Capítulo 4

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Bon tenía razón, el temporal frío de la mañana había mermado hasta ser una brisa, pero casi igual de helada. La temperatura no parecía importarle a las pocas personas que por allí estaban. Una madre arrastraba a sus dos hijos hasta la entrada del parque, los niños se resistían y berreaban que no querían irse, pero la mujer parecía hasta capaz de llevarlos al hombro solo para irse; una pareja paseaba muy juntos y acaramelados, el chico resguardaba a la chica en su abrigo y la chica se lo agradecía con un beso; otro chico más alejado paseaba a su perro, aunque por el tamaño del can y lo tensa que iba la correa, parecía ser al revés; por último estaba Bonnie, observando el panorama mientras esperaba de pie al lado de la fuente central del parque, guardando las manos en los bolsillos de la chaqueta para calentarlas.

Bon llegaba tarde. Sólo unos minutos, pero el frío lo hacía parecer más largo, añadido a que estaba al lado de una fuente y las gotas solían tener la manía de saltar fuera. Tampoco se atrevía a sentarse en los bancos, estaban demasiado cerca del agua. Poco más tarde vio a Bon corriendo presuroso hasta el lugar acordado. Jadeando de cansancio y apoyando las manos en sus rodillas murmuró una disculpa junto con la excusa de que cada esquina era diferente. Bonnie soltó una risotada amable, se figuraba que Bon era nuevo en la ciudad. Por hoy lo dejaría pasar.

Lo primero que hizo fue devolverle la tarjeta. Un asunto zanjado. Luego decidieron echar a andar por los caminos empedrados rodeados de arbustos y árboles.

-¿Qué quieres hacer?

Bon lo pensó unos segundos.

-¿Tomamos algo?

-Claro. Todo menos café, por favor -ambos rieron. El moreno volvió a pensar, hablando en voz alta.

-Creo recordar que había un puesto de helados por aquí cerca...

-Helados en un día frío, genial.

-Es que les echan chocolate caliente por encima. Están ricos -añadió.

-Mucho mejor. ¿Vamos? -su tono de voz despreocupado indicaba que hablaba en serio. Bon lo detuvo por el brazo cuando se adelantó a caminar.

-¡Espera, espera! Era una broma, Bonnie. Como si fuera a dejarte comer helado en un día así.

-Pues podría. Yo no me enfermo nunca -dijo levantando la cabeza con orgullo.

-Seguro. Tienes la nariz tan roja que parece una manzana. Anda, toma -Bon se quitó la bufanda blanca del cuello y la enrolló con delicadeza en el de Bonnie-. Ya me sentía mal viéndote así.

La mullía con cuidado para que se adaptase a su escuálido cuello, repasando las finas curvas con extrema delicadeza, como un músico acariciando su instrumento más preciado. Al acabar la tarea, le devolvió la mirada con una sonrisa tan radiante, tan cálida que Bonnie sintió que el corazón le daba un brinco y se le encendieron las mejillas, ocultas por la lana de la bufanda. Su corazón latía de una forma distinta y pareció olvidar el aire gélido del parque.

-Pero... ¿qué pasa contigo? Cogerás frío -susurró en un fino hilo de voz, esperanzado de que le hubiera escuchado mientras sus sentidos se adormecian por un leve aroma a canela dejado por el contacto que aún mantenían.

-Yo estoy bien -respondió también en un susurro-. Tú la necesitas más que yo.

Bon pareció darse cuenta de la cercanía que compartían, ya que, azorado, apartó las manos y desvió la mirada. Sin la bufanda se podían apreciar mejor sus mofletes teñidos de rojo. Habló entre titubeos.

-Antes no me has dejado acabar -dijo, incapaz de sostener la intensa mirada de Bonnie-. Al lado de ese puesto de helados hay otro de sándwiches. Van bien para el frío. Tienen queso fundido. También venden quesadillas, creo.

Happy Coffee Hour Donde viven las historias. Descúbrelo ahora