Prólogo

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Marinette lloraba sin consuelo alguno. Estaba destrozada. Su mundo se había derrumbado en lo que dura un parpadeo.

Acababa de recibir la peor noticia de su vida en una llamada telefónica. El teléfono móvil yacía en el suelo, lo dejó escapar para llevar sus manos al pecho. Pudo sentir como las hebras de su corazón se rompían como cuerdas de guitarra desgastadas. Dolía mucho, tanto que lanzó un grito desgarrador sin poder soportar el terrible peso que se anidó en su ser, obligándola a caer de rodillas.

No podía ser verdad.

Alya llegó corriendo a su habitación. Dejó con apuro en el escritorio los panquecillos que Tom le dio como aperitivo mientras estudiaban para el periodo de exámenes.

—¿Qué sucede? ¿te has lastimado? —fue lo primero que se le vino a la mente ante la escena que su mejor amiga le brindaba.

Pero Marinette parecía no escucharle, siquiera estaba consciente de lo que pasaba a su alrededor. Tenía los ojos desorbitados y la mandíbula desencajada.

—Marinette, estás asustándome. ¿Qué ocurrió? —Alya comenzó a impacientarse.

Marinette abría y cerraba la boca queriendo responder, pero ni una sola palabra salía de sus labios, únicamente el sonido de sollozos espeluznantes. Alya pudo distinguir una voz agresiva que sonaba en la lejanía. Centró su atención en eso que parecían ser reclamos rabiosos y se percató que provenían del móvil que yacía con la pantalla al piso.

Lo cogió precipitadamente, acometida de sospecha.

—¡...Ojalá hubieras muerto tú en su lugar! ¡Tú, que sólo le diste problemas! ¡Tú, la causa de esta espantosa desgracia! —un hombre se gastaba la voz a gritos y Alya tuvo que separarse unos centímetros de la bocina, sintiendo un frío desagradable en la espina dorsal.

—¿Quién habla? —preguntó con voz trémula y ciertamente, sin ánimos de enterarse. No le gustaba lo que acontecía. Tenía miedo de saber el motivo que le infringía tanto daño a su mejor amiga.

—¡¿Ahora te haces la tonta?! ¡No, qué va! ¡Siempre lo fuiste! ¡Una tonta! ¡Estúpida! —bramó el interlocutor.

Alya apretó los puños, enfadada, pues era obvio que esas palabras hirientes iban dirigidas a Marinette. Estaba dispuesta a replicar en defensa, pero Marinette le arrebató el móvil en un movimiento brusco.

—¡Esto no puede estar pasando! Por favor dígame dónde se encuentra ahora —dijo con voz áspera, llena de tristeza.

—¡Jamás! ¡Déjale descansar en paz! ¿Me oíste, niña? ¡Entiéndelo! Adrien está muerto y es por tu culpa. Él compró un billete de avión para ir a verte y sorprenderte.

Alya logró escucharle a la perfección. Sus ojos se empañaron y sintió un hueco en el estómago. Esperaba que se tratara de una pesadilla. Adrien, alguien tan joven; con la vida a su merced para tratarla a su antojo, con un montón de sueños y oportunidades en puerta, ahora muerto... Sencillamente era injusto, imposible y doloroso.

Debía tratarse de una pesadilla, sí.

—¡Es tu culpa! —insistió el hombre detrás de la bocina.

—¡No es verdad! —gritó Marinette y a continuación, un pitido largo fue lo único se escuchó a través del teléfono, indicando que la llamada se había terminado—. No, por favor, Gabriel... —berreó contra el teléfono—, necesito verle por última vez, necesito estar con él... 

Golpeó el suelo con los puños y pataleó histérica, mirando dolorida la pantalla de inicio de su móvil en la que Adrien le sonreía dulcemente.

—Me voy a Londres, tengo que ir a Londres... Londres. Adrien... —decía con un hilo de voz, mecánicamente y a la vez, se retorcía del dolor y la amargura.

Calling Out Your Name [Miraculous LB AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora