Capítulo 1

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Ya un mes desde que llegó a ese pueblo para ejercer el trabajo del cual fue inculcado: ser un omega ejerciendo el papel de una monja. Nunca imaginó que él, un ser pecador, podría obtener el perdón a manos de Dios. El pecado de la ira lo azotó a él con fervor por varios años, pero todo eso cambió el día en que su padre cometió un acto tan vil: el suicidio. 
Hakuji conocía con claridad que en 1 Corintios 6: 19-20 claramente decía: "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios". Sabía que la Iglesia no sostiene que quitarse la vida siempre conduce a la eternidad en el infierno, pero aún sonaban en su mente las palabras que muchos pueblerinos o las palabras de otros Padres antes de pasar al cuidado de Keizo Souryuu: "Todo el mundo es responsable de su vida ante Dios, que se la ha dado. Es Dios quien sigue siendo el Amo soberano de la vida. Estamos obligados a aceptar la vida con gratitud y preservarla para su honor y la salvación de nuestras almas. Somos mayordomos, no dueños, de la vida que Dios nos ha confiado. No es nuestra para deshacernos de ella".
Esas palabras eran suficiente para que él temiera por el destino del alma de su padre en el más allá, así que todos los días rezó y pidió el perdón para su padre hasta el punto de ser un devoto.

Nunca esperó formar parte de la orden de las monjas clarisas, una vez que paso el período de prueba que las congregaciones y órdenes religiosas, mucho menos portar todas esas vestimentas que al principio repudió con fervor. 

—Creo que tendré que comenzar a rezar para que ese loco no me siga a todos lados —musitó Hakuji al recordar el calvario que pasa día tras día.

El conocer al famoso Padre Douma fue suficiente para que quisiera cometer un acto contra su propia vida. Un sujeto indecible que parecía ser un profeta falseo. Podía sentir que la fe y voluntad de ese hacia el Señor era suficiente para saber que todo era un show para un juego maquiavélico. 
No era propio que un sujeto de tal rango como él fuese capaz de manipular a los inocentes de esa manera. Temía decir en voz alta lo que pensaba porque era probable que ese sujeto lograra salvarse de su acusación.

—Señor, hoy no vengo a rogarte lo de siempre —dijo Hakuji arrodillándose frente a la gran estatua del todopoderoso—. Pero quiero que esta vez me otorgues protección contra ese sujeto llamado Douma. Desde que llegué puedo notar un horrible pecado en él hacia mi persona y no quiero perecer en sus manos. Se lo ruego, protéjame como usted protege el alma de mi difunto padre. 

De pronto, el sonido de unos aplausos llenó la Iglesia.

—¡Bravo, bravo! ¡Amo como finges peligro, Hakuji-chan! —exclamó Douma mientras caminaba hacia Hakuji. 

La voz de Douma fue suficiente para que el menor se girará de manera rápida y observara con temor al mayor. No esperaba a que ese sujeto se adentrara en un momento como ese. 

—¿Acaso nunca te enseñaron a tocar la puerta? —preguntó Hakuji mientras volvía su vista hacia el frente y trataba de ignorar la asquerosa presencia de Douma.

Ignorar a Douma no era tarea fácil puesto a que podía escuchar el calmado caminar que ese tenía hacia su posición.
Ya era costumbre que el más alto se posicionara tras suyo y que esas manos descaradas se posaran en sus hombros.

—Vamos, Hakuji, eres un ser sumamente estresado, ¿no crees? —dijo Douma—. Siempre te pones reacio al verme.
—Por algo será, ¿no? —musitó Hakuji con un tono cansado, comenzando a removerse para quitarse el agarre de Douma de encima. 

Sin embargo, Douma tenía otros planes. 
El agarre del mayor en sus hombros se hizo más firme hasta el punto de enterrar las uñas en el ropaje del menor. De forma inmediata sus manos cambiaron de lugar y fueron directamente hacia el cuello de Hakuji, donde allí lo sujetaron con fuerza. 
Lentamente, Douma se inclinó para poder dejar sus labios cerca del oído derecho del omega. 

—¿Por qué rechazas los cortejos, Haku-chan? —preguntó Douma en un susurro. 
—Lo que haces no son cortejos —admitió Hakuji—. Estás yendo contra lo establecido. 

Douma soltó una pequeña risa.

—¿Y crees que eso a mí me importa? —interrogó Douma logrando ganarse en respuesta un fuerte codazo por parte del menor—. Oh, pequeño Hakuji... El dolor a mí me excita demasiado, tanto el recibirlo como el infligirlo. 

Hakuji sintió enormes náuseas. Quería vomitar. Por sus propios adentros rezó una y otra vez su liberación, rogando de que alguien lo salvara. 

—¿Disculpa? —preguntó una dama quien se adentraba a la Iglesia, era otra monja—. ¿Se encuentra aquí, Padre Douma? 
—¡Oh, sí! ¿Me necesita en algo? —musitó Douma.
—Una jovencita lo busca de forma inmediata, ¿podría venir? —cuestionó la joven monja.

Douma se separó de Hakuji, no sin antes susurrarle lo siguiente:

—Sigue tratando de huir, pero te atraparé, mi Beata María

Beata MaríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora