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1987 (Cambio radical)


Las estrellas eran algo que muy pocas veces se veían en Beacon Hills, pero especialmente ese día no había ninguna, solo el frío viento llevándose hojas, polvo y flores que había de paso, dándole de golpe al chico que se encontraba parado frente a una gran piedra que tenía escritura y unas flores que habían sido puestas por él mismo. Sus ojos reflejaban la tristeza y el dolor abundante, cristalizados y amenazando con dejar caer las miles de lágrimas que estaba conteniendo desde que vio como bajaban la caja a ese oyó profundo sin salida alguna.

Los grillos de fondo solo le daba un toque peor, pero le dolía algo más. Y eso era que no había nadie con él, nadie estaba con él en ese momento más difícil de su vida.

¿Cómo le das la despedida a un ser querido sin un hombro en que llorar? ¿Dónde estaban los brazos de su padre? ¿Dónde esta el consuelo? ¿Dónde estaban las palabras "no te preocupes, aún me tienes a mi"? ¿Siquiera había alguien que lo recordara en la vida?

No había nadie que respondiera esas preguntas de su cabeza ¿Por qué? Porque estaba solo en el mundo desde hace mucho.

Dolorosamente alzó su brazo y paso este por su mejilla, limpiando las lágrimas que no pudieron ser retenidas más tiempo. No cuando al que tenías bajo tierra era tu padre. El único que estuvo a tu lado cuidándote luego de perder a tu madre. Sin duda todo eso era difícil para él.

Y como era difícil lo único que pudo hacer fue sentarse en la tierra a hacerle compañía a su padre. Está vez solo, él ya no estaba para abrazarlo y consolarlo.

Y solo habían unos culpables de que su padre no estuviera a su lado, platicando de sus casos como esas tardes en casa o en su oficina. Y esos culpables pagarían por lo que habían hecho, él se haría cargo de hacerles la vida un infierno, no querrían ni decir su nombre, ni mirarlo aunque fuera un segundo. Pasaron las horas que ni se dió cuenta que estaba empapado por la lluvia que caía, su celular estaba muerto y no sabía dónde estaba, el único lugar donde podía ir era esa casa vacía y fría, que aunque en el pasado su padre lo dejaba solo, no se sentía tan mal como en ese momento porque ahora, aunque espere horas su padre no llegaría. E ir a esa casa no le gustaba para nada.

–Vendre a verte papá– prometió a la lápida. Bajo la lluvia camino por largos minutos sin rumbo alguno, solo quería perder el tiempo y no recordar nada de su horrible vida.

A los 19 había perdido a su única familia.

¿Qué hacías si no tenías a nadie más? Conseguir quienes permanezcan a tu lado a pesar de todo.

Con eso en mente su expresión se volvió indescifrable y fría, con gente que estuviera detrás de él se encargaría de buscar venganza. Era increíble como solo hace falta un motivo para volverte la peor persona del mundo, un detonante. Justo estaba en un callejón cuando vio una de sus oportunidades y por nada del mundo la perdería. Unos tipos golpeaban a un hombre en el suelo, podía saber que fácilmente podría liberarla por la masa corporal que tenía, pero estaba en desventaja al estar con el brazo enyesado. Y su rostro se le hizo conocido.

–¡Hey!

Los tipos pararon de repartir patadas para mirarlo.

–¡Lárgate de aquí niño o te meteras en problemas!– grito uno de ellos con una sonrisa burlona. Otro de ellos abría la cartera del hombre, sacando los billetes y todo lo de valor que llevaba.

–¡Los que se meterán en problemas son ustedes!– los cuatro hombres se miraron entre si hasta estallar en risas al ver al chico parecer valiente.

–¿En serio?- se alejo unos pasos de los otros para acercarse al chico– ¿Estás seguro de que un niño puede contra nosotros?

–Aunque no lo creas imbécil– el hombre nego divertido, estaba por levantar su mano en puño cuando un estruendoso sonido hizo que los restantes en el callejón brincaran– ¿Ves? Un niño como yo puede con escorias como tú– le susurro al oído con una sonrisa oscura.

El hombre cayó al suelo de rodillas con sus manos apretando su pecho, la sangre se dispersaba entre sus dedos con el agua tan fácilmente. Antes de caer de lado miro los ojos cafés del chico mostrar diversión.

–¡Tiene un arma! ¡Corre!- grito otro de los hombres. Los tres a tropezones corrieron dejando caer las cosas que habían agarrado del hombre que estaba tirado en el suelo.

–Cobardes- escupió guardando la pistola en la parte trasera de su pantalón. Cubriéndola con su camisa negra de manga larga– Hey, ¿Estás bien hombre?

–¿Eres el demonio acaso?– preguntó en un murmuró divertido.

–Pronto lo seré- le extendió la mano– ¿Qué dices? ¿Te unes?

Observó su mano, tierra manchaba aquella mano pálida y la sangre de aquel hombre que estaba muerto en el suelo. Pudo ver la determinación de sus palabras en aquellos ojos cafés.

–Te debo mi vida– tomó su mano en un apretón que hizo al chico sonreír de lado para ayudarlo a ponerse de pie, apoyado de él- Soy Albert.

–Mi nombre es raro así que puedes decirme Stiles– se apuntó con el pulgar haciendo sonreír al hombre.

«Si tú ya no estás»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora