1: Nacimiento

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Año 301 a. D

El fino cabello rojo de la reina, se mecía de un lado al otro por la fría brisa del invierno, sus manos se mantenían en su boca en busca de calor. Sus ojos grisáceos bajaron a su estómago y una de sus cejas se enarcó en disgusto. ¿Cómo había llegado a ese punto? Sabía la respuesta, pero había algo en ella que se negaba aceptar lo lejos que había llegado por su codicia.

Un leve escalofrío recorrió su nuca, el embriagador olor a verbena inunda su nariz. No necesito voltearse para saber de quién se trataba, ignorándolo fijó su vista en el paisaje que la rodeaba, la nieve que caía cubrían casi por completo los inmensos árboles a su alrededor, el lago que solía nadar con frecuencia en verano estaba hecho hielo.

Tal vez era el embarazo, pero el pensar que no volvería a nadar en ese lago la hizo querer llorar por un segundo. Había mucho que extrañaría de ser una reina, de ser la reina de Nirvana, pero su deber ya estaba por ser cumplido, no había nada ni nadie quien la detuviera en un futuro. Su lengua pasó por sus labios, extasiada con el simple pensamiento.

Sus manos bajaron hasta su vientre y una patada salió de este, cualquiera en su lugar hubiera sonreído de alegría, sin embargo, una fina sonrisa de amargura fue todo lo que pudo dar la mujer. «Pronto»pensó dándose ánimos.

Desde la entrada del balcón con un pensamiento distinto, su esposo la observó con fascinación por lo que había creado, no podía dejar de pensar en cómo sería de padre y todo lo que no debía, ni iba a hacer por el bien de su hijo. Detestaba, le asustaba la sola idea de ser como su padre o cómo algún Bathory en la historia de Nirvana, él sería diferente, tenía que serlo.

Hacía años los hermanos estuvieron de acuerdo en que odiaban el apellido que por siglos había gobernado junto al consejo, pero también estuvieron de acuerdo en que ellos cambiarían el patrón que habían formado sus antepasados, a pesar de saber que sus tormentosas mentes no se lo podrían fácil.

Desde que la reina le había dado la noticia meses atrás, la dicha del rey fue inmensa, no hubo ni un solo criado en el reino que no supiera que iba a ser padre, la noticia se dio con un gran festejo de su parte. No esperaba la hora en que naciera y cumpliera su nuevo rol como padre en la vida de su hijo. Los días luego de la noticia le parecieron lentos, aunque con cada nuevo amanecer el vientre de su esposa creció hasta convertirse en lo que ahora veía; un óvalo gigante.

Aunque jamás se atrevía a decírselo, tenía la fiel creencia de que a su esposa no le gustaba que le mencionaran nada de su físico. Gran parte de él lo entendía, Leonore era la sensualidad hecha mujer, físicamente era casi perfecta, pero luego de su embarazo su físico se adaptó a la situación dando para él una apariencia más tierna y maternal, cosa que sabía ella detestaba.

Leonore se removió incómoda en su lugar al sentir como su bebé se movía dentro de ella con violencia.

—Pequeño no hagas eso —Le habló a su panza sobando a un costado.

—¿Pequeño? —Cuestionó el rey, sus ojos dejaron de ver el paisaje para enfocarse en los de él tomándolo por sorpresa.

—¿Qué?

—Le dijiste pequeño, ¿sabes que es niño? He escuchado que algunas madres saben el sexo incluso antes de nacer.

—No lo sé, es lo único que se me ocurre cuando quiero hablarle. —respondió restándole importancia.

—No hemos hablado de nombres —recordó queriendo hacer más conversación que de costumbre.

—Si es niño quiero ponerle Nicolás, pero si es niña, no tengo idea. Te dejaré esa tarea a ti —el rey se emocionó, ya él nombre lo tenía más que pensado para cualquiera de los dos casos.

Reino del caos [#01]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora