Capítulo 3.

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Reaccionó de inmediato, y llevándose junto a él, el cuerpo fornido del mayor de los hermanos, terminó tendido sobre el piso, cubriéndose de los disparos.


Ryoumen estaba bajo su cuerpo, sorprendido e incrédulo, y podía sentir su mirada perenne. A pesar de que, en otra situación, aquello habría sido vergonzoso o intimidante, ahora sólo podía concentrarse en cubrirse y cubrir al hombre.

– ¡Bastardos! – Escuchó la voz de Junpei volver a resonar en el lugar, junto a otras que desconoció, y pudo girar su rostro a tiempo, para ver a su mejor amigo protegiéndose detrás de una de las mesas, y con un arma encajada en una de sus manos, disparando con una puntería demasiado precisa para ser real. 


Fueron aproximadamente cinco minutos lo que duró el tiroteo, y de dónde afortunadamente, salieron ilesos.

Se apartó del cuerpo bajo suyo, dejándole el suficiente espacio para que pudiera incorporarse y respirar con naturalidad.

Rápidamente, varios hombres se acercaron a ayudar al mayor. – Jefe, ¿está bien? – La misma frase provino de todos los que lo rodeaban, e intentaban a como dé lugar, hacer algo por Ryoumen, quién no respondió, limitándose a soltar un pesado suspiro, y luego, volvió su mirada hacia su pequeño salvador. 

– Gracias. – Habló, con su voz firme y gruesa. – ¿Estás bien? – Preguntó mientras lo examinaba con sus orbes celestes.

Nervioso, solo atinó a curvar ligeramente sus labios, y asentir un par de veces, sin devolver la mirada. 


Los hombres se llevaron a Ryoumen hacia el interior de la casa, quien, a pesar de mostrar una actitud fuerte, aún lucía bastante sorprendido.

– Yuuji. – Junpei habló a sus espaldas.

Se giró, encontrándose con su mejor amigo, también, sin rastro de heridas.

– ¿Estás bien?

– Sí. – Respondió con prisa, intentando calmarlo. Nunca había sido partícipe de algún tiroteo, apenas y los había visto por televisión, y ciertamente, era mucho más aterrador vivirlos. Aún podía sentir una leve molestia en sus oídos, al escuchar las decenas de balas siendo disparadas, y su pecho subía y bajaba con fuerza, agitado, recién recuperándose del acontecimiento. 

– Me alegra que estés bien. – Sin esperar un segundo más, el cuerpo de Junpei lo rodeó con sus brazos, apretando con fuerza. – No debí traerte, lo siento.

Dejó salir una sonrisa, aún con el rostro pegado al hombro del pelinegro. – Estoy bien, Junpei, lo prometo.

– No puedo irme aún, pero hablaré con alguien de confianza para que te lleve a casa.

Negó rápidamente. No porque deseara quedarse allí por más tiempo, sino más bien porque no pensaba abandonar a su mejor amigo, y mucho menos, después de lo que había ocurrido. – Te esperaré.

Junpei pareció pensarlo por varios segundos, desconfiado. – ¿Estás seguro?

– Sí.

Accediendo a regañadientes, el pelinegro asintió. – Tengo que hablar con Mahito y el resto, espérame aquí, intentaré no demorar. 

Aún era bastante extraño lidiar con esa parte desconocida de su vida, era extraño escucharlo hablar así, verlo junto a ese tipo de personas, y también, haberlo visto usando un arma con total normalidad, disparando y perforando el cuerpo de decenas de sujetos. 

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