Prólogo.

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– ¡Abuelo, estoy en casa! – Grita desde la entrada de su departamento, para proceder a cerrar la puerta y asegurarla, tal y cómo su abuelo le había indicado en repetidas ocasiones. Al no escuchar respuesta del anciano, deja caer las bolsas del supermercado sobre la mesa del comedor. – ¿Abuelo?

Da unos pasos más, cada vez disminuyendo la velocidad, asustado por los pensamientos que empieza a formar su mente.

No.

Su abuelo se encontraba bien, seguro estaría dormido, y como era muy anciano, ya no escuchaba con claridad, eso debía ser.

– ¿Abuelo? – Llega hasta la puerta de madera, y acerca su mano, temblorosa y fría, hasta el pomo, dudando por segundos, en si es -o, no- una buena idea ingresar. 

Su abuelo estaba bien.

Él sólo estaba durmiendo.


Con un suspiro incómodo, abre la puerta, y da un paso dentro de la habitación. Lo primero que perciben sus sentidos, es el abrumador olor a óxido que envuelve el lugar, y en cómo el cuerpo del hombre, reposa sobre el colchón, sin moverse y en una posición incómoda. 


Sus dedos tantean -en la pared blanca- el interruptor de la luz, y vuelve a sentir una opresión en el pecho al no saber si desea conocer la situación.

No lo piensa una vez más, y presiona el botón.


Su mirada se congela en el charco de líquido viscoso que mancha las sábanas de color gris. En su cuello, un gran corte se hace visible y muestra la causa de la sangre que empapa todo a su alrededor; sus brazos detrás de su espalda, están atados al igual que sus piernas. Pero es la forma en la que Wasuke aún conserva los ojos abiertos, lo que le provoca escalofríos en todo su cuerpo.


Sin procesar en lo más mínimo el escenario frente a él, se acerca al cadáver. Sus labios se entreabren al observar con mayor claridad, las múltiples puñaladas sobre el abdomen y pecho del anciano.

Su ceño se frunce inconscientemente, y su labio inferior tiembla. Su visión se nubla cuando sus ojos se cristalizan, y debe parpadear repetidas veces para poder examinarlo a detalle. 


Sólo habían sido un par de horas, en las que había salido, y su abuelo le había dicho que todo estaría bien, que él se había encargado de que los dejaran en paz por un tiempo. Le había asegurado que podría ir y venir tranquilo, sin temor a que lo secuestraran, aunque sea por unos meses. Le había prometido que irían juntos a tomar un trago, y que, por fin, el anciano se dedicaría a vivir alegre y pacífico, junto a su nieto, los últimos días de vida que le quedasen.

Él había prometido que estarían seguros por primera vez, en los quince años que llevaban viviendo juntos.

Él era la única familia que le quedaba.

Y ahora, estaba solo.


La policía no demora en llegar a su casa, y el cadáver aún reposa sobre las sábanas, sin siquiera una manta que cubra su cuerpo, todo lo contrario, sólo hay cámaras frente a él, tomando fotografías con descaro y sin el mínimo cuidado.

Si no fuera por el brazo de Junpei, que rodea sus hombros, ya se habría encargado de romper todos aquellos aparatos, y de alguna manera, darle al viejo algo de respeto.


La voz del pelinegro se escucha muy lejana, a pesar de que está sentado a su costado, pues en este momento, lo único que ocupa sus pensamientos son las interrogantes: ¿Quién y por qué?

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