros, la religión, la homeopatía, los videos porno...


—¿Qué tal por la tienda? —me preguntó ella de pronto.

—Bueno, como todo... Algunos días mejor que otros... Ayer mismo nos llegó un tipo que decía que le habíamos timado.

—¿Timado?

—Que no encendía el ordenador que le habíamos montado.

—¿Y encendía al final?

—Sí. Cuando le das al interruptor de la fuente de alimentación, funciona muy bien.


¡Carcajada al canto! Me quedé sorprendido. Admito que tenía su guasa, pero me pilló de imprevisto. Mi primo y su amiga nos miraron, extrañados. Yo me hice el longui.


—Seguro que a tu jefe le encantó.

—Bueno, se pusieron a discutir y todo. Que no le habíamos dicho que tenía que ser así, que nos iba a denunciar, mi jefe que no había huevos... La típica conversación desenfadada.

—Apuesto a que no te aburres allí.

—No —mentí. Bueno, era verdad a medias. Había mañanas muy lentas.

—¿Te puedo decir algo en confianza?

—Claro.

—Tu jefe me pareció... un poco baboso...

—No, mujer, qué cosas dices.


Pretendí sonar serio, pero algo me lo impidió. Mi jefe era una prueba humana de que las hormonas animales continuaban en nuestro ADN, y si la chica se había dado cuenta, para qué negárselo. Era totalmente cierto.

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⏰ Última actualización: May 09, 2015 ⏰

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