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Kairi presa de su furia desenvaino la espada que cargaba Kuroo y la acercó al cuello del príncipe de los ángeles al mismo tiempo que el rey de los Ángeles se acercaba al corazón del rey de los demonios. Todo había sucedido tan rápido.

El rey ya sabía el mayor secreto del infierno. Él no estaba ahí por su hijo, no, él había ido a asesinar con la abominación que nunca debió existir.

Estaba más que claro, los demonios y sólo el padre de Koushi lo sabían. Aquella reunión iba a terminar con la muerte de alguno de los presentes.

—Suelta a mi hijo— habló con rabia contenida sin menguar la fuerza en su mano que sostenía la espada.

—Sabes muy bien que le hacemos a estas atrocidades— presionó la espada contra el pecho del castaño provocando una mueca de dolor en el mismo que no mantuvo mucho tiempo pues de pronto se sintió presa de otras sensaciones que no le pertenecían, pero que eran suyas. Ahora comprendía todo —Has estado engañando a nuestro reino, Kairi—

—Yo no le debo nada a su reino— bramó con rencor e impotencia

—Pero tú sí nos debes— volvió hablar ejerciendo más presión y la sangre dorada empezaba a escurrir por la hoja de la espada —Nos debes la vida de Zadkiel—

—Ustedes lo asesinaron— volvió a decir aún más iracunda que nunca —Ustedes me arrebataron a lo que más ame y no voy a permitir que me quiten a mi hijo—

Sugawara estaba en una posición sumamente complicada, la reina no ejercía presión sobre la espada y su cuello, pero sentir el frío del arma lo estaba asustando demasiado. Estaba a su merced y sabía que era cuestión de voluntad para que la reina lo degollara ahí mismo.

Alguien había abierto la boca.

No entendía que estaba pasando, ni mucho menos de que estaban hablando, pero lo que más le dolía era ver cómo Tooru estaba aprisionado entre su padre y la espada que lo estaba atravesando con gran lentitud, quería gritarle que se detuviera, pero la hoja de plata en su cuello le robaba todas las palabras.

¿Cómo habían terminado en esta situación?

Las plumas de Oikawa poco a poco fueron tomando su color natural, un blanco tan pulcro y limpio que sorprendió al rey de los ángeles, sin embargo siguió apretando viendo como la sangre dorada ya empezaba a brotar por los labios del castaño.

A pesar de todo el dolor que estaba sintiendo al ser atravesado por esa espada no lo demostró, su temple era digno y tranquilo, parecía que ya estaba resignado a su propio final desde hace mucho tiempo y eso... Le dolió a la reina.

—Madre— llamó Oikawa —Suelta al príncipe— dijo con lo que le quedaba de voz

—Él te va a asesinar — dijo Kairi sosteniendo lo más que podía sus lágrimas y desesperación.

La hoja entró aún más presionando por fin su corazón

— Lo sé y no será la primera vez que lo haga— susurró confundiendo a todos los presentes, pues no entendían en que contexto había dicho aquella frase, pero Tooru sí que lo sabía y le ardía porque en esta ocasión tuvo menos tiempo —Sueltalo. No quiero que le hagas daño— volvió a decir

—No te preocupes, no lo hara— dijo el rey de los ángeles —Kairi será una demonia poderosa, pero no es una asesina— dijo con malicia —Su debilidad es la piedad que muestra, por eso siempre han sido inferiores a nosotros— volvió a empujar la daga y la sangre seguía brotando de los labios del rey demonio y de la herida manchando sus ropas —Su falta de voluntad es su condena—

—Por favor— suplicó la reina soltando la espada en el suelo y liberando al príncipe quien miraba la escena de forma atonita

¿Por qué? ¿Qué había hecho Oikawa para merecer la ira de su padre? ¿Era su culpa?

—No lo hagas— suplicó ya con los ojos inundados de lágrimas

—Lo hemos dejado vivir demasiado tiempo—

—¿Quiere matarme por orgullo? Adelante, hágalo— retó Oikawa con la voz temblorosa  y no era por miedo era por rabia, porque lo habían tomado en su peor momento y porque cuando había encontrado esa pieza en su rompecabezas ahora se la arrebataban.

Tras haber leído unas páginas del diario había llegado a ciertas conclusiones y cuando recibió la estocada de la espada todo se había aclarado frente a sus ojos

—Lleve el honor de nuevo a su reino— sus iris cambiaron de tonalidad y del chocolate pasaron a una imperfecta heterochromia; rojo y dorado, la union de ambas sangres y el resultado del más grande de los pecados —Lleve mi corazón en un cofre si eso los hace felices, pero no se vuelvan acercar a mi reino— dictaminó —Es justo darle un final a este maldito círculo vicioso— tosió y trató de mantener la compostura —No quiero verlos de nuevo, ni a uno de ustedes, ni una maldita y miserable pluma blanca— cada palabra era una tortura para el príncipe quien ya había empezado a derramar amargas lágrimas al ver al rey tan dispuesto a morir sólo por no verlos nunca más —Solo han traído la desgracia a mi pueblo— Oikawa dio un paso hacia el frente enterrandose a él mismo la espada traspasando su corazón mientras su madre gritaba y Kuroo la sostenía para que no se lanzará y cometiera una locura —Ustedes son el infierno que reina sobre el cielo—

—Tu sacrificio valdrá la pena— el viejo ángel terminó de empujar la espada atravesando su cuerpo y con ello su corazón. El demonio cayó de rodillas y miró con una débil sonrisa a su madre para después caer sobre la alfombra.

Kairi se safo del agarre de Tetsurō y corrió hacia su hijo tomándolo en brazos. Estaba manchado de néctar dorado, y la imagen de su hijo lastimado le quemaba el pecho.

Él era lo que más amaba y de nuevo los ángeles se lo habían arrebatado. Era lo único que le quedaba de Zadkiel, era su último regalo y lo había perdido

—Larguense— bramó con furia mientras le sacaba lentamente la espada que mancillaba su cuerpo y lo lanzaba lejos —Larguense— volvió a repetir y un círculo de fuego los rodeó —¿No escuchan?— volvió a lamentarse.

Dolía tanto, sentía que una parte de ella se había quebrado, se sentía tan débil y tan furiosa al mismo tiempo

—Mis condolencias, reina Kairi— espetó el rey de los ángeles al mismo tiempo que se llevaba a su hijo casi arrastras y el ángel guardián los seguía con un nudo en la garganta.

Ya no había nada más que hacer en ese lugar.

Los tratados se había acabado, los pactos se habían roto y los vínculos se habían calcinado tras el asesinato del rey de los demonios

—¿Por qué lo hiciste mi pequeño dragón?— siguió llorando en el suelo abrazando el frío cuerpo de su hijo —¿Por qué?— sollozó

—Por él...

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