Capítulo 3

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La primavera se hacía notar tras algunas semanas ausente en las que el invierno tomó su puesto. Si bien es cierto que no hacía tanto fresco como en semanas pasadas y la gente no estaba tan impaciente para buscar una bebida que aleje el frío de sus cuerpos, otros todavía buscaban el cálido consuelo de un vaso de café recién hecho con bollos o galletas de acompañamiento. Los clientes habituales –en su mayoría trabajadores o estudiantes– seguían viniendo a menudo, Bonnie los atendía a todos en el mostrador cuando entraban en su turno.

Entre los clientes comunes todavía se encontraba Bon, y eso a Bonnie le parecía maravilloso. No solo las plantas parecían cambiar con la primavera, sacando a relucir sus hojas nuevas y brillantes pétalos, llenando el ambiente del local de un fresco aroma, también estaban cambiando ellos, aunque todavía no lo comprendían.

Desde su puesto de trabajo Bonnie lo veía en la misma mesa de siempre, de nuevo con un montón de papeles por todos lados, pero escribiendo con una sonrisa y una graciosa mueca de concentración. Las gotas de rocío de la ventana se reflejaban en sus ojos verdes como pequeños cristales de esmeralda, los cuales no se apartaban un instante de las notas y los pentagramas. Daba gusto verlo tan feliz, pensó Bonnie.

Desde la primera vez que le había ayudado con sus canciones su ánimo había vuelto poco a poco junto a la inspiración. Abandonó periódicamente su actitud frustrada, volviendo a ser el chico alegre y torpe que Bonnie bien empezaba a conocer. Después de esa primera tarde en la que se centraron en las canciones pudo ayudarle un par de veces más. Era revitalizante centrarse de nuevo en la música, aún más teniendo en compañía a otro adepto.

Por primera vez en mucho rato, Bon levantó la vista de las hojas para fijarse en su cafetero favorito. Verde y rojo se mezclaron por largos instantes sin querer alejarse.

–¿Qué tanto miras, bunny?

Quien le sacó del trance era nada más y nada menos que Félix, otro trabajador de la cafetería, pero su puesto residía principalmente en la cocina. Traía consigo una bandeja de panecillos dulces que aún despedían calor del horno y un agradable olorcito dulce.

–Vaya, vaya, mira al bombón que se acerca por allí. ¡Y te está mirando solo a ti!

Bonnie rió de lo que creyó que era una broma por parte de su compañero, realmente no lo sabía, ese tono que siempre le daba a su voz hacía que fuera confuso la mayoría de veces. Pero Félix tenía razón; Bon se había levantado de la mesa y se acercaba a caja con la mochila al hombro. Se recompuso para recibirle con una sonrisa genuina.

–¿Ya te vas? –preguntó Bonnie.

–Sí, tengo que recoger mi casa. Aunque es pequeña cuesta mucho –dijo mientras se ajustaba la bufanda de lana blanca al cuello.

–Entonces nos vemos mañana aquí.

–¡No lo dudes! –respondió–. ¿Recuerdas esa canción en la que me había atascado?

–Una de tantas –añadió en voz baja. Bon respondió riendo y rascando su nuca.

–Pues estoy a nada de acabarla.

–Me gustaría escucharla, lo estás poniendo muy interesante.

–¡La escucharás! Pero... cuando la acabe. Oh, por cierto –Bon metió la mano en el bolsillo y dejó en el mostrador un par de billetes arrugados–. Es lo que te debo del café de hoy, se me olvidó pagar antes. Me voy ya, ¡adiós!

Se encaminó a la puerta despidiéndose con la mano, gesto que correspondió el otro. Cuando se fue perdiéndose entre el gentío de la calle, Bonnie se quedó un rato mirando por donde se había ido hasta que un grito emocionado de su compañero le distrajo por segunda vez.

Happy Coffee Hour Donde viven las historias. Descúbrelo ahora