El Sonido De La Oscuridad

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Las lluvias no habían cesado desde hacía dos noches, envolviendo el pueblo en un manto de humedad persistente. Cada gota que caía sobre los tejados resonaba como un lamento constante, un susurro triste que parecía reflejar el estado de ánimo de sus habitantes encerrados. Los cielos, cubiertos de nubes grises y pesadas, se abrían en un llanto interminable que empapa las calles, los parques y el recuerdo de la vida social que algún día hubo en las calles. Sólo durante las horas de la joven tarde, las nubes parecían asomar menos cargadas y cesaban su eterna llorera. Era como si el cielo tomara un aliento profundo, dejando que una luz tenue y difusa se filtrara a través d la capa gris, dando al lugar una pequeña tregua. El sonido de la lluvia disminuía notablemente de su agresivo y constante sollozo. 

Sin embargo, el alivio era efímero. Aguantaban hasta las siete de la tarde, y de nuevo, volvía a arreciar unas lluvias torrenciales que no pararían hasta el día siguiente. El aire se cargaba de esa atmósfera pesada y la luz acababa por desvanecerse por completo. Las gotas eran pesadas y agresivas que resonaban en cada placa de cada edificio, violentando las ventanas gruesas.

Las lluvias torrenciales caían con una furia renovada, golpeando los adoquines, creando ríos improvisados en las calles, y transformando los charcos en pequeños lagos. Las luces de los faroles callejeros se reflejaban en el agua acumulada, creando espejismos danzantes que hacían que la ciudad pareciera un paisaje sacado de un sueño, o quizás de una pesadilla. Los truenos retumbaban en la distancia, y los relámpagos iluminaban por breves instantes los edificios, revelando la ciudad en instantáneas fugaces de luz y sombra.

Apenas recordaba como era el sol, como se sentía su calor acariciando la piel. El apartamento se había vuelto cada vez era más frío y distante, como un lugar donde la luz huía de entrar. No había luces ni contrastes, sólo oscuridad que acababa llenando con el televisor o con el teléfono. El gatito no había vuelto y dudaba que volviese a verlo.

El único consuelo que había tenido, el pequeño gatito al que daba de comer todos los días, había desaparecido. Había sido un rayo de sol en medio de mi aislamiento, un pedazo de ternura y vida que se deslizaba por el exterior, ronroneando suavemente a cambio de un poco de alimento y compañía. Pero ahora, ese pequeño visitante también se había desvanecido, llevándose consigo la última chispa de alegría que quedaba en mi rutina monótona.

La soledad siempre me había gustado, me había acostumbrado a ella desde siempre y había aprendido a amarla y disfrutarla, pero en las últimas semanas se me estaba haciendo cuesta arriba. El apartamento que una vez había sido mi refugio e ilusión de vida, ahora se sentía como una verdadera prisión. Las noches se alargaban sin poder dormir y los días se desdibujaban en una interminable sucesión de horas que eran iguales a las del día siguiente.

Miraba la puerta, esperando en vano el sonido de sus patitas acercándose, el suave maullido que anunciaba su llegada. Pero el silencio era absoluto, opresivo, como una manta de plomo que me envolvía, haciéndome dudar si alguna vez volvería a verlo. Me preguntaba si el pequeño felino había encontrado un refugio mejor, un lugar donde el sol aún brillara y el calor no fuera solo un recuerdo lejano.

Aproveché las horas centrales de la tarde, cuando el sol se atrevía a asomar tímido entre las espesas nubes, para bajar al segundo piso y visitar al señor Gonzalo. Era un señor que ya rozaba los setenta y solía tener cara de mal humorado, pero a pesar de que su cara expresaba una cosa, su forma de ser era sumamente agradable.

Al menos lo era conmigo.

Había recibido unas cartas a su nombre. El cartero, en su habitual despiste, las había dejado en mi buzón. Eran del banco y parecían importantes, así que preferí entregárselas en mano. Toqué la puerta, expectante de escuchar sus manoletinas arrastrándose por el parqué hacia la puerta, pero no escuché nada en los minutos que siguieron a mi llamada.

El Vecino del ÁticoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora