ᴄᴀᴘɪᴛᴜʟᴏ 2

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Aquel lugar estaba envuelto en una atmósfera de tensión palpable, casi tan densa como el aire que Nerea respiraba. No podía apartar la vista del chico frente a ella. No es que fuera aterrador físicamente; de hecho, si lo hubiera visto en cualquier otro contexto, quizás lo habría encontrado atractivo. T

enía el cabello rubio, peinado de manera impecable, excepto por un mechón rebelde que caía sobre su frente, dándole un aire juvenil, pero no era eso lo que la mantenía congelada en su lugar. Lo más llamativo era el parche triangular que cubría su ojo izquierdo. Y, aunque parecía humano, sabía exactamente quién era.

—No puede ser... —murmuró para sí, incrédula—. ¿Bill Cipher? ¿Por qué ya no eres un dorito parlante?

El muchacho, con una sonrisa burlona, se inclinó ligeramente hacia ella, como si disfrutara de su desconcierto.

—¡Evolución, querida! —exclamó, extendiendo los brazos dramáticamente—. Quién diría que tener huesos sería tan cómodo. Deberías intentarlo algún día.

Nerea frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—¿Qué es lo que quieres, Bill? —Su tono era frío y directo, sin espacio para bromas—. No creo que hayas venido solo a contarme sobre tu evolución de dorito a presentador de circo.

El rubio rió, una carcajada que resonó en el vacío entre ellos, como si la idea de que ella pudiera anticipar sus intenciones fuera algo hilarante.

—¡Me atrapaste! —respondió, fingiendo sorpresa—. Pero antes de eso, deberíamos tomar un poco de té, ¿no te parece? —Con un chasquido de dedos, una pequeña mesa de té apareció entre ellos, adornada con una vajilla elegante que no encajaba en lo absoluto con el tono de la situación.

Nerea vaciló, pero terminó sentándose frente a él. Bill llenó su taza, observándola con una sonrisa que no inspiraba confianza. Ella llevó la taza a sus labios y bebió un sorbo cauteloso.

—¿Te gusta? —preguntó, apoyando el codo en la mesa, con la barbilla en la mano, claramente divertido—. Está hecho con sangre de humano real.

La peliblanca escupió el contenido de inmediato, apartando la taza con asco, mientras sentía que el estómago se le revolvía.

—¿Qué demonios está mal contigo? —exclamó, limpiándose la lengua con la manga de su chaqueta—. Eres un maldito maníaco.

Bill se recostó en su asiento, satisfecho con su reacción.

—Ah, vamos, no seas tan dramática. —Hizo un gesto despreocupado—. Me enteré de tu pequeña tragedia, ya sabes... lo de "Pino". ¿Te rompió el corazoncito, verdad?

El rostro de Nerea se tensó. No esperaba que él tocara ese tema, y mucho menos que lo hiciera con tanta ligereza. Desvió la mirada, incómoda.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó, rascándose la nuca en un gesto nervioso, como si el hecho de que hasta Bill estuviera enterado empeorara la situación.

—Niña, no olvides que tengo un ojo en todas partes. Literalmente —respondió él, señalando el parche que cubría su otro ojo, como si fuera algo trivial. Luego se inclinó hacia adelante, su tono volviéndose más grave—. Y te digo una cosa... esa no será tu única tragedia.

—¿Qué? —Nerea se irguió, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda—. ¿A qué te refieres?

Bill sonrió con una mueca perversa, sus ojos brillando con malicia.

—Primero, no debiste hacer tu confesión justo donde estaba mi piedra, niña —respondió con un tono canturreante. Ella se maldijo internamente por ese descuido. Sabía que algo estaba mal ese día, pero no había podido identificar qué—. ¿Cómo te sientes?

𝐏𝐀𝐑𝐀𝐋𝐋𝐄𝐋 𝐋𝐈𝐍𝐄𝐒 [Dipper Gleeful y tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora