Recuerda el primer impacto en la madrugada de su coronación. Escuchaba como los gritos de su gente convertían la alegría de la ceremonia en una marea de pánico que ahogaba a toda su nación. El segundo impacto fue apocalíptico, certero y fatal. aun teniendo la corona fresca en su cabeza observo como el imperio que acaba de heredar caía desde los cielos hasta estrellarse en la tierra.
La cabellera azul de los sílfides convertían aquellos parajes áridos en caudales que se esparcía por largos kilómetros, no eran ríos libres lo que parecían, si no filas indias de su pueblo encadenado y guiado por soldados en enormes caballos donde cabalgaban sus nuevos dueños los "terrarios" o vulgarmente llamados humanos.
— Príncipe Serafine. Príncipe, por favor —gritaba una voz a su espalda
Recordó esa voz que gritaba su antiguo nombre, voltea y miraba a su sirviente tratando de acercarse a él extendiendo su mano, parecía desear tocarlo, cae de rodillas la sílfide para luego ser jalado por las cadenas que cubrían su cuello
— ¿Qué ocurrirá con nosotros? ¡NUESTRO REINO! -Gritaba entre lágrimas aquel antiguo súbdito antes de ser azotado con gran fuerza
El príncipe Serafine voltea la mirada al no poder aguantar ese castigo contra su gente. A la lejanía sus ojos azules observan con dolor una enorme isla en vertical estrellada contra el horizonte. La enorme estructura en lo lejano fue Aérhea, antigua casa, reino y país que antes se alzaba en los aires como una enorme isla flotante que ahora había descendido desde los cielos hasta estrellarse en este abismo humano donde estaba atrapados ahora.
Bofetada de agua fría se estrella contra su rostro haciéndolo despertar de sus memorias. Alza su fúrica mirada que como flechas se estrella contra el rostro de aquel sátiro soldado que lo observaba hilarante desde la puerta de aquella prisión. Ira recorre el cuerpo del prisionero.
— Despiértate, príncipe de los sordos —Le reclama con una sonrisa aquel militar humano mientras le lanza encima el recipiente con lo que lo había bañado
— Los días del sol no trabajo para el comandante, mono de tierra —insulta Serafine a aquel chico de armadura negra, luego lo escupe a los pies y prosigue con una sonrisa— Los terrarios ni ubican el clítoris en sus mujeres menos sabrán los días correctos.
Patada contra el rostro de aquel joven sílfide hace voltear su rostro, sangre borbotea de su boca para llover sobre las botas del atacante. El militar sosteniendo a Serafine por su cabellera y acercándose al rostro de este le susurra amenazante
— El comandante ha muerto. Pequeña lagartija azul -estrellando el rostro del prisionero contra el suelo de la celda prosigue el soldado mientras se coloca de pie— Ya no serás su mascotica y debemos buscar nuevos "usos" para ti
Agresor se coloca de pie y retirándose de aquella prisión deja atrás una figura esquelética, delgada, famélica acurrucada en el suelo árido y gris. Risas salen del rostro del príncipe Serafine que colocando su larga cabellera azul hacia atrás arrastra su cuerpo herido hasta la pared de cristal negro que cubría esa celda cuadriculada y marcando en ella una raya con sus uñas afiladas que representaba otro día
— Han pasado 750 lunas desde que el reino de Aérhea abrazo la tierra en un impacto permanente -sonríe en la locura acompañado con una risa demente
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SIETE CASTAS
RandomSiete reinos se han fragmentado en la tierra despues del gran diluvio universal que convirio el planeta en tablero de ajedrez. Castas inferiores pelean con las superiores por territorio, dinero y poder. Serafine, principe de los silfos, observara co...