4: Anya casada (parte I)

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Bucky estaba en una encrucijada.

Pensó que, luego de que William desapareciera, que todo estuviera relativamente en paz, la felicidad con Anya iría en incremento. Y, no lo malinterpreten, ha sido así: conocer a una persona, tenerle confianza, tener intimidad con ella y ponerte como un adolescente enamorado cada vez que te miraba o sonreía... era lo que Bucky y su tranquilo deseo de vivir en paz, deseaba.

Lo deseaba más que a nada. La deseaba más que a nada.

Pero, ¿qué podía hacer cuando la mujer que amaba, sufría por un dolor que nadie, ni siquiera él podía aliviar?

Anya quería que la visión de la niña pelirroja que vio hace unos meses se hiciera realidad. Fue gradual. Fue un proceso que él ni siquiera ayudó a implantar en su hiperactiva cabecita. Simplemente fue la comodidad, suponía.

Anya no era de quedarse quieta, lo probaba todo, lo intentaba todo, luego de ver que ella y Bucky iban bien, se querían... quiso dar el primer paso.

Y no era matrimonio, porque ella odiaba atarse, era algo más grande, en todo caso.

Un bebé.

Aun cuando lo pensaba, aunque sea vagamente, la sola idea de tener un hijo o hija, lo abrumaba. Su pecho se apretaba y su mente corría tan rápido que apenas y llegaba a identificar alguna emoción. ¿Alegría? ¿Impaciencia? ¿Duda?

¿Sería él buen padre?

Giró en la cama, en dirección a Anya, quien dormía de espaldas a él. Lo hacía desde que Cho le dijo que posiblemente sea más difícil concebir un hijo luego del accidente. Su pobre Anya. De todas las personas que conocía, Anya era, por lejos, la persona que más quería hacer feliz, cada día, cada segundo.

La llenaba de regalos –la mayoría ideas de Wanda, a quien le pedía continuamente consejos–, hacían el amor todos los días, lento, rápido, la posición que se les ocurriera y se tomaban su maldito tiempo en ello. Disfrutándose como juraría no disfrutar con nadie más. Hacía detalles como decorar su habitación, contarle su día, convertirse en compañeros, más que una pareja melosa y adicta al sexo.

Anya era su confidente, su mejor amiga.

Era a ella quien le confiaba sus secretos, sus miedos...

Quería hacerla feliz.

Viendo su pelo rojo, ligeramente ondulado –había empezado a dejar de alisarlos permanentemente como lo venía haciendo desde que huyó de HYDRA, así que solo era cuestión de tiempo para que esos rizos salvajes que Bucky recuerda y tanto ama vuelvan–, cayendo con suavidad sobre la curva de su cuello, se planteó una idea.

Algo que le guste, algo grande y ostentoso, a pesar de que ellos, como pareja, prefirieran la simplicidad de una escapada no premeditada. Quería hacerle algo grande, algo que la haga hablar de ello por semanas.

Algo como... como...



—¿Una boda? —chillaron Natasha y Wanda, ambos al unísono, cuando les contó su idea a la mañana siguiente. Wanda saltó como una niña a la que le dijeron que iría por primera vez a Disneyland, mientras que Natasha permaneció impávida, con los ojos y la boca abierta.

Shhh —les dijo Bucky, tragándose un gruñido de frustración. Revisó por todos lados si alguien había oído ese grito de cacatúas, intentando calmar los nervios que recorrieron cada uno de sus músculos—. No tan fuerte, se supone que será sorpresa.

La espía pelirroja lo miró de pies a cabezas. No tuvo que leer mentes para saber que estaba tratando averiguar si era el mismo Bucky que ella conocía o si lo habían cambiado con otro robot.

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⏰ Última actualización: Feb 14, 2022 ⏰

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