Capítulo 5

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Dio la vuelta al biombo y la vio acurrucada en un rincón con la bata puesta. La cerraba con fuerza sobre el cuello. Temblaba demasiado para la agradable temperatura que había allí.

—Ana, déjame ayudarte. —Le dijo en tono conciliador.

La levantó por los hombros y la sentó otra vez en la butaca. Le dio un té caliente de hierbas. Ella estaba absorta en un recuerdo del pasado. Empezó a hablar.

—Yo... yo no sabía que eso iba a pasar cuando fui. No es cierto que me lo estuviera buscando, no, no. —Fabián no entendía nada pero la dejaba hablar. —No tenía derecho a tocarme así, nunca se lo permití.

Empezaba a llorar, hundiéndose cada vez más en la butaca. Apenas sorbía el té.

Lo miró angustiada.

—No me lastimes.

¿En realidad se lo estaba diciendo a él?

—Pero me lastimó —dijo bajando de nuevo la mirada. —Yo sólo tenía diecisiete años. Me engañó. Me dijo que me sacara toda la ropa y me acostara. —Se le hizo un nudo en la garganta. No pudo terminar la frase pero ojeó la camilla con un escalofrío.

Fabián ya estaba entendiendo el origen de todas sus fobias.

Ana lo miró con los ojos abnegados en lágrimas.

—Lo siento. Lamento haberte hecho perder el tiempo pero no puedo, no puedo subirme a esa camilla —el nudo en su garganta se expandió e inmediatamente después exhaló y se largó a llorar.

Fabián tardó unos segundos en asimilar lo que le había ocurrido pero enseguida la consoló acariciando su espalda a lo que ella reaccionó tensándose por instinto.

—Apenas recuerdo como salí de allí y llegué a casa. Desde ese día casi nadie me ha vuelto a tocar. No dejo que nadie se acerque tanto.

Pasaron unos segundos de completo silencio. Ella se sentía extremadamente agotada y avergonzada. No se atrevía a mirar a Fabián a los ojos pero también sentía una extraña sensación de alivio. Ya no temblaba tanto y en dos sorbos más se terminó el té.

—Lamento mucho que te pasara eso —le dijo Fabián mirándola consternado e indignado, rompiendo con el incómodo silencio.

Ana respiró profundo al tiempo que intentó sentarse más derecha en la butaca. Un dolor punzante le atravesó la espalda desde el coxis hasta la nuca. Ahogó un grito de dolor que no pasó inadvertido para Fabián.

—¿Vamos a arreglar eso?

Ana dudó unos segundos.

—Pero... No puedo... —dijo mientras negaba con la cabeza.

—Ven. Acompáñame —habló él decidido, poniéndose en pie.

Ella permaneció estática, sin entender.

—No te voy a lastimar, Ana. Te lo prometo.

Ella lo pensó dos segundos y bajando la mirada, asintió.

Fueron hasta otra salita en donde había una de esas extrañas sillas de masajes, como las que hay en algunos aeropuertos.

—¿Podrías intentarlo aquí?

—Tal vez—dijo ella bajito.

—Hagamos la prueba.

Ella se mordió el labio inferior y finalmente accedió.

—¿Tengo que...? —dejó la pregunta por la mitad, tomándose el borde de la bata. Lo miraba suplicante y algo ansiosa. Él le sonrió complaciente.

—No. Puedes dejártela puesta.

Fuego Oculto - El renacer de una mujerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora