Capítulo 1

70 3 0
                                    

Sentí una molestia en el cuerpo, entonces abrí los ojos. El calor corría mi cuerpo de pies a cabeza, a la vez que unas gotas de sudor se deslizaban a los lados de mi cabeza. Sentía como la blusa que había elegido esta mañana se pegaba a mi cuerpo inevitablemente por el sudor. Diablos, era asqueroso.

Intenté levantarme cuidadosamente mientras mis oídos zumbaban.

¿Qué había pasado?

Sentí unos golpes en la cabeza y me cubrí el rostro con ambas manos. Dolía demasiado. Era peor que una migraña, un inmenso dolor que me desequilibraba. Me sentía paralizada ante tantas sensaciones, pero algo me olía mal.

No estaba en casa.

Intenté enfocarme en recuperarme, pero mi cuerpo no respondía correctamente. Moví con dificultad las piernas y caí al suelo en un golpe seco. Unos ruidos metálicos hicieron que me cubriera el rostro de forma inmediata. Mi cuerpo había dado contra una mesa cubierta de objetos de medicina que no soy capaz de identificar. Una vez que se detuvieron los ruidos, abrí los ojos nuevamente. Eché una mirada hacia ambos lados y observé que estaba en una extraña habitación de paredes blancas. Era bastante espaciosa, y el techo era muy alto para ser una casa.

¿Acaso estaba en el hospital?

Sin embargo, el lugar no parecía asimilarse ni un poco a un hospital. Todos sabemos que los centros de salud tienen un aroma particular. Y aquí... parecía ser un lugar totalmente diferente.

Sentí como los pálpitos de mi corazón se aceleraban a la medida que mi vista no lograba enfocar del todo el ambiente.

-Vamos, qué está pasando –murmuré para mí misma, intentando ponerme de pie sin resultado. Una lágrima corrió por mi mejilla.

¿Acaso este era mi final? ¿Merecía morir sin tener idea alguna de dónde me encontraba? ¿Quién me había trasladado a mi tumba?

Esto no puede ser real, intentaba repetirme. Pero los desastres ocurren de vez en cuando. Pensamos que nunca nos llegará, que tenemos algo especial que impulsa a Dios a darnos el don de ser inmunes ante las atrocidades cotidianas. Sin embargo, la realidad me había caído como un balde de agua fría. No era inmune, era una persona como cualquiera y no era especial.

Inhalé. Exhalé.

Debía mantenerme en calma, encontrar una forma de salir. Cerré fuertemente los ojos un segundo, mientras intentaba cuidadosamente ganar impulso para levantarme. Entonces conseguí ponerme de rodillas, y sentí esperanza. Abrí los ojos, pero el alma se me cayó al piso.

-Hola.

Un chico alto de tez morena me observaba con sus grandes ojos azules. Sostenía una bandeja plateada. No lograba observar que había allí, pero no me convencía la idea de que fuera amigable. Disimuladamente, tomé un objeto plateado que se encontraba en el suelo y lo amenacé con él.

-Estás apuntándome con una cuchara, Blair –su tono de voz era suave, pero frío al mismo tiempo. Parecía estar en calma con su estúpida sonrisa.

De repente, el chico me había dejado perpleja. ¿Cómo sabía mi nombre? ¿Cómo había obtenido esa información? ¿Me habría robado los documentos?

Mierda. Nada parecía mejorar.

-Déjame ir –ordené. No estaba de ánimos para preguntarle quién era o qué había pasado. No actuaría como las tontas chicas de los libros que leía todo el tiempo. Solo importaba salir de aquel extraño lugar y llamar a la policía.

-Lo haré en cuanto te tranquilices –afirmó el chico. Dejó en la mesa la bandeja que sostenía y se acercó a mí. Me tomó de los brazos y me subió a la cama de donde había caído hacía unos segundos antes. La resistencia no servía, no tenía fuerza. La cuchara se cayó en el momento que quise intentar apuñalarlo. Mi cuerpo parecía de gelatina, no respondía a ninguna de mis órdenes.

-¿Estoy en el hospital? –pregunté. Quizá era un mal entendido y la anestesia estaba jugándome una mala pasada.

El chico negó con la cabeza.

-¡Dios mío, Blair! –gritó una voz que reconocí en el instante que la escuché. Era mi vecina, la señora Railey –. No puedo creer que estés bien, nos habías pegado un susto.

La miré confundida, y luego miré al chico. Mis ojos no paraban de posarse en cada una de las personas que tenía frente a mí. ¿Quién era este chico y por qué estaba con la señora Railey?

Y como si hubiera leído mi mente, mi vecina contestó todas las preguntas que tenía.

-Tus padres despegaron a Boston esta mañana, me pidieron que te echara un ojo de vez en cuando –hablaba preocupada, como si hubiera cometido un error –. Fui a hacer un par de compras lejos de casa, así que tomé el coche y me fui por un par de horas.

Mientras Railey contaba la historia que le daría sentido a todas mis dudas, el chico se paseaba por la habitación mirando a sus pies. No parecía incómodo, de hecho parecía disfrutar mi confusión. Quise detenerme a analizarlo, pero Railey no paraba de hablar, no podía concentrarme.

-Cuando estaba por estacionar en la entrada de casa, escuché un golpe fuerte. Tuve miedo de haber golpeado la basura del vecino Delton, ya sabes cómo es –hizo una pequeña mueca graciosa y luego me observó con expresión de preocupación. Tomé su mano para tranquilizarla, y ella me respondió con una sonrisa –. En vez de cuidarte, Blair, te atropellé. ¿Acaso no recuerdas nada?

Negué con la cabeza y me relamí los labios. Comenzaba a tener sueño y los ojos me pesaban más de lo normal. Ya no tenía calor, me temblaban las piernas y Railey lo notó.

-Pobrecita –dijo y se dirigió hacia un armario del cual habían sábanas bien dobladas. Luego me tapó cuidadosamente con ellas. Si bien no había cesado el temblor en mis piernas, comenzaba a sentir como mi cuerpo se sentía a gusto con la acción de mi vecina Railey –. Lo siento mucho. No sabes el susto que tuve, por Dios. ¡No despertabas!

El chico río y dejó de pasear por la habitación. Le hizo un par de señas a la mujer con las manos y luego se cruzó de brazos.

-Agnes estuvo aquí cuidándote mientras intentaba comunicarme con tus padres –pronunció, luego de una extraña pausa. –Es mi sobrino. Lamento que te hayas despertado así, tan solo me imagino todas las cosas que pudiste haber pensado. Pero te aseguro que le he enseñado bien, y no te ha hecho nada.

Railey había relajado su expresión luego de que tomara su mano. Intenté asentir con la cabeza en signo de agradecimiento, y sentí cómo el sueño me ganaba. De alguna forma, el golpe que me había dado había sido brutal. Jamás me había sentido tan débil en mi vida. Y como un telón, de pronto mis ojos se cerraron. Escuché como mi vecina se levantaba de la cama y recogía los objetos metálicos del suelo. Entonces sus pasos comenzaron a alejarse y supe que se había ido.

Luego de un par de segundos, escuché otros pasos en la habitación. Más fuertes. Escuché un tarareo en una voz masculina. Supuse que estaría fijándose que todo estuviera en orden. Sin embargo, no tuve tiempo de pensarlo mucho. Mi mente estaba desgastada de tanta información y tanto esfuerzo por entender. Estaba agotada.

Lo último que recuerdo de esa noche, fueron sus palabras.

-Bienvenida. 

En todos ladosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora