Latidos En La Pared

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—Sí, eso mismo. Dos muelas.

Los huesecillos se movían bajo la gravedad forzada de mi mano, en el interior de un pequeño frasco de plástico, en el que algún día ahí hubo un gel que me regalaron en el aeropuerto como muestra.

—Bueno, a alguien se les habrá caído. Te sorprendería saber la cantidad de gente que no cuida de su salud dental.

La voz de Sofía por el otro lado de la línea sonaba tranquila y pasota, como de costumbre. Parece que el acontecimiento de anoche no le sorprendía para nada incluso con mis indicaciones y sonidos bucales para relatarle todo lo que ocurrió. Quizá es que ya estaba acostumbrada a que le contase cosas inéditas de lo que ocurría en mi vida. A veces parecía haber salido de una serie mala de los setenta, y ella, como mi mejor amiga, se mantenía fiel hasta el último capítulo.

—No sé, tienen como... algo enganchado al hueso.

—Cuando me quitaron las muelas del juicio debías haber visto lo que salió de ahí. No vi una cosa tan fea en mi vida, excepto, a mi ex saliendo de la ducha. ¿Sabes esos perrillos feos que parece que les ha caído un rayo encima? Pues así era.

Me hizo reír y olvidarme de que la noche anterior no pude pegar ojo. Hacía ya más o menos cinco meses desde que Sofía lo había dejado con su novio de seis años porque el cabrón le fue infiel con su prima. Prima que ya no consideraba de su familia, porque al parecer su relación a escondidas tenía una duración de unos dos años mientras estaba con Sofía. Ella podría estar pasándolo terriblemente mal y nadie podría culparla, pero parece que su odio es mayor que su tristeza y eso le hace plantarse fuerte y decidida contra el mundo en vez de compadecerse.

—No entiendo como esto ha podido acabar en mi grifo. Mi padre dice que quizá las cañerías están interconectadas y que en vez de ir por la cañería que conduce a la fosa séptica acabó en la mía. No entiendo una mierda de eso, no se si quiera si eso es posible. O una fuga por uno de los conductos, no lo sé, pero lo que tengo claro es que mi baño es una mierda.

—Has conseguido el apartamento barato. No creerías que te iba a salir bueno en todo, ¿no?

—La dueña parece tan sorprendida como yo. Parece que no tuvo ningún problema con los otros inquilinos anteriores.

—Claro, ¿y qué te va a decir?

Suspiré dejando las muelas encima del armarito de la cocina. Mi intención era tirarlas, pero en ese instante simplemente quedaron allí, en el olvido, pensando en si me animaba a cenar algo o no mientras ojeaba la alacena.

—Ya. En fin, y... ¿cómo sigues tú?

Era tarde, pasadas las diez y media y llevaba todo el día sin comer. Tenía el estómago cerrado y asocié esa dolencia al olor desagradable que salía del baño, o quizá. al cansancio.

—Bien. Mi hermano se está recuperando del COVID bastante bien, en su casa. Por suerte no le atacó tan fuerte como a Rubén.

—Fue una pena lo que le pasó. Murió solo en casa por COVID y si quiera sabía qué era lo que tenía.

Rubén fue un antiguo amigo del instituto de Sofía y mío. Perdimos el contacto después de acabar cuarto, se mudó a otra ciudad y no entablamos más conversación o visión que las fotos que compartía por Instagram de vez en cuando. Nos enteramos de la noticia por una historia que publicó su hermana desde su perfil. Desde entonces no puedo evitar pensar en la sensación de morir en soledad, en estas épocas difíciles que el mundo está atravesando. Si quiera puedo imaginármelo por mucho que lo piense. Creo que nadie puede imaginarlo con la debida claridad hasta que ocurre.

—Pues espero que se siga recuperando, Sofi. Llámame para lo que necesites.

Porque quería escuchar la voz de alguien conocido en la soledad de esta casa. El WhatsApp se me hacía demasiado distante últimamente y me sentía egoísta a veces. Pese a que en la supervivencia no había compasión, ¿no?

El Vecino del ÁticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora