PEQUEÑOS MOMENTOS

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«Es solo cuestión de sentirte bien contigo mismo

muy a pesar de lo que encuentres ante el espejo»

Mariano Cáceres


- I -

El día que conocí a Mariano podría ser descrito como uno de esos en los que, por cosa de casualidades extrañas, situaciones ajenas te arrastran, como el oleaje, lejos de tu orilla y sin ninguna dirección en específico

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El día que conocí a Mariano podría ser descrito como uno de esos en los que, por cosa de casualidades extrañas, situaciones ajenas te arrastran, como el oleaje, lejos de tu orilla y sin ninguna dirección en específico.

En aquel entonces yo era tan solo un niño, uno de esos que, con solo verlo, lo primero que piensas es "que lamentable". Una frase que me persiguió por largo tiempo más allá de las líneas de una despiadada adolescencia y, sobre todo, durante mi desventurada joven adultez.

Mariano Cáceres fue, desde el primer intercambio de miradas, un completo y absurdo accidente en mi vida. Y digo 'accidente', principalmente, por la manera tan atropellada del asunto: fue un muy estrepitoso choque.

Mi padre, al volante, le gritoneaba a mi madre por millonésima vez por no-sé-qué-cosa. Otro de esos asuntos adultos que yo, entre los nueve y diez años, no tenía ni la más remota puta idea de dónde empezaba o qué significaban. Mi madre, con su carácter del carajo, le respondía siempre, y esa vez no fue la excepción.

Yo miraba por la ventanilla. Distraía mis siempre inquietos ojos, alimentándolos con las imágenes traídas de aquel mundo tan ancho, tan ajeno, tan desconocido. Un mundo que, muy rara vez, podía reconocer o, siquiera, conocer. Entonces: tragedia.

El frenazo seguido de un golpe seco acalló las histéricas voces de mis padres, no sin antes desprender un agudo aullido por parte de mi, entonces, muy alarmada madre.

El drama anterior tuvo su pausa solo para abrirle paso a un drama mayor, uno más grande, uno que me haría abandonar el auto y seguir, con la mirada, la figura de mi padre quien, tras abalanzarse sobre un sujeto, le propinó un puñetazo tal que del otro solo pude ver cómo su peluquín salía disparado por los aires.

Mientras los adultos resolvían sus asuntos de la mejor y más madura manera posible, yo permanecí un tanto distante de lo poco que me rodeaba. Esa ha sido, desde siempre, mi manera de responder ante los estímulos de la vida: nada me impresionó nunca demasiado, pero siempre quise absorberlo todo, conocerlo todo, aprenderlo todo.

Fue cuando la puerta del otro auto se abrió y pasó lo que tenía que pasar: me golpeó en mi siempre despistada cara. Mi padre había golpeado el auto azul y, ahora, este último se cobraba una vendetta personal: acababa de pagar el pecado de mis padres.

En fin. Mientras yacía volcado sobre el suelo, quejándome de dolor y sobándome el rostro hasta el cansancio, un par de manos me tomaron desprevenido y me arrastraron en dirección al auto que acababa de mal lograrme.

–Quisiera decir que lamento esto –dijo entonces una voz inquieta, como aguantándose la risa; –Pero me he divertido sin querer, perdona.

–Como sea –respondí sin siquiera abrir los ojos; –Solo no lo hagas de nuevo.

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⏰ Última actualización: Oct 25 ⏰

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