El uniforme de guardia de palacio:

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- No quiero decírselo. - Masculla el príncipe frente a la puerta de las mazmorras, con el entrecejo fruncido.

- Parecéis un niño chico, alteza. - Susurra Elvira con una ligera sonrisa en el rostro, podrá ver a Álvaro, le van a liberar, podrá vivir en condiciones y no entre esas cuatro paredes de piedra.

Aland murmura otra queja mientras abre la puerta y comienza a caminar con paso decidido, aunque no sin antes haber soltado un suspiro exasperado.

Ambos se detienen frente a la celda de Álvaro, donde éste permanece sentado sin mostrar ninguna señal de respeto hasta que ve aparecer a Elvira.

- Alteza... - Saluda a la princesa levantándose y haciendo una reverencia.

- Vas a salir y me vas a enseñar a manejar la espada. - Ordena Aland tras carraspear ligeramente, sin apartar su mirada de los ojos de Álvaro.

- ¿Es una orden? - Pregunta el aludido con una nota de desgana en la voz.

- Sí.

- Lo lamento, pero solo obedezco órdenes de la princesa. - Comenta Álvaro esbozando una sonrisa de superioridad y arrogancia hacia al príncipe.

- ¿Pero quién te has creído que eres? ¡No voy a liberarle!

- Álvaro, por favor, aceptad. Os sacarán de la celda, podremos hablar todos los días, podréis comer y dormir en condiciones. Tan solo debéis enseñarle al príncipe a manejar la espada. - Explica Elvira, acercándose un paso más a la celda.

- Alteza, dudo mucho que este zoquete pueda aprender algo, da igual quién le enseñe.

Aland observa al prisionero con furia, ¿Cómo se atreve a hablar así estando él presente? ¿Acaso no sabe que es el heredero de Estria, que podría matarle en cualquier momento?

- Por favor... Hacedlo por mí, Álvaro...

- Si vos me lo pedís no puedo negarme. - Cede el prisionero, agachando la cabeza en señal de respeto hacia su princesa.

Cuando vuelve a levantar el rostro repara en la figura del príncipe, esboza una sonrisa ladina y de superioridad y habla con voz calmada:

- Cuando queráis, alteza.

Aland clava su mirada en la del prisionero, se enzarzan en una pelea silenciosa durante varios minutos. Una pelea en la que Aland expresa toda la furia que le inunda en el momento: ¿Cómo puede ese simple plebeyo comportarse así en su presencia? ¿Por qué su princesa le tiene tanto aprecio?

Se enzarzan en una pelea que el príncipe acaba perdiendo. Aún resignado abre la puerta de la celda de Álvaro, mascullando una leve maldición en el acto.

El primer impulso del prisionero es salir y abrazar a Elvira, la tiene tan cerca... Pero se contiene. Se arrodilla frente a ella con cortesía y un infinito respeto.

- Alteza... Prometo que a partir de ahora cumpliré mi deber, el que vuestro padre me encomendó hace tiempo. Seré vuestro protector y os protegeré así mi vida dependa de ello. Lamento no haber podido llevar a cabo mi misión durante los últimos años, espero que podáis perdonarme.

Elvira, con los ojos acuosos, se agacha hasta quedar a la altura de su amigo. Le insta a levantar el rostro y le ofrece la sonrisa más feliz y sincera que ha podido ofrecer desde que entró a Estria como prisionera.

- Álvaro, por supuesto que estáis perdonado, estoy tan feliz...

- Genial, ya que el plebeyo está fuera, vámonos, tenemos cosas que hacer, no lo he sacado para que ande a sus anchas. Princesa mía, la cena será dentro de poco, deberíamos ir a prepararnos. - Comenta Aland aún asqueado por toda la situación.

- No le pongáis una mano encima. - Ordena Álvaro con seriedad y frialdad al ver que el príncipe tenía la intención de apoyar una de sus manos en la espalda de la chica. - A partir de ahora trabajaré como guardia en palacio, supongo. Seré guardia de la princesa.

- ¿Quién te crees para darme órdenes? ¡No eres más que un simple plebeyo! ¡Yo soy el heredero del reino! ¡Soy quien manda y da las órdenes!

- Por favor... - Suplica Elvira. - Alteza, ya que está liberado, ¿Qué daño haría que me vigilase? No tendríamos opción de escapar, más de cuatro guardias me mantienen controlada cada día, ¿Qué daño haría que Álvaro se uniese a ellos?

- Haced lo que queráis. - Responde el príncipe, mascullando nuevamente una corta maldición y pasando rápidamente sus manos por su cabellera rubia, desordenándola en el acto.

Nada más empezar la cena Álvaro ya está vistiendo el uniforme de guardia de palacio y permanece en el comedor, tras la silla de Elvira. Apenas ha tenido tiempo de darse una rápida ducha, cosa que realmente necesitaba, antes de poder unirse a los demás guardias. Ahora que está fuera de la celda permanecerá cerca de la princesa todo lo que pueda, la vigilará y protegerá.

- Muy bien, nos retiramos a mis aposentos, no es necesario que ningún guardia nos siga. - Ordena Aland poniéndose en pie aún cuando la cena no ha terminado. - Ninguno. - Repite, clavando su mirada en Álvaro.

- ¿Tan pronto? - Pregunta Elvira, con la esperanza de poder quedarse algo más de tiempo.

- Princesa mía, estoy cansado, y seguro que vos también. Mañana nos espera otro largo día.

La princesa asiente algo resignada, aunque no desilusionada del todo. El príncipe tiene razón: mañana será otro día. Otro día durante el que podrá ver a Álvaro desde que se levante. Un mejor día.

De este modo ambos príncipes se retiran del comedor, dejándole a los soldados tiempo para cenar.

Con torpeza, aunque sin dejar que se entrevea, Álvaro sigue a los demás guardias, con la esperanza de llegar a las cocinas y poder conseguir algo de comida.

Cuando entra en las grandes cocinas automáticamente se da cuenta de que está fuera de lugar: los soldados que están allí para cenar le miran con desprecio, burla incluso. Las mujeres que se atreven a alzar la vista de sus quehaceres le miran con miedo, la mayoría permanece con los ojos fijos en los utensilios o los alimentos.

- No te preocupes, es normal que el ambiente te resulte hostil al principio, al fin y al cabo, eres un prisionero de otro reino. - Comenta Gabriel, acercándose a Álvaro con un cuenco de sopa y una agradable sonrisa en el rostro.

- No necesito que el ambiente se vuelva agradable, no tengo intención de intimar con nadie aquí.

- Vaya, pues mejor para ti. Aunque te perderás mucho, somos una gran familia a pesar de lo que aparentamos. Soy Gabriel.

- Álvaro. - Se presenta el joven cogiendo agradeciendo el cuenco que le ofrece el otro guardia.

- ¿Eres cercano al príncipe? Quiero decir, ¿Un sirviente cercano? - Pregunta Álvaro pasado un rato.

- El más cercano si me permites presumir, aunque no por eso tendrás libertad o una razón para matarme. - Le responde Gabriel soltando una corta risa.

- No tengo intención de matar a nadie. Aún.

- Eso está bien, nosotros tampoco tenemos intención de matarte. Aún.

Álvaro esboza una leve sonrisa, es increíble, pero siente que acaba de hacerse con un compañero de trabajo dentro del palacio de su reino enemigo.

La pérdida del reinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora