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El amor puede estar en cualquier parte y puede brindarlo quién sea, incluso un ser peludo, inquieto y cariñoso.

Desde hace, demasiados años, me había rendido en la idea que el amor estaba en el aire. No era precisamente el amor romántico el que me salvaría de mi aburrida y monótona vida para hacerme ver las estrellas. Ese era el amor que nos veían en el mercado del cine y los libros sean o no clichés. Era un clásico decir que el amor lo puede todo, porque en realidad hay cosas que no podía hacer. No cura enfermedades o salva vidas, sólo las cambia un poco la manera en que las personas la ven.

Y así, simplemente con aquella conclusión, fue como conocí el amor a primera vista. El más criticado de todos.

Ocurrió una mañana soleada, aún recuerdo, cuando me alisté para irme y mi madre entro por la entrada de mi casa con una sonrisa genuina en los labios. Ella creía que por ser año bisiesto debía celebrar y fue entonces como se le ocurrió la muy extraña idea de traer un nuevo integrante.

Fue ese segundo, ese instante, ese momento en que mi corazón se detuvo. Un extraño escalofrío me recorrió el cuerpo entero y sólo pude, quedarme mirándolo embobada. El perro, de tamaño mediano, pelaje claro y ojos castaños, entro por aquella puerta y se sentó a mis pies. Mi corazón latió con fuerza, desenfrenado y solté un jadeo.

Curiosa, miré a mi madre.

-¿Es nuestro?

Ella asintió con una sonrisa en los labios.

-Es tuyo.

El perro me miró con interés.

Como si yo supiera como es que miran los perros.

Desde que me agaché a tocar su cabeza y decidí llamarlo Joy nos hemos vuelto casi hermanos. Es decir, más de medio mundo criticaba la existencia de los perros pero creo que, a pesar de ello, no dejé que influya.

Esa misma noche tuve el típico desastre adolescente. Mi novia me engañó y recurrí al llanto nocturno mientras me ahogaba con mis propias lágrimas. Ahí, tendida en la cama, con el celular en la mano mientras miraba esa foto una y otra vez como si quisiera torturar mi pobre alma en desgracia.

Sentí un repiqueteo en mis piernas, me sobresalte y miré con cautela. Y ví a Joy, quién me miraba devuelta y pude casi sentir sus emociones. Sentí que me quería transmitir paz y un claro mensaje de "no vale la pena, Rose." Porque sí, habían decidido ponerme ese nombre por el Titanic para que también tenga una maravillosa historia de amor, sólo que yo parecía ser Jack. Era tan idiota que daba mi vida por alguien que conocí hace dos días.

Apesar de que al principio no me convencía su comportamiento de destrozar todo lo de su alrededor, nuestro lazo no aflojaba. Mis penas eran escuchadas por él, mis alegrías también, las pagaba con él cada vez que estaba enfadada con el mundo. De un día a otro me sentí culpable por ver que yo salía a todos lados y él me esperaba. Entonces decidí sacarlo conmigo a dónde sea que vaya. Tal vez debí pensarlo mejor, la gente no se tomaba muy bien el hecho de que los empujará, se comiera su comida o hiciera sus necesidades en el frente de sus casas. Pero así era Joy, no tenía intenciones de cambiarlo.
Fue así como pasaron cinco años. Ahora ya era... distinto, al menos no se tiraba encima de la gente para robarles comida. Era un perro algo más normal.

Me arrastré fuera de la cama y estiré mi brazo para tomar mi celular. En mi habitación estaba oscuro, debía ser porque tenía todas las ventanas cerradas.

Es obvio que es por eso, Rose ,-me reprendió mi mente.

Miré la hora, eran las seis y media de la tarde. No quería salir. No quería estudiar ni ir a trabajar. Solté un bufido lastimero y me levanté cómo pude de la cama. Sentía que había estado durmiendo media vida, pasé por mi espejo y me até el cabello en un moño desarreglado. Sacudí la cabeza y abrí la puerta de la habitación. Esta crujió, por lo que en menos de dos segundos Joy estaba frente a mí con sus ya seis años y moviéndose energéticamente a mi alrededor.

La Última Y Primera Vez.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora