4. Atavismo

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Comportamiento que hace pervivir ideas o formas de vida propias de los antepasados.
(RAE, 2021)
———

Escuché sus susurros llamándome una y otra vez hasta que finalmente desperté.

Sus manos se aferraron a mis hombros. Sus ojos me apremiaban a alistarme. Sus labios susurraban el mismo cantar se siempre.

El sol aún no salía, pero, a lo lejos, más allá de los campos de maíz, pude observar cómo se combinaban los colores celestiales anunciando lo inevitable.

Antes de salir de nuestro hogar, mi madre se asomó más de dos veces. El miedo a que nos descubrieran rompiendo el toque de queda la hacía dudar, pero parecía que cada que volteaba la mirada para verme, su motivación regresaba.

Corríamos contra el tiempo, así que aprovechamos el cambio de turno de los guerreros para escabullirnos hasta llegar a la jungla.

Sabía el camino. Ella me lo había hecho memorizar al derecho y al revés, así que, a pesar de que a veces la perdía de vista por la espesa maleza, en ningún momento me salí del sendero.

Fue hasta que estuvimos a punto de llegar al claro que me jaló del brazo para detenerme. Aunque intenté alegar, ella me cubrió la boca con la mano advirtiéndome con la mirada que era mejor guardar silencio.

De la única canasta que llevó consigo, sacó la pintura que había preparado para este momento, se acuclilló, me ayudó a deshacerme de mi blanca vestimenta y comenzó a pintar mi cuerpo.

— ¿Tienes miedo?

Negué.

Desde mi nacimiento, ella se había encargado de dejarme muy en claro quién era. Yo nací para luchar, para defender el orgullo de mi gente, proteger a nuestro gobernante, venerar a nuestros dioses. Nací para ser una guerrera. Ese era mi destino.

Por un segundo, noté que una sonrisa orgullosa marcó sus labios. Era la primera vez que la vía y esto provocó una sensación de placer en mi pecho. Estaba feliz.

Cuando terminó con la pintura, decoró mi cabello con plumas y flores y, como toque final, adornó mi pecho con un collar de obsidiana y una pequeña piedra de jade en el centro.

Estaba lista.

Sentí cómo su mirada me estudiaba una última vez. Parecía satisfecha, pero, por alguna razón, lo que hace sólo unos minutos había sido orgullo, poco a poco se transformó en una emoción desconocida para mí.

Toda mi vida me guió, me enseñó lo necesario para sobrevivir, las reglas que dictaba la sociedad y sus reglas del hogar, pero ninguna de estas me preparó para recibir su primer y ultimo abrazo.

A pesar de la presión en mi pecho, no pude devolverle la acción y, aunque lo intenté, tampoco pude producir palabra alguna.

El primer rayo del sol nos golpeó en la cara y, en ese momento, detrás de ella aparecieron dos mujeres altas con el mismo color de pintura con el que mi madre me había marcado.

— Buen viaje, Tonali.

Fueron sus ultimas palabras antes de soltarme.

Siempre estuve consciente de que este día llegaría. Era la tradición de mi familia. Cada tercera generación servía como miembro de la guardia del sol. Me convencí a mí misma de que esa fue la razón por la que no pude derramar ni una sola lagrima.

Nos detuvimos un momento en el centro del claro y mi cabeza giró un poco para poder observarla.

Estaba de rodillas. Su larga cabellera caía de un lado y, aunque sus manos estaban llenas de pintura, no le importó cubrir su rostro. Sus hombros se movían de una manera extraña.

Ya no quedaba ni rastro de la seguridad y orgullo que solía mostrar cada que hablábamos de este día. Ahora sólo parecía una madre más. Parecía que en serio le dolía que me alejara de su lado. Parecía que... de verdad me quería.

— No hagas eso —una de las mujeres llamó mi atención—. No te apegues a ella. Ya no le perteneces.

— Es un decreto de nuestros antepasados —la otra sacó un cuchillo de obsidiana antes de continuar— . Esto es lo que dicta nuestro destino.

Y les creí.

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⏰ Última actualización: Feb 11, 2022 ⏰

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