Siete

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Gulf.

Hace diez años

—¿Estás seguro de que no quieres volver a la fiesta? —pregunté a Kao entre besos apasionados. Él hundió la nariz en mi clavícula, con los labios hinchados tras la última media hora. Nos habíamos besado hasta que se nos había acabado la saliva y las bocas se habían entumecido. 

Me gustaban sus besos. Eran buenos. Húmedos. Quizá un poco demasiado húmedos, pero, desde luego, placenteros. Además, todavía disfrutábamos del otro. Con el tiempo, las cosas serían todavía mejores, estaba seguro de ello.

—¿Fiesta? ¿Qué fiesta? —Kao se acarició la nuca y frunció el ceño—. Déjate de cosas, Gulfie. Por mí, como si no existiera. Estoy ocupado pasando el rato con un chico que sabe a caramelo y pinta como Picasso. —Su voz era ronca y bronca.

Ignoré el halago sobre Picasso porque mi estilo era completamente distinto, pero agradecí el cumplido. Bueno, en realidad me molestó un poco, porque sabía a ciencia cierta que Kao no había visto ni un cuadro de Picasso en su vida.

Dios, ¿Qué me pasaba? Kao me gustaba mucho. Era atractivo, con el pelo castaño  y los ojos oscuros. Le acaricié los abultados tríceps, casi gimiendo de ganas al pensar en lo que podrían hacer conmigo si lleváramos nuestras sesiones de besos al siguiente nivel. Lo sabía todo de los Cuatro Buenorros, y él era uno de ellos.

Kao pronto me pediría que nos acostáramos. Y yo accedería. No me importaría romper mi carné de virgen por él si no fuera por la irritante sensación de que todo aquello no era más que otra cruel broma de Suppasit. Seguro que Kao no era tan miserable como para salir conmigo solo para que Suppasit se burlara luego de mí, ¿verdad?

No, parecía sincero.

Me enviaba mensajes cariñosos. Me traía un café cada mañana al instituto. Me llamaba por teléfono por la noche. Y luego estaban los besos. Cuando me había pedido una cita hacía meses, lo había rechazado educadamente. Él había insistido. Durante semanas, había esperado junto a mi taquilla, junto a mi bicicleta y frente al apartamento de mi familia en la mansión. Era persistente y decidido y, sin embargo, amable y dulce. Me había prometido que no me tocaría hasta que yo estuviera preparado. Me había dicho que no debía juzgarlo por su reputación. Y afirmaba tener un pene de veinticinco centímetros, lo que no significaba nada para este virgen.

Puede que le hubiera dado un puñetazo juguetón en el brazo por esto último. Pero estaba solo, y él era guapo y me trataba bien. Tener a alguien era mejor que no tener a nadie. 

En ocasiones, todavía me asaltaban dudas. Los Buenorros no tenían la mejor fama y en muy pocas ocasiones los he visto con chicos, siempre en su mayoría son mujeres. Todavía peor, yo aún tenía sentimientos sin resolver hacia su buen amigo. Era cierto que la mayoría de esos sentimientos eran negativos, pero no todos. Como si percibiera que estaba levantando un muro defensivo.

Kao se apretó contra mí en mi estrecha cama individual y me dio un beso en la sien.

—Realmente me gustas, Gulfie.

—Tú también me gustas mucho —susurré y le acaricié la mejilla con el pulgar. Le decía la verdad. Los sentimientos que despertaba en mí eran positivos. Seguros. Pero no eran salvajes. No me volvían loco y no me hacían querer actuar de forma irracional y fuera de lo común. Y eso era bueno, o eso creía yo.

—Todos tus amigos están allí. Seguro que quieres estar con ellos. —Lo alenté suavemente—. No tienes por qué escoger entre tus fiestas y yo.

Pero esa no era toda la verdad, y ambos lo sabíamos.

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