Nunca lo pensamos bien. Tampoco hicimos un esfuerzo mínimo como para decir que siquiera pensamos algo: simplemente nos abalanzamos a ciegas por el empinado trecho que nos alejaba de todo aquello a lo que la gente llama "civilización".
Él y yo, nada más. Él y yo, nadie más. Así había sido siempre y ese había sido el único algo que jamás cambió entre los dos.
Los años pasaron de largo, conoció a otras personas y tuvo sus amores, nos distanciamos demasiado por mucho tiempo, y muy a pesar de tanto, aquel lugar siguió siendo solo y únicamente nuestro.
Me pertenecía y yo le pertenecía a él en cierto modo. Esa siempre será una clarísima y muy importante verdad de las muchas que hay que recalcar de aquellos otros tiempos, de aquel par de tarados que fuimos los dos hace tanto tiempo ya... y esa es otra verdad.
Que el sol brilla mucho y el cielo sigue tan azul como siempre, que el sonido del mar y de las olas parecen viajar desde un lejano ayer para chocar con mi ventana como único puerto mientras, en el presente tangible, la verdad que se muestra tras la misma ventana es otra cosa.
–Son el uno para el otro.
Esas fueron sus palabras, las últimas que le escuché decir. En ese punto nos encontrábamos apuntando hacia direcciones casi opuestas, demasiado alejados el uno del otro. Nuestros corazones parecían ocupar, exactamente, el mismo lugar de siempre... pero a una distancia prudente y dolorosa.
La gente cambia, ya sea para bien ya sea para mal. Las amistades también cambian y no hay siquiera manera de evitarlo.
He cambiado más de lo que podría admitirme ante el espejo, pero hay ciertas verdades, en mí ocultas, que permanecen todavía inalteradas... sobre todo aquellas que incluyen, de una u otra manera, su nombre.
ESTÁS LEYENDO
La verdad de mis verdades
Ficção GeralProyecto-Yesterday Damián Augusto Arteaga rememora, con cierta paciencia, partes de su tormentosa infancia. Nos dejará entrever un mundo extensamente ajeno que no lo comprende y que ahora, desde su más que perdida inocencia, lo analiza con una pieda...