Capitulo 1: Un Cientifico Solitario

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 Me encontraba en uno de mis cafés preferidos en todo Madrid, para calmar mi dolor de cabeza pedí un cappuccino y dos galletas de chocolate con maní. Mientras las esperaba leía el diario. Leía muy atentamente un artículo de Pablo Neruda cuando la voz del mesero interrumpió mi lectura. Puso una orden sobre la mesa, pero, no era la mía. Yo pedí un café, este era un té con un panecillo de moras.

 Levante mi mirada y muy molesta le hice saber con la mirada que no era lo que pedía, se miraba nervioso, tomo la orden y se disculpó, la dejo en la mesa seis. Volvió con mi orden correcta, le sonreí con indiferencia y le agradecí. ¿Sería nuevo en este lugar?

 Bueno no importa mucho. Termine despacio mi merienda, necesitaba fuerzas para seguir con mi búsqueda. Ese científico loco debería estar muy cerca de mí.

 Al terminar de comer llame al mesero, el recogió el plato y el vaso y dijo algo que me hizo estallar en ira, la frase que escucho siempre que voy a un lugar público “¿Esperaras a que tu mami venga a pagar?”.

 No podía entenderlo, las personas siempre me veían como una niña pequeña, en realidad tengo 19 años pero mi altura y físico me hacen ver de 13.

 Aquella mirada sarcástica volvió a encontrarse con la del joven mesero. Solamente se fue a traer la cuenta. Este día no podía ser más incómodo. Me quite mi sombrero y peine delicadamente mi cabello. El mesero volvió y le entregue un billete.

-      Quédate con lo que quede- dije sin siquiera voltear a verlo

-      P-pero señorita, son más de cincuenta euros – exclamo el joven mesero indignado haciendo que todos en el lugar me vieran con asombro, ¿acaso era tan extraño?

-      Lo sé -dije- quédatelos los necesitas más que yo- Salí del negocio sin voltear dando pasos con orgullo para cruzar la calle.

Iba muy ocupada caminando hacia la biblioteca mientras revisaba mi agenda cuando choque contra un gigante el doble de mi estatura, caí al suelo y después de ajustar mi sombrero voltee para darle un buen sermón a ese descuidado pero ya se había ido. Acomode mi vestido y seguí caminando. En realidad me dolía mi brazo izquierdo porque había una cerca de metal donde mi brazo quedo enredado entre las rosas y lirios. No le di importancia y camine rápidamente hacia la biblioteca.  

 Al llegar entre directamente a la sección de poesía, en serio necesitaba leer un poco de Gabriela Mistral para calmar mi furia. Aun no encontraba a aquel científico desquiciado que anduve buscando por meses. No recuerdo su nombre pero sé que se apellida Holmes.

 Me senté en la silla de siempre, en el tercer piso de la biblioteca en una silla blanca grande de mimbre. Empecé a leer y poco a poco me iba calmando, la paz al fin reinaba en mí. Termine de leer cuando vi por la ventana. ¡Ya se hacía de noche! Baje rápidamente hacia la bibliotecaria para que apuntara que me llevaría dos libros de astronomía. En ese momento un hombre se paró detrás de mí. Un chico lo empujo y casi cae sobre mí.

-      ¡Oye!- Exclamo tan fuerte que voltee a ver que quería.

-      ¿Sí?- Dije al ver su aspecto fino pero humilde.

-      ¿Ves esto? ¿Ves esta mancha roja en mi bata?- Me mostro una gran marca roja en su bata.

-      Evidentemente es una mancha.- Respondí con voz ascendente.

-      Claro que lo es. Tú me manchaste. ¡Con tu brazo sangriento por Dios cúbrete eso con algo!

Antes de responder vi mi brazo, estaba lleno de sangre. ¡Ese transeúnte ignorante! Me puse nerviosa y veía a todos lados buscando un baño. El doctor o lo que fuera me vio con extrañez y me invito a su oficina a que pudiera lavar la herida.

Estaba a solo unos bloques y al entrar tuve un poco de desconfianza. Al parecer era un hombre muy estudioso, el lugar estaba repleto de libros, escritos, dos computadoras (¡impresionante!) y muchos, muchos proyectos y maquetas por todos lados.

 Entre al baño y lave mi brazo y después el señor me puso una gaza. No quería preguntar pero mi curiosidad era demasiada.

-      ¿Este es tu consultorio?- dije con un tono de burla.

-      ¿Consultorio? ¿Acaso parezco doctor?- dijo riendo- ¿En serio no sabes quién soy?

-      No tengo ni la más remota idea, ¿cuál es su nombre caballero?- dije con algo de respeto pero aun con mi particular indiferencia.

-      Chiquilla, estás hablando con Ernest Holmes. Científico, poeta, profesor e incluso instructor de cricket- dijo guiñando su ojo- Y tu pequeña, ¿quién eres? ¿Y por qué andas sola tan tarde?

No podía creerlo, dos veces en un día, dos veces fui considerada una niña.

-      ¿¡E-Ernest Holmes!? ¿El Ernest Holmes profesor de historia en la Universidad de Madrid? ¿Científico reconocido por toda Europa por sus ensayos acerca de la humanidad y la globalización?

-      Ese soy yo. ¿Cómo sabes eso?

Para comenzar, debía explicarle todo. Hice un breve resumen.

-      Yo lo he estado buscando desde hace ocho meses. Mi nombre es Geraldine, Geraldine Watson. Tengo diecinueve años y un gran tesoro que necesito que vea.

-      Ah, Watson, tu eres hija del doctor Guy Watson. Si es un buen amigo mío. ¿Bueno y dime cuál es ese tesoro del que hablas?

-      Pues nunca pensé que me lo encontraría hoy así que no lo traje, ¿no cree que podamos vernos? Digo, si no está muy ocupado

-      Claro que no –rio con sarcasmo- ve a la universidad mañana, estaré en el laboratorio de química todo el día.

-      ¡Claro! Muchas gracias señor. Ahí estaré –dije a punto de salir de la casa-

-      Espera, Geraldine. Tengo una pregunta para ti

-      Claro adelante –dije muy curiosa-

-      ¿En serio tienes diecinueve años o solamente te atraigo demasiado y exageras tu edad?

No sabía si en ese momento tenía ganas de matarlo o de reír con su comentario egocéntrico.

Holmes & WatsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora