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Su celular comenzó a vibrar con impaciencia en su bolsillo izquierdo, no bastó mucho para que el tono de llamada de “American idiot”, su canción favorita de su banda favorita (Green day), le advirtieran que tenía una llamada entrante de su mejor amigo. Contestó con el ceño fruncido sin saber qué favor le pediría el rubio, siempre salía con algo nuevo que Louis cumplía, no por obligación sino por el cariño que le tenía. Lo había conocido cinco años atrás, en ese entonces las cosas eran muy distintas de cómo son ahora; Niall (así se llamaba su mejor amigo) oriundo de Irlanda, su país natal, se acababa de mudar a Inglaterra, lugar de nacimiento de Louis, para comenzar una nueva vida lejos de los disturbios incesantes que ocurrían en su hogar. Recordaba a la perfección la vez que cruzaron miradas en la estación del subterráneo, el rubio camino a su nuevo hogar. Louis no pudo sentir compasión al verlo con esa mirada perdida, esos ojos azules de cachorro que lo llevaron a preguntarle su nombre; ahí fue cuando las cosas comenzaron. Pronto, mediante palabras, ambos jóvenes se conocieron. Demasiado jóvenes, demasiada conexión para no conocerse. Louis terminó llevando al rubio a su nueva casa sin tener noción que desde ese día ir a la casa del irlandés se haría costumbre. Terminaron siendo hermanos, Louis cuidando al pequeño Niall. No existía un alba en el que el castaño se negara a ayudar al dulce, tierno, infantil y cariñoso de su mejor amigo.
La voz de Horan (sí, ese era su apellido) le suplicaba que asistiera esa tarde a su casa puesto que se encontraba en una situación difícil y no tenía otra persona que lo apoyara y consolara como Louis lo hacía. Este aceptaba sin titubear cuando, a lo lejos, vió divisarse una figura masculina, una que conocía a kilómetros de distancia. Y es que no podían ocultar su apariencia, a veces podía admitir que llegaba a detestarlos. Sabía que la mayoría de la sociedad estaba a favor de ellos como también era de su conocimiento que otro porcentaje de personas opinaba lo mismo que él. Juraba que trataba de entenderlos, de llevarse bien con ellos y entablar una relación afable y saludable para ambos pero estaba fuera de sus capacidades.
El hombre, si podía denominárselo así, pasó a su izquierda con una inmensa sonrisa brillante. Louis lo miró con una mueca de asco. Androides, eran un tremendo dolor de cabeza para él. Fuertes, altos, la mayoría musculosos con ese aire indestructible, no había uno que no resultara ser “la persona ideal” según los estándares de la sociedad; y quién no lo sería en su situación. Sin dudas los científicos se habían esmerado en su creación, sin mencionar a los capacitados doctores que, con sus implacables avances médicos, habían hecho de una simple ilusión algo real, tangible y único. Empezó en Australia como un proyecto, terminó en el mundo como la solución esperada de la humanidad. No sentía que era algo necesario y su pensamiento era contrario al de los demás. Creía que los seres humanos tenían que aprender a vivir con la pérdida de un familiar cercano ya que el dolor era algo innatamente humano. Después de todo él había aprendido a sobrellevar el fallecimiento de su madre…
Desde siempre se ha buscado descifrar la muerte, encontrar explicaciones sobre esta. Obviamente pese a los reiterados intentos a lo largo de los años solo se han logrado obtener conjeturas sin alguna explicación acertada y lógica científicamente. Y al no poder llenar este vacío que genera el no saber sobre algún tema que se desea estudiar, se optó por tratar de enfocarse en “desviar” a la muerte. Claro que esto podría resultar estúpido, ya que es imposible para cualquier ser viviente poder detener o impedir lo inevitable, pero los expertos hicieron de las suyas. Múltiples intentos les costó poder crear al mejor androide de la historia humana, tan real que parecía un humano más. Y podía serlo, tan solo bastaba que la base de datos que carga el cerebro de una persona ya fallecida (esto incluía recuerdos, sentimientos, estados de ánimo, sensaciones, etc) fuera traspasado a la mente inteligente del androide. Desde entonces, la mayoría de las personas que estaban en situación grave y lo quisiesen (o algunas por decisión de la familia) pasaban a ser androides luego de su deceso.
-Lou, ¿Estás escuchando lo que te digo?-interrogó Niall, no se había percatado de que aún estaba hablando con él
-No puedo hablar ahora Ni, perdóname. Te llamaré en cuanto pueda-contestó para proceder a finalizar la llamada
Sus ojos se posaron en su reloj de mano, llegaría tarde al trabajo si el metro no llegaba a tiempo. Y para su suerte sí lo hizo. Era de vital importancia que cumpliera con los horarios pactados puesto que, por más que su jefe lo conocía desde hace años (Louis recién tenía la edad suficiente para valerse por sí mismo cuando obtuvo el empleo), era alguien que amaba la puntualidad y la tomaba demasiado en cuenta a la hora de mantener o perder el puesto. Además de que su labor era esencial para Calvin Riviere, un psicólogo con años de trayectoria y más de veinte pacientes que, gracias a su alto entendimiento y profesionalismo, habían sido ayudados con éxito. Louis no llegaba a los talones de aquello pero sí era un pilar importante ya que se dedica, junto a otra persona más, a administrar documentos, recibir a los pacientes y hasta tenían la labor de mantener limpio el consultorio.
Sus ojos azules turquesa se posaron en el expediente que yacía sobre el mostrador, pulcro y reluciente; totalmente nuevo. Seguramente Calvin lo había dejado allí para que lo leyera y se encargara de archivar los datos. Abrió el sobre que contenía los papeles con la historia clínica del nuevo paciente. Se deslizaba entre las oraciones con rapidez hasta que llegó a una palabra clave para describir al sujeto, una palabra que dejó atónito al castaño. Claramente se leía “androide” en mayúscula. Dejó el papel caer y se cubrió con una de sus manos el rostro, pensativo. Harry Styles así se llamaba lo que procedería a ser su motivo de frustración. Llegaría al consultorio en unas horas y Louis sabía que no tenía que conocerlo para comenzar a detestarlo.
Le bastaron tres horas para poder presenciar lo puntual y correcto que era el joven Styles. Con aire incómodo y tímido se acercó temeroso hasta donde se encontraba Tomlinson. Por el contrario, su compostura física no denotaba que se sintiera con inquietudes respecto a un nuevo sitio. Esto se debía a que sus rizos (que no eran tan notorios como en un tiempo seguro lo habían sido), sus ojos verde esmeralda, sus brazos tonificados, su estilo tan exótico, su sonrisa blanquecina perfecta y su prominente altura lo dejaban como alguien líder y capaz de tomar decisiones bajo cualquier circunstancia. Una vez frente a frente, Louis le indicó donde tenía que ingresar, le hizo firmar el papeleo correspondiente y le dio la bienvenida como solía hacer en su clásica rutina hacia los pacientes recién llegados.
El reloj cucú de la sala marcó a hora, Harry se puso de pie y caminó con pasos trémulos hasta la habitación en la que contaría sus problemas y se abriría con el psicólogo. Al pasar el umbral de la puerta pudo notar el sillón individual caqui en el que debía tomar asiento. A su frente se encontraba Riviere, en un sillón del mismo tipo con una pequeña libreta en la mano. Sus orbes recorrieron el cuarto encontrándose con las brillantes ventanas, la iluminación cálida y tenue y el ambiente de silencio y confidencialidad.
-Buenas tardes Harry, ¿Cómo te encuentras?-preguntó Calvin relajado
-Me encuentro bien… ¿Y usted?-correspondió con cortesía
-Perfectamente, me alegra que estés aquí. Prometo acompañarte y ayudarte con todo lo que requieras y esté a mi alcance pero creo que es de tu saber que para eso necesito que entres en confianza. No tiene que ser ya, pero me gustaría que, al transcurrir las sesiones, se haya formado un vínculo de confianza de ti hacia mí-explicó con calma y claridad
El rizado asintió con la cabeza y posó su atención en el suelo, cabizbajo. No era fácil para él relatar todo lo que le dolía, todo lo doloroso que padeció antes. Él era nuevo llevando esta vida como androide, hace unos tres años se encontraba feliz viviendo con su familia en el norte de Inglaterra y pese a que no todo era color de rosa (puesto a que tenía una enfermedad terminal con la que llevaba lidiando mes tras mes), él contaba con todo el afecto y cariño de sus padres y hermana para salir adelante. Claro que esto no duró para siempre, su enfermedad empeoró y tuvo que pasar sus últimos días en una cama de hospital con poca movilidad y débil, pero le reconfortaba el calor que le transmitía la mano de su madre sobre la suya. Poco a poco su luz se fue apagando, su vitalidad desvaneciendo y entre sus deseos finales suplicó, tras un largo debate, que continuaría su vida desde otra perspectiva; que quería ser un androide.
Como es sabido, esta suplica fue cumplida al pie de la letra trayendo al ojiverde “de vuelta” a la vida. Sin embargo, fue y seguía siendo muy arduo lidiar con los comentarios y las miradas ajenas. El temor que le generaba el odio inmerecido e injusto que le tenían cierta clase de personas. Esa intranquilidad de que lo amenacen, lo encuentren desprotegido, le hagan daño tan solo por ser quien era. Estos temores eran justificados debido a que había sufrido varios acontecimientos de este estilo. Recordaba con lujo de detalles la vez que, al salir del hospital, decenas de miradas no solo de pacientes, sino de familiares o trabajadores lo miraban con recelo o terror. En sus salidas a la calle, a su empleo o a visitar a sus padres, las amenazas nunca faltaban. “Nunca serás una persona real”, “No eres humano, no eres nadie”, “Debiste haber muerto como es lo natural”, “Seguro ni siquiera merecías esta segunda oportunidad”, “Los androides jamás tendrán mi respeto, no son merecedores de ello”, “¿Hace cuánto dejaste este mundo?”. Siempre eran diferentes frases, todas ingeniosas en su cinismo. Pronunciadas con sorna, burla, maldad y falta de empatía. Así eran dichas.
Sin contar que su peor abusón vivía a metros de su casa. Al alojarse en un departamento en un edificio maltrecho a kilómetros del centro de la ciudad, barato y de baja calidad, la convivencia con sus vecinos tanto de piso como del lugar en sí era complicada. Este hombre, canoso con una edad que pasaba los cincuenta, lo intimidaba cada que lo veía haciendo que Harry llegara alerta para evitar cualquier encuentro próximo a él. Pero esto no era posible la mayoría de las veces por las que tenía que tragar sus lágrimas, contener a defenderse y mantener la calma esperando que todo pasara y que el sujeto no se sobrepasara con sus acciones o las consecuencias si se atinaba a impedir que siguiera con sus abusos iban a desembocar en la pérdida de su pequeña vivienda. ¿Cómo era esto capaz de cumplirse si el hombre no era dueño del lugar? Fácil, él era el amigo cercano y protegido del propietario.
El fin de la sesión llegó, el rizado no había hablado demasiado, solo se presentó ante Riviere y narró con un nudo atravesándole la garganta y las lágrimas nublando sus ojos cómo era él, dónde había vivido, con quién pasó su infancia y juventud, cómo era su hogar y qué le había pasado para que decidiera estar allí ese día. Aún cabizbajo, las el agua en sus ojos no pudo ser contenida más y descendió por sus mejillas hasta ocultarse en su mandíbula.
-Bueno Harry, eso es todo por hoy-comunicó mirando su reloj de mano-Ha sido un gusto conocerte y me alegra que te hayas soltado tanto para ser la primera vez, es un gran avance. Espero verte el próximo miérco…. Oh no me había percatado de que estabas llorando ¿Necesitas pañuelos descartables?-preguntó con preocupación
-S-sí por favor…-
-No es molestia, tranquilo. No eres el primero ni serás el ultimo-dijo mientras se encaminaba a un estante sacando una caja de dichos pañuelos-Disculpa si no noté que estabas llorando. Ten-exclamó alcanzándole el paquete
-Gr-gracias-agradeció entre sollozos
-Lamentablemente tienes que retirarte, ya que tengo otro paciente y no puedo retrasarme con los tiempos. Pero si quieres puedes pasar al baño hasta que te sientas dispuesto a irte-
Harry se puso de pie y con la mirada puesta en el suelo salió acompañado de Calvin Riviere hasta el área de trabajo de Tomlinson. Pronto presenció cómo Louis lo tomaba de los hombros y lo guiaba al baño al mismo tiempo que el psicólogo se marchaba a su despacho.
Al pasar la puerta e introducirse ambos en el cuarto, Louis caminó al cubículo mientras Harry se lavaba el rostro conteniendo los sollozos por la vergüenza que estos le generaban. El ojiazul lo escuchaba del otro lado de la puerta que los separaba. Luchaban internamente dos versiones de él. Una todavía no podía aceptar a los androides y seguía sin poder creer que estos pudieran presentar emociones y sentimientos. Otra, sentía compasión del pobre chico tan solo unos años menor que él.
-Harry… ¿Puedo llamarte así?-preguntó luego de hacer sus necesidades, el rizado asintió como respuesta a su pregunta-Primero que nada, ¿Te sientes bien?-
-Emmm sí, gracias por preocuparte-dijo recuperando su habla normal y secando su cara con una toalla
-Genial. Tengo que informarte que mi turno ya finaliza también por lo que, si gustas, puedo acompañarte hasta la salida para cumplir con el papeleo final. De lo contrario me temo que tendrás que esperar a Callum, el otro secretario-avisó
-Me iré contigo-pronunció decidido
-Okey, sígueme-
Styles se encontraba firmando siendo contemplado por los ojos azules de quien tenía en frente. Una vez dejó la lapicera a un lado levantó la vista, chocando sus ojos verdes con los del secretario. Louis se quedó admirando sus facciones, su piel lisa, sus mejillas aun rojas por el llanto, sus ojos hinchados pero no por eso menos bonitos. Era increíble pero cierto que los androides podían llorar, y Louis aun viéndolo no lo creía. También era verdadero que podían estar en contacto con el agua, claro si no presentaban ningún daño en su “armadura” protectora que los expusiera a peligro. Simplemente todo parecía extraído de una novela de ciencia ficción.
-¿Ocurre algo?-formuló Harry después de un rato de silencio
-No, disculpa solo estaba pensando. Suelo ser distraído a veces-
-No te preocupes, voy saliendo ¿Quieres que te espere así vamos juntos?-propuso Harry
Louis dudaba qué contestar pero esos ojos esmeraldas, esos que se habían fundido con los suyos en cuanto se miraron fijamente, esos que combinaban tan bien con el azul turquesa de los suyos lo hicieron aceptar sin rechistar. Tomlinson no podía saber si Styles había sido poseedor de esos atrayentes ojos en su vida pasada (esto se debía a que era muy común que las personas dispuestas a transferir su cerebro al de una maquina se modificaran alguna apariencia física para alanzar sus ideales incumplidos) pero algo le intuía muy en su interior que el rizado, desde el día de su nacimiento, fue tan hermoso y tan atractivo como lo era ahora.
Caminaban a paso tranquilo, apacible, sin preocupaciones. El clima estaba soleado con una temperatura ideal para salir al aire libre por lo que la caminata era totalmente agradable. Ninguno de los dos se animaba a comenzar una conversación pero aun así el silencio no era para nada incómodo. A Harry le gustaba mirar el cielo, las nubes en movimiento, los aviones, los pájaros. Era un paisaje digno de admirar. No le costó mucho percatarse de que los ojos de su acompañante eran de una tonalidad parecida a la del cielo. A Louis, por el contrario, le fascinaba admirar la gente caminando inmersos en sus pensamientos, los perros callejeros, las casas y los vehículos circulando. Bastaron minutos para que ambos, androide y humano, se detuvieran frente a la entrada al subterráneo. El ojiverde creyó que quizás el secretario tomaría otro metro pero, para su buena suerte (y esto era porque la presencia de Louis le generaba una inmensa paz que nadie le había proporcionado antes) se dirigían  hacia el mismo sitio.
-¿En dónde vives? Tal vez pueda acompañarte a tu casa-exclamó Harry con una leve sonrisa
-Vivo en esa casa de allí, ¿La ves?-preguntó señalándole la pequeña vivienda
-Oh, entonces somos vecinos-mencionó el rizado causando que Louis volteara a verlo sorprendido
-¿Cómo? ¿Dónde vives tú?-regresó la pregunta
-En esos edificios, precisamente en ese de allí-dijo imitando el gesto
Genial, ahora no solo tendría que ver al androide todos los miércoles en los que tenía sesión sino que además vivía a metros de su casa. La suerte no estaba al favor del ojiazul. Es más parecía que quisieran hacerle las cosas más complicadas de lo que eran, y esto lo decía porque se encontraba en un limbo. No se decidía entre querer lejos o cerca al androide, aprender a quererlo u odiarlo sin justificación.

"El androide 28" (Larry Stylinson) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora