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Las mañanas solían pasarse eternas, en ocasiones sentía oportuno bajar al salón de té en la esquina de la Rue Bellot y pedir el café más negro y espeso que pudieran servirme. Era un hábito increíblemente extraño considerando mi poco afán por el café y por cualquier infusión que se sirviera caliente. A veces sentía que tenía que estar haciendo cosas y ocupaba mi mente en planes absurdos e improductivos, pero que luego resultaban productivos porque volvía a mi piso, el cual a veces encontraba desordenado y mugroso y otros días, los más brillantes, daba una bocanada enorme de aire para impregnar mis pulmones de aquel aroma a cítricos y químicos duros. Volvía entonces a mi piso y me sacudía un deseo casi incontrolable por componer, en verdad componer cualquier cosa pero sobre todo canciones que tenían que ver con la muerte, la soledad, vivir en París pero desear estar en cualquier rincón del planeta con menos aire, ojalá y si fuera en mi sueños enterrada debajo del peor cementerio en el peor pueblo. Quizás en la mejor tierra habitada por los mejores gusanos.

Resultaba productivo escribir sobre todas esas cosas porque luego no las tenía divagando por mi mente. Me servía descargar y comenzar a funcionar como una persona medianamente normal, sea lo que sea que eso signifique. Alrededor del mediodía se volvía todavía más pesado y en general o me dormía en el sofá mirando el noticiero o me encontraba atragantada con un sándwich en algún parque muy verde lleno de niños y perros. De nuevo lo segundo sucedía únicamente en los días más brillantes, a veces eso coincidía con los días en los que no me levantaba con el pie izquierdo, o con los días en los que no podía recordarlo.

En aquel entonces tenía una compañera de piso que resultaba ser también tecladista en la banda, podría parecer oportuno compartir trabajo y vivienda y amigos y comida pero la realidad nos chocaba contra la cara cada vez que coincidíamos en el apartamento. Por suerte los encontronazos no eran a menudo, ella pasaba la mayor parte del tiempo fuera haciendo vaya una a saber qué mientras yo hacía absolutamente nada y da la casualidad que ambas cosas se complementaban increíblemente bien.

Mi vida era desastrosa hasta que comencé a estudiar y entonces mi tiempo se repartía casi religiosamente entre leer, ensayar, comer, dormir. De vez en cuando si tenía alguna tarde libre salía a pasear sola, al cine, a comer. Muchas de esas veces deseaba que alguien se parara a hablar conmigo pero nadie jamás lo hizo, no sé bien si por mi inexplicable repulsión o porque todo el mundo parecía tener cosas que hacer y lugares más importantes en los que estar.

Las tardes y las noches eran igualmente espeluznantes pero estaban llenas de actividades y aquello me hacía sentir en parte bien y en parte mal. Me gustaba ir a ensayar o al menos de eso quería convencerme, siempre terminábamos discutiendo por cosas de las que yo nunca me enteraba, cabe destacar que tampoco participaba de ellas y entonces acababamos antes, aunque en realidad aquel pasó a ser el horario habitual luego de la quinta o sexta pelea consecutiva. Después de eso, parecía que mis compañeros se peleaban todos los días para tener una excusa e irse antes, o quizás lo hacían porque era parte del espíritu y la estética de tener una banda. De cualquier manera y como todo en la vida aquello se volvió parte de mi rutina y me acostumbré a silenciar voces, a encerrarme dentro de mis pensamientos, a armar la lista de la compra mentalmente o apuntarme sitios del departamento que estuvieran especialmente sucios para limpiarlos luego. Me gustaba sentir que nada de lo que sucediera a mi alrededor afectaba directamente sobre mi vida, aunque naturalmente sí lo hacía, pero me volví especialmente buena ocultando mi desagrado y desprecio por todo lo que no se acomodara a mis pretenciones. Me conformé, como quien dice. Aceptaba todos los trabajos porque necesitaba el dinero pero también porque necesitaba demostrarme a mí misma que podía vivir de eso y que no me había equivocado.

Por eso, aquella tarde leí en voz alta el correo que llegó a la casilla de mensajes de la banda y por suerte o mala suerte ese fin de semana no teníamos agendado ningún show. Practicamos lo que pudimos y peleamos algo más. Ni siquiera recuerdo el motivo o si hubo uno, pero esa noche terminamos antes y yo llegué a casa antes que Camille. Era raro porque volvíamos del mismo lugar pero no lo hacíamos juntas, aunque en general ella iba a otro lado y no volvía a dormir o lo hacía pero demasiado tarde como para determinar si había dormido allí o si simplemente había llegado al amanecer. Prendí la televisión y miré cualquier cosa hasta quedarme dormida.

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