Fluke se paseaba por el rincón más apañado de la sección de fumadores de la puerta de embarque de USAir, dando unas caladas un profundas y rápidas al cigarrillo que empezó a
marearse. El avión, según había descubierto, se dirigía a Bangkok, Tailandia, una de las ciudades,aunque no de sus favoritas , era un destino bello e interesante, algo que tomó como una buena señal en una larga cadena de acontecimientos que se iban volviendo cada vez más desastrosos.
Primero, el estirado y poderoso señor Thitiwat se negó a aceptar el plan. Luego le había saboteado el equipaje. Cuando el chófer descargó una sola maleta del maletero en lugar del
juego completo que el había preparado, Fluke pensó que era una equivocación, pero Ohm lo sacó rápidamente de su error.
—Viajaremos con poco equipaje. Le ordené al ama de llaves que lo rehiciera por ti durante la
ceremonia.
—¡No tenía derecho a hacer eso!
—Vamos a facturar. — Ohm cogió su propio y ligero equipaje, y Fluke se quedó mirando con asombro cómo echaba a andar sin dejarle otra opción que seguirlo. Fluke apenas podía cargar con la maleta; sus tobillos se tambaleaban sobre los tacones mientras se arrastraba tras Ohm. Sintiéndose desgraciado y cohibido, se había dirigido a la entrada, donde todo aquel que pasaba notaba las medias agujereadas, el short quemado y la gardenia mustia.
Cuando Ohm desapareció en los aseos, Fluke se había apresurado a comprar una nueva cajetilla, pero descubrió que sólo tenía un billete de diez dólares en el bolso. Se dio cuenta con inquietud de que ése era todo el dinero que poseía. Sus cuentas corrientes estaban bloqueadas y las tarjetas de crédito canceladas. Por lo tanto, volvió a guardar el billete en la
cartera y le pidió un pitillo a un atractivo ejecutivo.
En cuanto lo apagó, Ohm salió de los aseos y al ver cómo iba vestido sintió un vuelco en el estómago. El oscuro traje sastre había sido reemplazado por una playera blanca, algo desgastada, y unos vaqueros azules con deslavados. Los bajos deshilachados del pantalón caían sobre unas botas camperas de piel llenas de rozaduras. Sobre la playera no llevaba nada mas, mostrando unos fuertes y bronceados antebrazos
ligeramente cubiertos de vello oscuro y un reloj.de oro con una correa de piel.Fluke se mordisqueó el labio inferior. Al pensar en todo lo que su padre podía haberle hecho, nunca se
le había ocurrido que la casaría con el Hombre Marlboro.
Ohm se acercó a Fluke cargando la maleta con facilidad por el asa. Los ceñidos pantalones revelaban unas piernas musculosas y unas caderas estrechas. A Manao le hubiera encantado.
—Vamos. Acaban de hacer la última llamada.
—Señor Thitiwat, por favor, no creo que quiera hacer esto. Si me prestara sólo la tercera parte del dinero que legítimamente me pertenece, podríamos poner fin a esta situación.
—Le hice una promesa a tu padre y nunca falto a mi palabra. Quizá sea un poco anticuado, pero es una cuestión de honor.
—¡Honor! ¡Se ha vendido! ¡Dejó que mi padre le comprara! ¿Qué clase de honor es ése?
— Don y yo hicimos un trato y no voy a romperlo. Por supuesto, si insistes en marcharte, no te detendré.
—¡Sabe que no puedo hacerlo! No tengo dinero.
—Entonces, vámonos. — Ohm sacó las tarjetas de embarque del bolsillo de la camisa y se puso en marcha.
Fluke no tenía dinero ni tarjetas de crédito, y su padre le había ordenado que no se pusiera en contacto con él. Con el estómago revuelto, se percató de que no tenía otra alternativa que
seguirlo, y cogió la maleta.
Delante de Fluke, Ohm había alcanzado la última hilera de sillas, donde un adolescente estaba
sentado fumando. Cuando su nuevo marido pasó junto al chico, el cigarrillo de éste comenzó a arder.
Unas 14 horas después Fluke se encontraba bajo un sol resplandeciente en el aparcamiento
del aeropuerto de Bangkok, observando la camioneta negra de Ohm; tenía el capó cubierto por una gruesa capa de polvo y la matrícula de Chiang Maig casi ilegible por el barro seco que la ocultaba.
—Déjala ahí detrás. — Ohm lanzó su propia maleta sobre la camioneta, pero no se ofreció a hacer lo mismo con la de Fluke, igual que no se había ofrecido a llevársela en el aeropuerto.
Fluke rechinó los dientes. Si pensaba que iba a pedirle ayuda, podía esperar sentado. Le dolieron los brazos cuando intentó lanzar la voluminosa maleta a la parte trasera. Pudo sentir
los ojos de Ohm sobre el y, aunque sospechaba que al final agradecería todo lo que el ama de llaves había metido en ella, en ese momento habría dado cualquier cosa por que aquel diseño de Louis Vuitton fuera más pequeño.
Cogió el asa con una mano y sujetó la parte inferior de la maleta con la otra. Con gran esfuerzo, tiró de ella.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó el con falsa inocencia.
—No..., gra... cias. —Las palabras parecían gruñidos más que otra cosa.
—¿Estás seguro?
Fluke, que por fin consiguió alzarla para empujarla con el hombro hacia dentro, no tenía suficiente aliento para contestar. Sólo unos centímetros más. Se tambaleó sobre los tacones.
Un poco más...
Con un grito de consternación, la maleta y Fluke cayeron hacia atrás. Gritó al impactar contra el
pavimento, luego chilló de pura rabia. Con la mirada clavada en el cielo se percató de que la maleta había amortiguado la caída y evitado que se lastimara. También se dio cuenta de que había caído de manera desgarbada, con el corto short ciñéndole los muslos, las rodillas
pegadas y los pies extendidos.
Unas oscuras y gastadas botas camperas entraron en su ángulo de visión. Deslizó la mirada por los muslos que se perfilaban bajo los vaqueros y por el ancho pecho y, al llegar a aquellos ojos color negro que brillaban con diversión, Fluke recuperó su dignidad. Juntando los
tobillos, se apoyó en los codos.
—Esto es justo lo que pretendía.
La risa del hombre fue ronca y oxidada, como si no se hubiera reído en mucho tiempo.
—Si tú lo dices.
—Así es. —Con toda la dignidad que pudo reunir, se impulsó sobre los codos hasta quedar sentado. —A esto es a lo que nos ha llevado su comportamiento infantil. Espero que lo sienta.
Ohm soltó una carcajada.
—Tú lo que necesitas es un vigilante, cara de ángel, no un marido.
—¡Deje de llamarme así!
—Agradéceme que te llame así. —Cogió el asa de la maleta y la lanzó con facilidad sobre la parte trasera de la camioneta como si no pesara más que el orgullo de Fluke. Luego tiró de el hasta ponerlo en pie. Abrió la puerta de la camioneta y lo empujó al sofocante interior.
Fluke esperó para hablar hasta que hubieron dejado el aeropuerto atrás. Viajaban por una carretera de doble sentido que se dirigía tierra adentro en lugar de a la granciudad, como el
había esperado.
Matorrales y maleza bordeaban ambos lados de la carretera y el aire caliente que entraba por las ventanillas abiertas de la camioneta le agitaba los cabellos contra las mejillas. Adoptando un tono suave, Fluke rompió el silencio.
—¿Podría encender el aire acondicionado? Se me enreda el pelo.
—Lleva años sin funcionar.
Tal vez estuviera ya entumecido, porque aquella respuesta no lo sorprendió. Los kilómetros pasaron volando y los signos de civilización escaseaban cada vez más. De nuevo le preguntó lo que se había negado a contestar cuando bajaron del avión.
—¿Podría decirme adonde nos dirigimos?
—Es mejor que lo veas por ti mismo.
—Eso no suena muy esperanzador
—Por decirlo de una manera suave, donde vamos no hay salón de cóctel.
Vaqueros, botas, matrícula de Chiang Maig. ¡Tal vez fuera granjero! Fluke sabía que había multitud de granjeros ricos en Chiang Maig Quizás estuvieran dirigiéndose hacia el sur. «Por favor, Dios, que sea granjero. Que sea igual que un episodio repetido de Dallas. Que haya una hermosa casa, ropas de diseño, y Sue Ellen y J. R. haraganeando alrededor de la piscina.»
—¿Es usted granjero?
—¿Parezco granjero?
—Lo que parece es un psiquiatra. Responde a una pregunta con otra.
—¿Los psiquiatras hacen eso? Nunca he ido a uno.
—Por supuesto que no. Es evidente lo bien que le funciona la cabeza
Fluke había intentado que el comentario sonara sarcástico, pero el sarcasmo nunca se le había dado bien y pareció que lo estaba adulando.
Fluke miró por la ventanilla el hipnótico paisaje de la carretera. Totalmente ensimismado, vio una casa desvencijada con un árbol en el patio delantero lleno de comederos de pájaros hechos de calabaza. El aire caliente los movía.
Cerró los ojos y se imaginó fumando. O lo intentó. Hasta ese día, no se había dado cuenta de lo mucho que dependía de la nicotina. En cuanto se adaptara a la nueva situación, tendría que dejar de fumar. En cuanto llegara a su nueva vida, tendría que replantearse muchas cosas. Por
ejemplo, nunca fumaría en la casa del rancho. Si le apetecía un cigarrillo, saldría a fumárselo a la terraza, en el balancín al lado de la piscina.
Mientras seguía soñando, se encontró rezando otra vez: «Por favor, Dios, que haya terraza.
Que haya piscina.
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Carita de Ángel OhmFluke
Fiksi PenggemarEl lindo y caprichoso Natouch Siripongthon puede ir a la cárcel o casarse con el misterioso hombre que le ha elegido su padre. Los matrimonios concertados no suceden en el mundo moderno, así que... ¿cómo se ha metido Fluke en este lío? Ohm Thitiwa...