8. ¿Por qué era tan difícil decírselo?

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—Odio la iglesia, odio todo, ya no quiero ir a trabajar— murmuró cansado, esquivando un rayo muy apenas, lanzando un grito agudo cuando casi lo alcanza, tirándose en el suelo, cubriéndose la cabeza.

—¿Estás bien? — oyó una voz tras él, se descubrió la cabeza, queriendo maldecir a los cielos, pero no tenía humor.

—No estoy bien, estoy harto y necesito mimos— gimoteó sentado en la hierba, con las manos en la nuca y los ojos cerrados.

—Joder Rabis, deberías ir a casa y dormir, una siesta siempre pone las cosas en perspectiva—.

Su cola tembló expectante al sentir que una mano se acercaba a su cabeza, conocía esa voz. Pero aquellos dedos se congelaron y en lugar de darle unas cuantas palmadas o rascar tras sus orejas se desviaron, dándole un apretón en el hombro.

"¡¿EHHHHHHHHHH?!"

—Venga Rabis, a casa a descansar— lo ayudó a ponerse de pie (aunque no lo necesitaba) y el oso se le tiró encima.

—Cárgame—

—Shit, creo que sería más sencillo que me cargaras tú a mí, pero vale— Luzu lo llevaba casi a rastras mientras él aprovechaba para restregar su cabeza un poco contra la del castaño.

¿Porqué era tan difícil decírselo?

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