Prólogo

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Un puñetazo. Un simple golpe dado con la mínima cantidad de fuerza era todo lo que saitama siempre nesecitaba para terminar cada una de las peleas en las que este se metía, terminando todo en un mero parpadeo. No importaba si el nivel de amenaza era Dragón o a cuántos Clase S había derrotado el monstruo antes que este hubiera llegado, simple y llanamente era un golpe lo que siempre aquel calvo de capa blanca nesecitaba para terminar todas y cada una de sus peleas en un instante.

Aquello, que la mayoría de héroes consideraría un gran don otorgado por Dios tras un duro y arduo entrenamiento, era para el no mas que una gran maldición  que lo había perseguido despues de dos simples años de entrenamiento, llenando su vida de incontables vacíos que lo habían atormentado incluso cuando había conocido a un grupo de amigos que lo acompañaba en cada una de sus aventuras, llenando de cierta forma aquella vida tan vacía.

Aunque, si él estuviera sonriendo, o si él estuviera riendo, aquella dura y triste realidad siempre lo aplastaba y desmoronaba en un millón de pedazos, aún más que cualquier golpe o daño emocional que una persona ajena a él le pudiera dar. Desde que sus puños, envueltos en simples guantes de goma roja, empezaron a hacer pedazos sin ningún rechistar a cuánto monstruo se les pusiera en frente, cada sentimiento que lo había seguido desde los primeros días de entrenamiento, lo habían abandona: exitacion, miedo, enojó o tristeza, simplemente todo aquello habia abandonado su alma, dejando su cuerpo como simple cascarón vacío.

Ahora, en la actualidad, donde su cuerpo sufria y se desvanecía por aquel enemigo invencible que se denominaba vejez, los sientos de recuerdos que había recolectado alrededor de sus años le estaban llegando como rápidas balas a su mente, recordando todo tipo de sucesos e imagines que le habían sucedido. Desde cada batalla contra los kaijin, hasta cada amigo y enemigo que se había echo alrededor de su vida.

A ciencia cierta, no podia decir que había vivido la mejor vida que se le pudo dar, aunque, recordando a sus viejos a amigos, como la terca de Fubuki o el energético cyborg Genos, no hubiera podido elegir una mejor que la que había vivido.

* * *

El señor Hanawara caminaba a paso erradicó y torpe por el pequeño y blanco pasillo del hospital, juntando sus manos y temblando como un loco, rezándole a cuánto dios se le vieniera en mente para que todo saliera bien. El recordaba bien lo que había sucedido momentos antes, con su mujer gritandole a la cara "¡Necesito ir a un hospital carajo!" Mientras ellos venian de dejar a su hijo menor en la guardería, antes de que este saliera a su trabajo en la oficina.

Todo aquel desorden que habían echo, entrando y gritando como bestias salvajes en busca de un doctor, había sido por una simple y urgente razón, su mujer, Melissa, estaba apunto de tener a su tercer hijo. Incluso habiendo tenido la experiencia con los otros dos, la personalidad pesimista y tímida de Rigou Hanawara, muy contrario a la de su esposa, era un gran problema a la hora de estos momentos, pensando en situaciones, ya sean raras o muy realistas: desde que su hijo naciera muerto hasta que el doctor resultase una criatura nocturna come bebes, esos y más pensamientos recorrían la mente de Rigou como una gran río enfurecido.

—Tranquilidad... Tranquilidad — se decía Rigou haci mismo mientras empujaba su cabeza en una de las duras paredes del pasillo, tratando de tranquilizar su mente de cualquier escenario trágico —El doctor dijo que todo estaría bien.

Mientras Rigou seguía con su calvario imaginario, los minutos pasaban y las horas se hacían presente.

—Señor Hanawara— dijo una de las enfermeras, saliendo de la habitación de partos.

—¿¡S-si!?— Rigou hablo rápida y nerviosamente, levantando su cabeza casi al instante de escuchar la femenina voz.

—Despues de algunas horas y sin ningún percance aparente, la señorita Melissa a logrado tener al niño sin ningún tipo de complicaciones o problemas— casi al instante de escuchar aquellas palabras, un gran peso que Rigou sostenía se había desvanecido, dejando con calma a su mente y cuerpo.

—Ya pu-puedo verlo— dijo Rigou, sosteniendo sorpresivamente los hombros de la enfermera —¡Nesecito comprar todo por mi mismo!— agregó.

La enfermera, algo nerviosa y asustada, solo pudo dar un pequeño asentimiento con la cabeza, a lo cual, el nervioso y despistado Rigou dió una pequeña sonrisa, susurrando entre labios unas palabras "Gracias" después de lo cual entro rápida y eufóricamente a la habitación de partos.

Entrando de una manera rápida y sorpresiva, el para ese entonces joven Rigou se encontró con su esposa Melissa: una mujer de 24 años, de una piel ligeramente oscura y cabellos azabache, estando está postrada en una pequeña cama mientras sujetaba una manta azulada entre manos.

—Si que te tardaste nenita— dijo esta con una ligera sonrisa —hasta pensé que nos ibas a abandonar— rio ligeramente entre dientes.

Rigou esbozo una sonrisa. Esta mujer, de una actitud dura y severa, con un pasado de ser una acosadora y matona, era su mujer, una gran esposa que sabía cuándo transformar su actitud a la de un completo demonio que castigaría todo ser a su alcance, y a su vez, actuar como una gran y protectora angel que salvaría a todo el mundo. Sin duda alguna, a pesar de todo lo negativo que un hombre vería en ella, esta mujer era una gran esposa.

—Que te pasa— dijo Melissa —no te nos quedes viendo como un retrasado, ven a mirar a tu nuevo hijo.

Sin esperar algún segundo más, el cuerpo de Rigou se movió casi por instinto, llegando de inmediato al lado de su mujer eh hijo.

—¿No es lindo?— dijo Melissa con una sonrisa.

—Como planeas ponerle— dijo Rigou, acordarse que las últimas veces este había nombrado a sus hijos y, por ende, ya era momento que su esposa eligiera.

—Al inicio planeaba dejártelo todo a ti— menciono Melissa, llamando la atención de el sorprendido Rigou —pero, ahora que lo veo con mis propios ojos, creo que ya tengo un gran nombre para este señorito— una gran sonrisa se posicionó en los rosados labios de Melissa —Creo que su nombre será... ¡Saitama! ¿No es genial?

El señor Rigou miro a su hijo menor por unos instantes, aquel pequeño bebé, con solo un gran pelo en la cabeza, le emitía una gran sensación de calidez y seguridad, como si el ya supiera que mientras ellos estuvieran cerca, nada malo podría llegar a pasar.

—Saitama... — susurro Hanawara, dando una pequeña risita —pues bienvenido al mundo, Saitama.

One Isekai Man, El héroe que nadie conoceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora