Después de desmaquillarse, bañarse y ponerse el pijama, Ginevra se tiró al colchón del medio y soltó un suspiro. Claramente su yo con un poco de alcohol arriba tenía más ovario que su yo sobrio, debería aprender más de ella. Había dejado su celular en silencio, boca abajo y cargando en la mesa de luz. Daniel no paraba de mandarle mensajes, ya le contestaría cuando se despertara o realmente cuando le diera la gana, o quizás no lo haría y fin de la historia. No lo aguantaba más.
¿Qué le dijiste a Octavio? - le preguntó Alya al acostarse en un colchón a su lado. Estaba boca abajo y con la cara apoyada en las manos, los codos en el colchón. Ginevra volvió la cabeza para mirarla y se empezó a reír.
Que lo había extrañado - sus amigas se taparon la boca dramáticamente - y que estaba feliz por su regreso. - Mara agitó las piernas en el aire mientras se tapaba la cara. - Esto definitivamente es culpa de ustedes.
Las tres rieron, tratando de contenerse para no despertar a toda la casa. Al final las alcanzó el cansancio y se quedaron dormidas.
Unos gritos hicieron que abra los ojos, justo a tiempo: los chicos entraban en su habitación con sifones de soda, las mojaron de pies a cabeza y se fueron corriendo. Seguían siendo niños, unos niños re molestos. Las chicas se levantaron, se vistieron, lavaron sus dientes, cepillaron sus cabellos y bajaron a la sala. Los tíos de los chicos, Patricia y Javier, ya estaban allí, junto a Stefano, el hijo menor, que tenía la misma edad que Gerar y eran muy amigos entre sí. Eran casi las doce del mediodía cuando los padres de los mellizos recibieron a Juana y Simón, los padres de Octavio. Ariel y Andrea, los padres de Mara llegaron un rato después, junto con las madres de Alya, Sabrina y Daiana.
Ginevra era súper cariñosa y afectuosa, amaba a esas personas, cada una de ellas era maravillosa, pero esta vez los abrazos más largos fueron para los padres de Octavio. Ambos la envolvieron en sus brazos, felices de volver a estar en casa y rodeados de sus amigos. Juana pudo ver lo grande y cambiada que estaba Ginny, tan hermosa y delicada como su madre, su hermoso cabello brillaba con la luz del sol que entraba por los grandes ventanales que daban al patio de los Franuá. Almorzaron en el patio, era un precioso día de verano, los chicos habían llevado malla para pasar la tarde en la pileta. Octavio se sentó frente a Ginevra y cada vez que podía la miraba o le chocaba sus pies con los de él a propósito, muchas veces funcionaba y ella lo miraba, él hacía como si no se enterara y seguía charlando tranquilamente. Quería llamar su atención, pero no la de los demás, al menos no hasta saber que le pasaba con ella. Se sentía extraño desde la tarde anterior… ¿O había sido siempre así y no se daba cuenta?
Había hablado con sus amigos, antes y después de salir. Le habían recomendado que aclare sus ideas y que piense lo que sentían el uno por el otro antes de hacer algo, también le dijeron que era mejor acercarse a ella y demostrarle sus intenciones. Gideon lo escuchó y aconsejó, su amigo tenía eso de bueno, que sabía separar las cosas: su relación con su hermana y su amistad. Se había mostrado contento al saber que él estaba pensando en ella, pero no había insistido con el tema.
Después de comer ayudaron con la mesa y los platos; mientras las chicas se preparaban, ellos buscaron las cartas y se pusieron a jugar un rato, haciendo pequeñas apuestas a ver quién lavaba el auto de quien o quien se encargaba de podarle los árboles a quien. Las chicas tomaban sol en el borde de la pileta, hasta que escucharon un chapoteo y risas: Mara se había tirado al agua, salpicando a las dos que quedaban afuera. Corriendo, los chicos saltaron al agua y Alya los siguió, solo Ginevra se quedó afuera, mirando a sus amigos desde un lugar seco. No le gustaba mucho el agua y no sabía nadar bien. Notando su ausencia, Octavio la buscó y nadó hasta ella; estaba sentada con los pies adentro del agua disfrutando del calor del sol en su piel, que le pintaba tonos dorados. Su pelo, de un dorado rojizo, destellaba bajo la luz solar y la sonrisa que la muchacha le regaló le calentó el alma. Apoyó los codos en el borde, al lado de ella y la miró a los ojos, quería acariciarle la piel que tenía al alcance pero cerró los puños.
¿Todavía no te gusta? – le preguntó
No, creo que nunca me va a gustar mucho, pero quizás me meta un ratito ahora. ¿está muy fría como para el resto de mi cuerpo? – se miró las piernas dentro del agua.
No, para nada, está re linda. – hizo fuerza para salir del agua y se sentó con ella, salpicándola un poco más. La risa de la muchacha lo envolvió. - ¿tenés tu celular? Saquémonos una foto.
Si, lo voy a buscar, está en la mesa – se levantó a buscarlo. Sin nervios, se dijo, es tu amigo de toda la vida, y se sentó a su lado. Se sacaron fotos y les sacaron a los que estaban en el agua, sus fotos habían salido hermosas, se las mostró a él y le sonrió.
Pasámelas, mirá que hermosos somos. – la miró a los ojos, realmente era hermosa, ¿por qué no podía decírselo y listo? ¿tenía miedo de que lo rechace?
Yo… voy a dejar el teléfono, por si me meto al agua.
Al volver lo vió parado en el borde, Octavio le estiró la mano y ella se la tomó sin pensar, la hizo girar como si bailaran y de repente la rodeó con sus brazos, piel contra piel, a unos centímetros de su rostro; era una cabeza más baja que él, pero si hacía puntitas de pie podía besarlo sin problemas, él también se dió cuenta y deseó hacerlo. Pero no podía. En cambio, le dedicó una sonrisa traviesa, la de alguien que está por hacer una maldad insignificante. Entonces Ginevra se percató de que estaban muy cerca del borde, ella estaba de espaldas al agua y los gritos de sus amigos lo alentaban a hacerlo: Octavio dió un paso adelante y los dos cayeron. Ella tomó aire y el agua los envolvió, creando un espacio en el que solo estaban ellos y nadie más que ellos. Salieron a la superficie separados, pero como ella no sabía nadar, él la tomó por la cintura y Ginny le pasó los brazos alrededor del cuello, todos reían, ellos incluidos.
Si serás…
Yo también te extrañé - susurró él. Ginevra parpadeó más sorprendida que antes. No dijo nada, solo se limitó a dejar que la lleve hasta el grupo. Cuando hizo pie se soltó del joven y rápidamente se arrepintió, sintió la falta del calor de su piel contra su cuerpo y se estremeció.
Tomás la salpicó y ella se tiró sobre su espalda, hundiéndolo.
Eso por mojarme esta mañana - le dijo a su primo.
El joven le sacó la lengua con la promesa de vengarse y dieron inicio un partido de vóley, tres contra tres. Cuando se aburrieron y les dió hambre, los chicos se secaron y fueron a buscar para comer, cuando estuvieron solas, Ginevra les contó lo que Tavvy le había dicho sobre extrañarla. Se permitió tener un poquito de esperanza. Con unos snacks y unas latas de cerveza que sus amigos traían, siguieron disfrutando de la hermosa tarde de verano.
Y así se les pasó el día. Todos se fueron antes de la cena, felices de haberse reencontrado. Gideon y Ginny se prepararon para ir al cine; comieron en familia, les gustaban los domingos juntos, sobre todo si terminaban el día con una película. La función fue trasnoche, pero no les importó. No iban a madrugar hasta la próxima semana, así que les quedaban unos días para aprovechar al máximo, más ahora que estaba todo el grupo junto.
Fueron en auto hasta el cine, que quedaba en la ciudad vecina, así como la facultad y todo lo relativamente importante. La sala estaba llena, pero consiguieron los asientos que le gustaban a los dos: los de arriba de todo y al medio. Vieron una película de misterio y a la salida compraron helado, las heladerías abrían hasta tarde los fines de semana, sobre todo en verano. Caminaron un rato por las calles del centro de la ciudad, charlando: se contaban todo, se planteaban dudas y desahogaban problemas, eran los más íntimos amigos y confidentes, casi nunca peleaban y se amaban mucho. Ginevra iba por la mitad del helado cuando su hermano le preguntó qué había pasado con Daniel. Ella le contó por qué habían empezado a verse, le confesó que desde el minuto cero había querido dejar de verlo, pero una parte de ella se forzaba a hacerlo, le explicó que nunca lo había besado ni nada como para que él piense que estaban juntos y hasta se lo había aclarado muchas veces con palabras. No dijo que todo eso era porque nadie podía reemplazar a Octavio, pero su hermano lo entendió.
Está bien amar a alguien más y que tu corazón no pueda abrirse a otras personas, a veces no podemos engañarnos a nosotros mismos. Hay que ser auténticos, hay que dejar al corazón libre, no podés encadenarte a quien no te hace feliz solo para sacarte del alma a alguien. Si no, te vas a arrepentir toda la vida. Tenés que luchar por Octavio. Todos sabemos que realmente lo amas.
¿Tanto se me nota? - suspiró la muchacha.
No sé si él lo puede ver, pero yo sí. Mirá, solo quiero que seas feliz, sos mi hermanita y mi amiga, quiero lo mejor para vos. Te ví intentarlo con otros chicos y solo funcionó con uno, ¿Cuánto, un año? ¿Año y medio? Por favor Ginny, no podés seguir dejándolo pasar porque algún día va a llegar alguien que se lo lleve para siempre, y no podés seguir ocultando lo que sentís, no te hagas eso.
La joven le dió la razón a su hermano y cambiaron de tema. El camino de regreso lo manejo ella, quería practicar para ir a la facultad en auto y usar el colectivo lo menos posible. Ya de vuelta en su casa y encerrada en su habitación, Ginevra se puso a pensar en esos dos últimos días y lo que había sentido. ¿A Octavio también le pasaría algo con ella? Se acostó en su cama de dosel, de esas antiguas que se veían en los clásicos (la habían mandado a hacer para ella), sacó la alarma de su celular, iba a ver una película o serie, quizás leer un poco y dormir hasta tarde, sin horarios. Quería disfrutar de un día de lectura y tranquilidad, si alguien quería organizar algo entonces la llamarían. Después de elegir una película y prepararla para reproducir, recordó las fotos que le había sacado a sus amigos. Abrió la galería y se las envió; dudó en enviar las que se había sacado con Octavio. No sabía si mandárselas por privado. ¿Eso empezaría una conversación? Quizás no las quería. Las fotos habían salido tan lindas... ella tenía una hermosa malla amarillo clarito con pequeñas margaritas que su mamá le había hecho ese año. Se le daba muy bien hacer ropa, era muy prolija y tenía un gusto hermoso.
Se detuvo viendo la sonrisa del joven, era hermosa y genuina. Nada había cambiado en él, seguía siendo amoroso, buen amigo y una persona extremadamente bella, tanto por fuera como por dentro. Su cabello negro estaba corto, más abajo que arriba y se despeinaba con el viento del verano, estaba más alto, más musculoso, pero no de esos exagerados, sino más marcado. Sus ojos, uno azul y uno marrón con manchas azules, eran tan cálidos como el sol; a pesar de la heterocromía, eran unos ojos preciosos, distintos, característicos. Algo solo suyo. Lo que daba ella por qué la mire con esos ojos soñadores… lo amaba como nunca había amado, tanto que le dolía el corazón.
Dejó el celular sobre la mesa de luz y empezó a reproducir la película, no habían pasado más de diez minutos cuando su celular vibró. Movida por la curiosidad, miró la pantalla y vio que era un mensaje de Octavio. Puso pausa y desbloqueó el teléfono: "Hola Gin, no me pasaste nuestras fotos, que mal eso, ¿me las mandás?". Una sonrisa se abrió paso en los labios de la joven. "Me había olvidado" le respondió. Bueno, no era del todo mentira, ¿no? Envío las fotos y se quedó mirando la pantalla esperando la respuesta. Cuando llegó el mensaje contó hasta veinte y lo abrió, una de las fotos estaba resaltada y decía: "esta foto es muy hermosa, soy muy lindo". Ginevra se rió. "La pasé muy bien hoy, me alegra que hayas vuelto"... Borró ese mensaje, no iba a repetirle eso y ya no sabía que decir.
Le preguntó que hacía, él dijo que no podía dormir y que le costaba el cambio de horario. Ginevra se levantó, apagó la tele y abrió las puertas de su terraza, se sentó en los sillones que su padre le había hecho. Le gustaba mucho la ecología y su padre le había conseguido unos sillones y una mesita de madera plástica y su madre había hecho unos almohadones, hermosos y cómodos, para sentarse en ellos. Les gustaba cuidar del planeta y sus padres, sus hermanos y ella estaban en muchas campañas contra el plástico en los mares y concientización. Un aire cálido le tiró el pelo hacia atrás, juntó los pies, haciéndose un ovillo en uno de los sillones y se rodeó las rodillas con los brazos.
"Contame de España" le envío. Bloqueó el celular y miró al cielo, las estrellas y la luna alumbraban como luceros, siempre había pensado que la luna era muy romántica, toda ella era muy romántica.
"Es hermoso, el mar en verano, la nieve en invierno. Aprendí a patinar en hielo, empecé a estudiar abogacía… pero nada se compara con estar en casa, acá soy mucho más feliz. Si, hice muchos amigos y también los extraño, pero no eran tan amigos. Supongo que algún día volveré a visitar a quienes me quedaron allá." ¿Había dejado gente a la que visitar? ¿Había acaso una novia?
"Me alegra que hayas disfrutado estar allá, también me alegra que tengas gente por la que volver" le respondió, otra vez pensando en si había dejado a alguna chica por allí.
"Tenía más gente por la que regresar" le respondió. Octavio quería mostrarle que sentía algo por ella, pero no sabía cómo. "¿Todavía te gusta el helado de oreos y el de limón? Podríamos ir a tomar uno y ponernos más al día, ¿Qué te parece?" Esperar esa respuesta fue un suplicio para él, los peores dos minutos de su vida. ¿Por qué demoraba tanto en decir sí o no?
"Voy a esperar encantada por una invitación con fecha y hora". Octavio, detrás de su pantalla, sonrió hasta que le dolieron los cachetes. La había invitado a tomar un helado, un día de verano en la tarde… quizás como amigos por ahora. Y ella había aceptado.
Por su parte, Ginevra saltaba de felicidad, casi se había desmayado cuando leyó la invitación, a pesar de que fue súper informal y en el aire, le había insinuado una salida solos. Se aferró a eso, a ese rayo de esperanza, a ese posible amor. “Por ahora vayamos a dormir que ya es tarde. Que descanses”
“Que descanses Gin” La muchacha se llevó el celular al pecho e inhaló el aire inundado por el olor de los jazmines en flor. Se sentía como la princesa de una torre, esperando a su amor. Pero ella podía salvarse a sí misma, solo quería un compañero, alguien que la ame y la quiera rescatar, a pesar de que ella podía hacerlo solita. Miró las estrellas y la luna una vez más, cerró las puertas de la terraza y volvió a la cama. Se durmió pensando en la sonrisa de su amado.
Ginevra abrió los ojos después de las once, había dormido varias horas y estaba menos cansada, pero tenía hambre. Se levantó, se puso la bata y bajó a la cocina en puntas de pie. Quería volver a su habitación con algo de comida para ponerse a leer un rato. En la cocina no había nadie, se hizo un jugo, un sándwich de queso y estaba por llevarse todo arriba cuando su madre la sorprendió:
Un ratón - dijo. Y ella casi se muere del susto.
Apuesto a que se llama Ginevra - dijo Camilo, el padre de los chicos. Ginny se empezó a reír y dejó la bandeja en el blanco mármol de la mesada.
Estaba por ir a leer - le dió un beso a cada uno. - Recién me despierto. Dormí bastante.
En un rato nos vamos - le dijo su papá. - Hoy hay una cirugía y no voy a volver hasta tarde. Paso a saludarte antes de irme.
Volvió a la pieza, dejó la fuente en la mesa de luz y se puso a leer. A pesar de que lo había leído dos veces, seguía amando ese libro, además, se lo había regalado su hermano unos cinco años atrás, cuando cumplieron dieciséis años. Amaba las historias de amor, le encantaba leer y caminar por el parque, también le gustaba muchísimo ir al lago y pasar el tiempo con sus amigos. Salió al balcón y se apoyó en la barandilla, con un largo suspiro apoyó el mentón en sus manos y se quedó mirando las flores que estaban cerca de ella y le regalaban su perfume de verano.
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Todas nuestras lunas
RomanceLa vida de Ginevra iba bien, hasta que un día, un pequeño accidente le trae algo que había creído perdido: un viejo amigo y el amor de su vida.