El conocimiento

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Yssingeaux suele ser fresca la mayoría del año. La pequeña ciudad le recuerda a Louis su antigua plantación, con espesos bosques, pequeños mercados y un clima de camaradería entre todos los habitantes. La mayoría de los hombres y mujeres vuelven en la noche a sus casas, cargando alimento y anécdotas.

Estos son hombres libres, los suyos eran esclavos; el intrépido golpeteo de los corazones es el mismo.

Viene aquí de vez en cuando. La Corte es a veces abrumadora, con demasiados vampiros entrando y saliendo, simulando mantener un status quo humano. Louis ha dejado de mentirse hace mucho, es un monstruo, uno con corazón humano, pero monstruo al fin y al cabo. El reciente, y cada vez más popular, adjetivo de "esposo" que crece entre sus neófitos y fans humanos lo hacen preguntarse hasta donde es solo un título y en otros momentos una profesión impuesta.

Entre las calles del pueblo hay bares en los que se ha hecho conocido por jugar a las cartas, hablar de vieja poesía y conversar con algunos hombres sobre política clásica. El cura del pueblo le quiere. Louis sospecha que él sabe algo, por la manera en que se santigua dos veces en su presencia. Por eso evita venir seguido, tal vez una noche cada dos o tres semanas, a veces desaparece un par de meses.

Hoy ha vuelto porque no soportó escuchar uno más de los descuidados elogios de los visitantes. En lugar de llegar en un coche alquilado por Lestat, ha conseguido un caballo. Es un animal magnífico, azabache, que Rose bautizó como Magnificent luego de verlo correr a la luz de la luna en un claro tras el castillo.

Es una buena chica, piensa mientras desmonta al lado de una vivienda, tan apasionada por la muerte como lo estuvo por la vida. Mucho mejor de lo que cualquier otro vampiro ha tomado su poder, Rose está contenta con vivir el mundo, sin poseerlo, sin esperar nada de él ni de ella misma. Sus pensamientos vagan hacia Viktor, es imposible no pensar en él junto a Rose. Viktor, por el contrario, tiene ojos solo para su esposa y el tiempo juntos empieza a hacer parecer que son un par de hermanos caprichosos más que un matrimonio.

Louis los quiere, no como hijos, pero sí con la manta protectora de un tío o un abuelo que puede ser flexible con los caprichos infantiles. Suelen irle a buscar después de sus viajes, una costumbre impuesta por Gabrielle, quien exclamó durante una reunión que el anfitrión de una casa nunca es el esposo. Anticuado, incluso para Louis. Pero perfecto para todos los demás miembros de su priorato, quienes mitigan así las visitas directas a Lestat por parte de los seguidores. La mayoría son molestos, niños pedantes y ancianos con demasiado poder; Rose y Viktor siempre son un bálsamo que aparece en una esquina agitando los brazos y gritando: ¡Tío Louis, hemos vuelto! Ambos son chicos efusivos, dan abrazos y dos besos en las mejillas. Siempre huelen a primavera y sus venas retumban con la adquisición de sangre fresca.

Su palacio es demasiado como un libro del siglo XV. A veces odia a la familia de Lestat, tan incidental como él.

Caminando por la ciudad, con su caballo detrás, identifica un par de lugares divertidos a los que podría entrar. Aquí persisten algunas costumbres supersticiosas, como tijeras en las puertas y sal detrás de algunas ventanas. Su yo más humano, trata de pensar en una manera de persuadirlos para que usen algo más efectivo: balas, motosierras o alguna bomba. Nada esotérico detendría a uno de los suyos.

Termina entrando en un pequeño bar que también funciona como cafetería. Es una nueva moda de los jóvenes, sitios donde hay licor, pero con la posibilidad de conjugarlo con un café y música suave. Dentro, encuentra un par de conocidos. Jean, un hombre de campo, de casi cincuenta años, está discutiendo con una joven de al menos veinte. Son padre e hija, él milita con los socialistas, ella ha sido una anarquista radical desde que entró a la universidad en París.

—Louis —exclama ella al verlo entrar—. ¿Tienes un caballo?

—Ah, Lestat quiso hacerme una broma. Pero me gustó.

Rosa de tu JardínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora