DALIAMe levanté a las siete, como todos los días de mi aburrida vida para ir a mi instituto. Solo me queda un año para salir de esta cárcel infernal, y sí, esta soy yo, llevo cuatro palabras escritas y lo único que he hecho es quejarme. Bueno, tengo mis razones: digamos que mi instituto no es un instituto normal, es innecesariamente, donde vamos a misa una vez al día, en todas las clases está la cruz de Nuestro Señor...
Creía que hoy sería un lunes como todos los demás, hasta que me asomé por la ventana y vi que en la casa de enfrente llegaba un camión de mudanza. Bajé corriendo para preguntarle a mi madre y ella me dijo que serían los nuevos vecinos.
—Pero mamá, esa casa es muy cara, ¿Quién con dinero se mudaría a este pueblo?– Pregunté yo con la mochila en la espalda.
—No lo sé, pero sea quien sea, hoy le llevaremos una tarta de bienvenida.— Cuando iba a protestar, mi madre me hizo un gesto con la mano y me dijo:— Sin protestar, Dalia, en este pueblo tenemos todos un poco de sentido común, así que te vienes conmigo a darles una tarta de bienvenida. No admito quejas. Ahora, vete a clase, que llegarás tarde.
Con mala cara, le di un beso y salí de casa. Cerré la valla de mi pequeño jardín para que Max, mi perro, no saliese y me puse los cascos. Cuando iba a elegir qué canción escucharía primero, me choqué con alguien que me hizo caer al suelo, rompiendo así también mi nuevo IPhone.
—Desolé, est-ce que ça va?— Me dijo alguien con una voz muy ronca, ayudándome a levantarme. Sabía qué me había dicho, si estaba bien, porque estudiaba un poco de francés, pero en ese momento me daba igual, solo quería gritarle al que le hubiese hecho aquello a mi nuevo móvil, que me había costado dos meses enteros de trabajo. Cuando levanté la vista, vi a un chico que nunca había visto por Wilston. Era un chico de más o menos diecinueve años, muy alto, medía aproximadamente uno noventa. Vestía con unos pantalones sueltos negros, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero negro. Tenía la piel blanca, la mandíbula muy bien definida, unos ojos verdes y pelo negro no muy largo.
—Perdona, ¿estás bien?- Me preguntó, esta vez en castellano. Yo seguía muy enfadada porque me había roto la cosa más valiosa de mi vida, mi móvil.
—Yo sí, mi preciado móvil nuevo, no- Dije con rabia mis palabras.
—Es un móvil, relájate, niñita -Dijo con una sonrisa burlona. Todo lo que tenía de guapo, se ve que lo tenia de gilipollas.
—¿Solo un móvil?– dije yo indignada— Mira, no sé quién eres, pero me vas a comprar un móvil ahora mismo porque me ha costado mucho conseguirlo. Así que tú- dije señalándolo- vas a cualquier tienda y me compras este móvil, niñato.
—Uy, qué miedo—dijo, riéndose—. La niña de mamá se ha enfadado. A ver, estás montando un pollo con lo del móvil, yo solo estaba paseando, hasta que te metiste en mi camino. Así que, ¿Porqué no te vas al colegio y me dejas tranquilo?—No sabía quien era ese niño, pero desde luego, era un completo imbécil — Así, de paso, compro tu móvil.Después de decirme eso, giró la esquina y se fue. ¡Cómo leches me iba a dar un móvil si no sabía ni cómo me llamaba, ni dónde vivía, ni nada!
Llegué tarde al instituto por su culpa y la directora me dijo que me quedara fuera de clase para no interrumpir. Vaya mañana de mierda que llevaba. Pasó esa hora y entré a clase de matemáticas. Ahí, me senté con mi mejor amiga, Sam. Sam llevaba el pelo corto, era alta, con gafas y vestía ropa ancha. La verdad es que éramos muy diferentes, pero nos conocíamos desde pequeñas y nos habíamos visto crecer. Nuestras madres eran mejores amigas. Digo eran porque Laura, la madre de Sam, falleció el año pasado de cáncer. Fue un año triste, también murió mi abuelo el 16 de Agosto por un tumor. Pero ya lo he superado, aunque a veces hablo con él por la noche. Siento que me escucha: está en el cielo, se lo merece. Él siempre ha sido como mi mejor amigo; me ayudaba, me daba consejos, nos reíamos juntos...
—Tía, ¿Por qué no me has contestado a los mensajes? Te he estado llamando toda la mañana.
—Ya, bueno, llevo una mañana de mierda, te lo juro. Un niñato me ha roto el móvil, me ha insultado y me da la impresión de que es mi vecino.
—¿Es guapo?— Me pregunta sonriéndome.
—¡Joder, Sam, solo te interesa eso! ¿Y mi móvil? ¿Mi música? ¡¿Yo!?— Protesté teatralmente— Pero la verdad es que no he visto a chico más guapo en mi vida.
—Tranquila, no te lo robaré, ya sabes que no me van los chicos. Menos los que rompen el móvil— Dijo burlándose de mí. A Sam le gustaban las chicas, era un secreto, solo lo sabía yo y, por supuesto, su novia. Se llamaba Sandy, era una niña de pelo largo y pelirrojo, agraciada. Normalmente quedaban en las afueras del pueblo, para que nadie les viese. La gente en Wilston es muy Cristiana, son muy homófobos.
—Perdona! Quien te crees tu para burlarte de— en ese momento me interrumpió el señor Turner.
—Señorita Martínez, ¿te importaría decirnos que es más importante que esta clase de matemáticas?
—Nada, solo le estaba explicando una duda.— Dije, toda sonrojada por las miradas de mi clase.
—Bueno, haré como si le creo. Sigamos. La raíz cuadrada de este número más este otro, si lo dividen entre...— desconecté de la explicación. Odiaba y se me daba fatal. Normalmente estudiaba un montón para todas las asignaturas. No podía decepcionar a mi madre así y que mi futuro se fuese a la mierda. Así que estudiaba mucho, a veces demasiado incluso, para también irme de este pueblo de mierda.Salimos del instituto a las dos de la tarde. A mitad de camino me despedí de Sam y me fui a mi casa. Cuando llegué, mi madre ya tenía preparada la comida y la tarta. Las dos nos sentamos en la mesa.
—¿Cómo han ido las clases hoy?
—Bien, mamá, he llegado un poco tarde y no me han dejado entrar— antes de que me riñese mi madre le dije— pero, tengo todos los apuntes y he hablando con el profesor y me ha dicho que le puede pasar a cualquiera, así que no te preocupes, está todo solucionado.
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Wilston
عاطفيةUna chica con una vida normal y aburrida iba camino a clase hasta que se encontró a su peor enemigo, que luego se convertiría en otra cosa totalmente diferente