UNO

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Para Jeni, todos los días eran iguales, desde que se levantaba al alba para dedicarse a sus asuntos de trabajo hasta la minuciosa limpieza de la media tarde. No podía evitarlo, cada segundo de su día era meticulosamente planeado.

Como estaba previsto, luego de dejar la casa inmaculada fue a darse una merecida ducha, la segunda del día. Lavó su cabello con prolijidad desde la punta hasta la raíz, sin pensar en nada y concentrándose por completo en su tarea. No había una sola cosa que se le escapara a Jeni, y eso incluía a la suciedad.

Su reloj cucu le indicó que eran las 7 de la tarde, aunque ya lo sabía. Eso significaba que era hora de ir a la taberna, como hacía cada día desde que tenía cuatro años.

Se colocó su bolso y se apareció a las afueras de Zărnești, la ciudad Rumana en la que había vivido desde siempre. Miró la luna llena que brillaba en el cielo y emprendió su camino a pie hasta Gura de Dragon.

Gura de Dragon era una taberna sencilla y amplia, sin muchos decorados y en el que era facil encontrar comodidad. Solo brujas y magos sabían de su existencia, y era frecuentado en su mayoría por cuidadores de dragones que buscaban un lugar tranquilo en el que beber y relajarse.

Pero Jeni no iba a eso. Jeni iba a leer.

Pidió (como cada día) agua caliente con tres cucharaditas de miel y un Kürtőskalác simple y sacó de su bolso el libro que tenía pendiente. Pero antes de leer, observó con cuidado a cada persona del lugar, sintiéndose cómoda al notar que no había nadie que no conociera.

La mayoría de los clientes iban cuando se les antojaba, pero Jeni no era la única en tener un horario fijo. Cada martes y jueves veía llegar a su comensal favorito, Charlie Weasley.

Charlie era un cuidador de dragones que le resultaba, no podía negarlo, atractivo. Era muy puntual y llevaba su cabello pelirrojo muy bien lavado. Olía a ceniza y tenía las manos callosas, pero era educado y amable. Sus pecas resaltaban cuando sonreía y no le molestaba pasar tres horas sin compañía tan solo degustando un pastel. Jeni lo sabía, llevaba años observandolo.

Y es que Jeni observaba a todo el mundo, pero hacía falta mucho tiempo y rutina para despertar su genuino interés. Y Charlie le interesaba. Vaya que le interesaba.

Se permitió observarlo durante cuatro minutos seguidos. Estaba solo y cada tantos segundos se frotaba las manos para entrar en calor.

«Hermoso» pensó, y regresó su atención al libro. No volvió a mirar en su dirección.

Permaneció concentrada en lo suyo hasta dos horas después, cuando oyeron lo que parecían gritos, y luego, un aullido.

Las conversaciones cesaron y el cantinero dió un vistazo a la única ventana. Dejó caer el plato que tenía en las manos.

—¡Hombre lobo!—gritó.

Nadie movió un músculo.

—¿Que dijo?

—¿Un hombre lobo?

—No hay hombres lobos en Rumania.

La puerta cayó de un solo golpe, y el enorme monstruo ingresó al lugar.

Las personas se desaparecían tan rápido como podían, pero Jeni estaba inmovil.

Un hombre lobo...

No podía ser, no de nuevo.

—¡¿Qué estás esperando?!—le gritó Charlie—. ¡Desaparece! ¡Eres la única que queda!

Jeni lo intentó, pero entonces sintió un dolor agonizante en el pulgar izquierdo. Se había departido.

«Eso ocurre cuando no te concentras, niña estúpida» se recriminó, aguantando las ganas de llorar por el dolor.

Ni siquiera había logrado aparecerse lejos, tan solo unos metros más atrás.

Charlie intentó aturdir al hombre lobo, pero no era posible, por lo que solo convocó un encantamiento escudo e intentó unir el pulgar de Jeni a toda velocidad. Apenas el pulgar estuvo en su sitio, la tomó por la cintura y se apareció con ella en el parque de Zărnești.

Eran alrededor de las nueve, pero estaba tan oscuro que apenas podía distinguirse nada. La nieve caía sobre ellos y Jeni se aferró al cuerpo de Charlie para no tambalear.

El pelirrojo sacó un pequeño frasco de su bolsillo.

—Es esencia de díctamo—señaló—. Tengo que tenerlo a mano por mi trabajo. Ven, dejame ver la herida.

Jeni extendió la mano y dejó que Charlie la curara, sin perderse detalle de como su carne se regeneraba frente a sus ojos.

—Gracias, Charlie—le dijo.

—¿Sabes mi nombre?—preguntó él.

—Creo que es evidente.

—Pero yo no sé el tuyo.

Jeni le extendió la mano sana.

—Jenica Szekely.

—¿Puedo decirte Jeni?

Ella se encogió de hombros.

—Todos lo hacen—reconoció—. Serías el primero en pedirme permiso.

—Jeni, entonces—acordó Charlie—. Fui un tonto al forzarte a aparecerte, solo supuse que tenías el carné y...

—Tengo el carné—lo cortó—. Solo entré en pánico. Los hombres lobo...

—¿Te dan miedo?

—Es mi boggart.

Charlie no hizo más preguntas.

—Sé que ya lo dije—murmuró Jeni—, pero en serio te agradezco. De no ser por ti...

—Cualquiera lo habría hecho—contestó él restándole importancia.

—Eso no es cierto.

—Cualquier mago decente, al menos.

Jeni sonrió. Le gustaban los chicos valientes.

Una roca de hielo golpeó la cabeza de Charlie,

—Está granizando—dijo él—. Deberías irte a tu casa.

—Adiós—se despidió ella—. Y gracias otra vez.

DINAMITA || Charlie WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora