Capítulo 2: Bajo el beso del atardecer

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1891

Era un día importante para el joven adulto Arthur Morgan. Ya tenía veintiocho años y llevaba varios años en una relación con una joven llamada Mary. Sin duda, ambos eran tan diferentes como el día y la noche, pero en algún momento su amor pareció surgir. Mary insistía a Arthur a abandonar la banda y mudarse con ella lejos de la vida que siempre había compuesto a Morgan. Pensaba que de ese modo, su padre podría aceptar a Arthur al verlo cambiar y podrían estar juntos sin mayor inconveniente. Sin embargo, Arthur se debatía entre la creencia del amor de una mujer de bien y la lealtad de su familia. 

Siempre intentaba dejar la mencionada en un momento donde su familia pudiera estar en paz, en un momento donde Dutch no le necesitase para alguno de sus asuntos. Arthur creyó firmemente que jamás tendría escapatoria de la banda, por muy lejos que se marchase a renacer en una vida tranquila, porque sus fantasmas siempre volverían. No estaba seguro si podía ser el hombre que Mary necesitaba que fuese, o quizá es que simplemente no estaba seguro de si realmente quería dejar la banda.

Una vez tuvo una pareja, un hijo, con un dramático final. Siempre se sentiría culpable por ello, por seguir con la banda y pasar sólo unos días cada ciertos meses con la que era su familia. Por su condición de forajido, había echado a perder la oportunidad de tener a gente que le había aceptado y amado tal y como era, por ello en aquel instante se sentía en la obligación de tener todos los cabos bien atados antes de irse con Mary. Quería hacer las cosas bien para que nadie más sufriese por su pasado, por ser quien era.

Una de las noches, Arthur mantuvo una larga y tendida conversación con Dutch explicándole la situación. Agradecía tener a Hosea delante, porque él fue quien contuvo indirectamente a Dutch de insistir a Arthur de que se quedase. 

—Arthur ya ha cumplido con nosotros, con la banda. Por culpa de ésta familia perdió a una que pudo darle paz y prosperidad. Es hora de que lo dejemos ir a que sea feliz en otro lado.

Dutch parecía receloso ante su mención, pero en el fondo sabía que tenía razón. Por más que intentó alargar aquel instante, sabía que acabaría llegando. Le sorprendía cómo pasaba el tiempo a veces, y ver crecer a Arthur y verlo marchar como un pajarillo era algo que no estaba entre sus planes. Aún así, se sentía algo culpable por lo que le ocurrió a su familia. Tenía una deuda pendiente con Arthur y creyó que dándole esa merecida bendición y libertad para irse acabaría por entablar la calma en su corazón agitado.

Ambos le dieron su bendición para marcharse aquella noche, sin rencores ni dolores por su intención de irse. Hosea hizo prometer a Dutch que no volvería a buscar a Arthur para sus asuntos, y Dutch lo prometió, aunque sólo él sabía que faltaría a esa promesa. 

Sin embargo, aquella noche no sólo estaban ellos tres escuchando la situación. El joven John lo había escuchado todo entre las sombras de la noche y no parecía nada contento con la ida de su "hermano" mayor. No así, al menos.

Antes de irse, Arthur debía solventar algunos asuntos. Debía hacer las cosas bien, demostrar al padre de Mary que estaba dispuesto a cambiar y ser un hombre de bien para ella. Por ello decidió hacer algunos trabajos honrados en su tiempo libre de la banda, para poder comprar con ese dinero limpio un precioso anillo digno de ella. Se sintió orgulloso cuando el joyero se lo tendió en aquella cajita de madera, tallada como si fuese por las manos de una ninfa, y se lo guardó en el zurrón con el debido cuidado. Tenía pensado pedirle la mano en una fiesta que organizaba su familia, sabiendo que su princesa no dudaría en aceptar y empezar una nueva vida. Ese sería el momento decisivo.

Unshaken Outlaws | Arthur Morgan x John MarstonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora