Cuatro

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Mew.


Supongo que los giros argumentales hacen las cosas más interesantes.

Mentiría si dijera que me había olvidado de Kanawut. Pero, desde luego, no esperaba volver a verlo nunca.

Sí, sabía que estaba en Nueva York. La puta Nueva York; el hogar de ocho millones de personas que no eran él. Yo había llegado a la ciudad hacía una semana con la intención de hacer una cosa y solo una: conseguir que el cretino con el que me había reunido en McCoy's retirara la maldita demanda contra mi empresa. Y lo había hecho.

¿Me había divertido intimidándolo? Sí. ¿Significaba eso que yo era mala persona? Probablemente. ¿Me importaba? Ni lo más mínimo.

Sergio había cedido, pero no porque lo tuviera cogido por los huevos y hubiera apretado hasta hacer que sus futuros hijos gritaran de dolor. Lo había hecho porque le había mostrado un detallado borrador de una contrademanda que había escrito yo mismo la noche anterior durante mi vuelo de Los Ángeles a Nueva York. Y mi contrademanda era perfecta.

Los abogados tenían la capacidad de convertirse en los mejores criminales. Eso era un hecho. Lo único que impedía que me volviera un delincuente era la oportunidad. En particular, el hecho de que tenía oportunidades de sobra para desencadenar mis impulsos dentro de la ley. 

Pero Criado no estaba equivocado. Yo era mala persona, buen abogado y, hasta cierto punto, sí, todavía el mismo cabrón que había convertido su último año de instituto en un infierno.

Sergio retiraría la demanda, dejaría que nos quedáramos el cliente que se suponía que habíamos «robado» a su empresa y todo iría bien. Yo era socio en una compañía especializada en inversiones y fusiones de alto riesgo. Los cuatro —Max, Kao, Ohm y yo— habíamos fundado la Compañía de Bienes, Adquisiciones y Servicios hacía tres años. Ellos se encargaban de la parte económica y yo era el principal abogado de la empresa. 

Por supuesto, me gustaban los números. Eran seguros. No abrían la maldita boca. ¿Cómo no iban a gustarme? Pero discutir con la gente y sacarlos de sus casillas me gustaba todavía más.

Y ahora había encontrado a Criado. No lo había planeado, lo que hacía que la sorpresa fuera todavía más dulce. Era la pieza que me faltaba. Mi seguro en caso de que las cosas fueran mal en All Saints.

Había venido aquí por un acuerdo de fusión, pero también necesitaba a alguien que hiciera el trabajo sucio. En un principio, mi idea había sido que mi antiguo psiquiatra me ayudara a conseguir mi objetivo. Él conocía toda la historia y podía testificar contra mi madrastra. 

Pero, joder, utilizar a Criado sería mucho mejor. Era posible que la experiencia destruyera su inocente alma. No le iban las venganzas. Nunca era cruel ni egoísta ni ninguna de las demás cosas que eran la esencia de mi ser. Era amable. Educado y amistoso. Sonreía a los extraños por la calle —apuesto a que lo hacía hasta en Nueva York— y todavía tenía un rastro de ese acento sureño, acogedor y suave como él.

Esperaba que no tuviera novio. No por mí, sino por él. Si lo tenía o no, no importaba. De manera figurada, lo había dejado fuera de juego en cuanto había puesto pie en McCoy's y mi mirada se había cruzado con la de sus ojos oscuros.

Era perfecto. Perfecto para mis planes y perfecto para pasar el rato hasta que se materializaran. Un fantasma del pasado que me ayudaría a exorcizar los demonios de mi presente.

Tenía la capacidad de hacerlo y era obvio que estaba en apuros económicos. Un agujero negro del que yo podía sacarlo, sano y salvo, a excepción de sus escrúpulos. Estaba dispuesto a dedicar tantos recursos como fueran necesarios para que me ayudara con mi plan. Volvía a ser mío desde el momento en que lo había visto en ese casi inexistente uniforme.

Él, simplemente, no se había dado cuenta todavía.


TÓXICODonde viven las historias. Descúbrelo ahora