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Al despertar me encontraba en un lugar completamente desconocido para mí. Las paredes eran blancas con muebles negros y alfombrado rojo.

Estaba sobre una cama de sábanas blancas. Mi ropa tampoco era la misma. Tenía un enterizo de mangas largas rojo y una camiseta blanca bajo este.

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Mis sapatillas desaparecieron y ahora tenía unos calcetines blancos

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Mis sapatillas desaparecieron y ahora tenía unos calcetines blancos. Me levanté de la cama y miré a mi lado.

Era una habitación grande -enorme- habían tres camas más a parte de la mía. Cuatro armarios, cuatro escritorios y cuatro mesas de luz.

Yo estaba sola, pero las demás camas parecían ya tener dueños o dueñas.

Al costado de la cama vi unas botas negras. Supuse que eran para mí, así que me las puse y me encaminé hasta la puerta, cuando quise abrirla, algo me lo impidió.

Estaba trabada.

Volví a intentarlo, pero era completamente inútil.

Observé mis alrededores. No podría escapar. Las ventanas tenían rejas de grandes y gruesas barras.

Regresé a la cama y me senté, coloqué mis codos sobre mis rodillas y con mis manos sostuve mi cabeza.

Estaba perdida, no sabía como escapar, no sabía dónde estaba o si me encontraba en peligro.

Me desespera la idea de saber que no tengo el control.

Me mantuve así durante unos largos segundos en los que me prohibí llorar, hasta que el sonido de la puerta automáticamente me hizo ponerme de pie.

Había alguien a través de ella y la estaba abriendo.

¿Me iba a hacer daño?

¿Iba a ayudarme?

¿Qué demonios estaba pasando?

La puerta fue abierta, mi mirada estaba en el suelo y comenzó a ascender a medida que esa persona avanzaba hasta mi.

Pies grandes, piernas largas, torso tonificado, cabello rubio y corto hasta poco más debajo de las orejas.

El chico se plantó frente a mi y se quedó observándome durante unos segundos. Luego sonrió de lado y se dirigió a una de las camas vacías.

— ¿Quién eres? — Me digné a preguntar.

— Eso no es de tu incumbencia, niña. — Dijo tajante, quitándose sus botas y su mono.

¿Se iba a desnudar?¿Así tan fácil?¿Frente a mi?

Rápidamente me di la vuelta y cubrí mis ojos con mis manos.

Esperen...

¿Por qué demonios me estaba comportando como una niña? Él no tiene nada que no haya visto ya en algún otro hombre.

Regresé hasta mi cama y me senté en esta, viéndo cómo el chico se ponía unos shorts y acomodaba su camiseta blanca.

— ¿Qué tanto me ves? — Pregunta sin mirarme, se acerca a una de las ventanas y enciende un cigarrillo.

— Nada, solo.... — Debía aprovechar este momento para sacar algo de información — ¿Dónde estamos?

— En el medio de la nada — Respondió llevando el cigarrillo a su boca.

— ¿Y dónde sería eso exactamente? — Cuestioné.

— Frente al lago rojo, en la puta y supersecreta Red Boarding School. — Dijo. —Estos malditos maniáticos tienen una obsesión con el color rojo.

— Ya lo veo. —Concuerdo. — ¿Sabes... sabes por qué estoy aquí?

— ¿Por qué crees que yo lo sabría? — Preguntó él.

— No lo sé, ¿Lo sabes? — Dije sonando nerviosa.

— Quizá... — Se quedó en silencio para expulsar el humo del cigarrillo.

— Bien, entiendo. — Digo recostandome y cerrando los ojos.

— ¿Qué? — Preguntó, no podía verlo pero juraría que se estaba riendo de mi.

— Que me estás tomando el pelo. — Dije molesta. Él soltó una risa baja y melodiosa. Era una risa muy linda, su sonrisa igual.

— Vale, tienes razón. — Me dijo, luego de unos segundos volví a abrir los ojos y del susto, brinqué golpeando nuestras cabezas. — Mierda... tienes una cabeza de hierro — Dijo sobando su frente y alejándose un poco.

— No debiste acercarte demasiado. —Me senté y miré su frente. No pude evitar reírme.

— ¿Qué?¿Tengo algo?¿Quedó morado? — Preguntó palpando la zona.

— Quizá... — Dije divertida, él me fulmina con la mirada y buscó un espejo en uno de los cajones de su mesa de luz.

Me reí aún más fuerte cuando lo vi chillar por el morado que se hizo en su frente.

— El tutor va a pensar que me metí en otra pelea — Murmuró por lo bajo.

— ¿Tutor? — Pregunté interesada. Él dejó de verse en el espejo por un momento para mirarme a mi.

— El señor Meyer. Es el encargado de nosotros, controla todo lo que hacemos y no hacemos. — Me explica.

— Va, entiendo... —Digo — ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Él se detiene un momento y tensa su mandíbula.

— Más del que llevarás tú —Respondió, volviendo a su tono cortante.

Nos quedamos en silencio nuevamente, solo que ahora era incómodo y tenso. El sonido de la puerta siendo abierta volvió a hacerse presente, pero esta vez ingresó una chica de cabello oscuro y con ondas. Ojos claros y facciones marcadas. Es una chica muy atractiva.

— Hola. — Saludé, tratando de ser amable. — Soy Judd.

— Lo sé, mi madre es la directora del internado. — Dijo ella. Avanzó hasta el rubio y se sentó a su lado. Estuve a punto de hablar, pero ella me interrumpió — Si quieres preguntarme por qué estás aquí, solo te puedo decir que no lo sé. Mi madre no quiso decirlo.

— Entiendo.. —Dije, asimilando sus palabras. — Así que esto es un internado. — Murmuré para mí misma.

— Sí, uno muy jodido. — Susurró ella.

Cuando quise preguntar la razón por la que había dicho aquello, había sido tarde. Ya que ambos chicos se encontraban recostados y muy acurrucados.

The Red LakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora