capítulo III

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Mi hijo se reserva para el matrimonio.» Manao solía soltar esa declaración en las cenas para
divertir a sus amigos mientras Fluke se tragaba la vergüenza y fingía reírse con ellos. Cuando Fluke cumplió los veintitrés años, su madre dejó de anunciarlo en público por miedo a que sus amigos pensaran que su hijo era un bicho raro.
Ahora que tenía veintiséis, Fluke se consideraba una reliquia victoriana. Sabía lo suficiente de psicología humana para darse cuenta de que su resistencia al sexo fuera del matrimonio era un acto de rebeldía. Cuando era niño, había observado el vaivén de la puerta del dormitorio
de su madre y supo que nunca podría ser como ella. Deseaba con toda el alma ser considerada una persona respetable. Incluso hubo un tiempo en que pensó que lo había conseguido.

Se llamaba Mean Piravich, tenía cuarenta años y era ejecutivo en una editorial británica. Lo conoció en una fiesta en Escocia. Era todo lo que admiraba en un hombre: caballeroso,
inteligente y bien educado. No fue difícil enamorarse de él.
Fluke era un chico hambriento de afecto, y los besos de Mean y sus expertas caricias lo enardecían hasta casi hacerlo perder el juicio. Incluso así, Fluke no pudo olvidar sus principios, profundamente arraigados, para acostarse con él. Al principio, la negativa del joven le irritó, pero poco a poco él comprendió lo importante que era aquello para Fluke y le propuso
matrimonio. Fluke aceptó entusiasmado y vivió en una nube rosa durante los días que faltaban para la ceremonia.
Manao fingió estar encantada, pero Fluke debería haber imaginado que a su madre le daba terror quedarse sola, hasta el punto de dejarse llevar por la desesperación. A Manao no le llevó demasiado tiempo tramar un cuidadoso y calculado plan para seducir a Mean Piravich.
A favor de Mean debía decir que logró resistirse casi un mes, pero Manao siempre conseguía lo que se proponía y al final lo conquistó.

-Lo hice por ti, Fluke -había dicho cuando un Fluke apesadumbrado descubrió la verdad.
-Quería que abrieras los ojos y vieras lo hipócrita que es. Dios mío, habrías sido muy desgraciado si te hubieras casado con él.

Madre e hijo discutieron amargamente y Fluke había llegado a recoger todas sus pertenencias para marcharse. El intento de suicidio de Manao puso fin a eso.

Se subió el tirante del top de su traje de novio y suspiró. Fue un sonido profundo y doloroso, el tipo de suspiro que salía desde lo más profundo del alma porque no tenía palabras para expresar sus sentimientos.
Para otras personas el sexo resultaba fácil. ¿Por qué no para el? Se había prometido a sí mismo que nunca tendría relaciones sexuales fuera del matrimonio y ahora estaba casado.

Pero, irónicamente, su marido era más desconocido para el que cualquiera de los hombres que había rechazado. El hecho de que fuera tan brutalmente atractivo no cambiaba las cosas.

Ni siquiera podía imaginar entregarse a alguien a quien no amara.
Volvió a mirar la cama. Se levantó y se acercó a ella. Algo que parecía una cuerda negra asomaba bajo unos vaqueros tirados de cualquier manera sobre las arrugadas sábanas azules.
Se inclinó para tocar la tela de los vaqueros, desgastada por el uso, y deslizó un dedo por la cremallera abierta. ¿Cómo sería ser amado por ese hombre? ¿Despertar cada mañana y ver la misma cara mirándolo desde el otro lado de la almohada? ¿Tener una casa y niños? ¿Un trabajo? ¿Cómo sería ser un chico normal?

Apartó los vaqueros a un lado y dio un paso atrás al ver lo que había debajo. No era una cuerda negra, sino un látigo. El corazón comenzó a latirle con fuerza.

«Podemos hacer esto por las buenas o por las malas. De un modo u otro voy a ganar.»

Ohm había insinuado que habría consecuencias si no le obedecía. Cuando Fluke le había preguntado cuáles serían, había contestado que lo descubriría el mismo esa noche. No
habría insinuado que tenía intención de golpearlo, ¿verdad?

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⏰ Última actualización: Mar 09, 2023 ⏰

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Carita de Ángel OhmFluke Donde viven las historias. Descúbrelo ahora