Capítulo 2

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Cuando llegué al aeropuerto de Múnich, tuve que esperar a que una de las monjas del internado viniera a por mí. Sí, monjas, era un puto internado de monjas, donde ni si quiera había tíos, lo que para mí significaba una larga temporada de sequía sexual.
Media hora más tarde encontré a la monja que llevaba el cartel con mi nombre, había pensado en escaparme pero a ver qué coño hacía yo sóla por Múnich. Me resigné, estaba totalmente acabada.
Viajamos en un coche azul oscuro, conducido por una especie de esclavo ya que al llegar al internado bajó todas mis pertenencias y luego se fue a regar el césped. El internado era un antiguo castillo medieval, con grandes jardines, y verjas todavía más grandes, no tenía ninguna posibilidad visible de salir de allí.
Cuando llegamos a la recepción, me indicaron el camino hacia mi habitación, me dieron unas cuantas normas a las que no les presté demasiada atención, me dieron mi llave, y me dejaron en paz. Por el camino me encontré a unas cuantas alumnas, todas con ese uniforme tan patético que tendría que ponerme yo también. Gracias a Dios era viernes y tenía dos días para encontrar la manera de escapar, suicidarme, o buscar en los jardines alguna planta alucinógena para hacer todo esto más llevadero.
Entré a la habitación y vi que había dos camas, una estaba completamente deshecha y con unas bragas y un calcetín sobre ella, la otra supuse que era la mía. Dejé sobre ella todas las maletas y abrí el armario que estaba al lado de mi cama. Obviamente era el mío ya que estaba equipado con los uniformes que mis padres habían pagado. Descolgué uno y, tras una arcada, lo dejé en su sitio.
Cuando ya llevaba un buen rato deshaciendo las maletas, oí la puerta. Supuse que sería mi compañera, creo que la monja me había dicho que se llamaba Kaya. Era rubia, pelo rizado, pálida y con pecas, y unos ojos azules claros. Llevaba el uniforme, como todas. Al verme, primero dio un respingo, luego se quedó observándome, y después, sonrió y dijo "hola guapa".
Ahí ya debería haber intuido que le tiraban más dos tetas que dos carretas, pero estaba tan ansiosa por hablar con alguien que no le di importancia. Nos presentamos y me dijo que iba a cambiarse de ropa porque estaba harta del uniforme, el cual sólo era obligatorio en horas lectivas, y después iba a salir a los jardines con unas cuantas chicas a matar el tiempo. Me dijo que fuera con ella, que tenían maría, y no me lo pensé dos veces.
Fui al baño a arreglarme, me miré al espejo y vi a una chica alta y delgada. Llevaba una sudadera gris claro que me venía bastante grande, unos pitillos negros de pana, y unas plataformas negras. Me deshice la coleta, me repasé un poco la raya, me eché colonia, y salí.
No reconocí a Kaya. Había cambiado la faldita de cuadros azules y blancos por unos de chándal grises, la blusa por una camiseta blanca, y la americana por una chaqueta de chándal. Se puso unas deportivas, una gorra de béisbol, y me dijo, venga va. Cuando acabé de juzgarla en mi mente le dije que vale.
Mientras andábamos hacia los jardines le pregunté si había alguna manera de salir de allí y me dijo que en la parte de atrás había una caseta en la que si te subías llegabas a saltar la vaya. Eso me dio esperanzas.
Al llegar donde estaban sus amigas me pareció mentira que aquello fuera un internado de monjas ya que juego lo que sea a que vestir con sudaderas donde pone 'Satán' y enrrollarse con otras tías está mal visto por la Biblia.
No era homófoba pero la idea de que dos personas del mismo sexo se liaran delante mía me daba cierta repulsión. Igualmente no dije nada ya que seguramente se habrían lanzado todas a pegarme.
Kaya saludó y me presentó. Todas levantaron la vista, algunas sonrieron con malicia, otras simplemente me observaron de arriba a abajo.
Tan sólo una se dignó a hablar. Una con el pelo morado y un piercing en la nariz, dijo en un alemán muy potente:
-Me la pido
Entonces las demás rieron, alguna se quejó, otras siguieron metiéndose mano
-¿Y la maría? Puedo pagarla -pregunté un poco mosqueada
La del pelo morado se metió la mano en el bolsillo de la sudadera y sacó un grinder, me lo lanzó y dijo:
-Considéralo un regalo de bienvenida
Me senté en el suelo y por primera vez en toda mi vida, sentí algo. Tristeza.

La muerte en la otra aceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora